Recuperar a la ciudadanía
La idea de orden de la derecha se presta más a la fidelidad de voto que la izquierda creativa
La política en situaciones normales es un trabajo a medio y largo plazo, pocas veces a corto, cuyas consecuencias tardan y producen cierta desafección por su tardanza en ciudadanos que creen que las cosas deben ir más rápido. A veces no es cuestión de tiempo: no son posibles o, al menos, las tensiones políticas las frenan porque no todos están de acuerdo. Esto crea aun más desafección política.
El trabajo político es largo, penoso y desagradecido, y arrastra, además, una emoción negativa añadida hacia quien fracasa en el empeño. La democracia, en este sentido, es premiosa, aburrida, carente de emociones y, con frecuencia, frustrante para todos, para los políticos y para los ciudadanos. Pero es el mejor sistema de los conocidos, los demás son mucho más frustrantes, lentos, corruptos y autoritarios. Con todo, y en épocas de crisis, con electorados especialmente tensos, los políticos pueden caer en el populismo de ocasión y meterse en grandes promesas o grandes faroles, llámenle como quieran.
Feijóo tampoco puede sustraerse a eso: “Galicia encabezará el crecimiento en España”, dice. El candidato del BNG, señor Jorquera, tampoco es manco, y nos presenta a su organización como “motor del cambio”. El PSdeG, aún sin candidato, no parece haberse soltado todavía. Está en su derecho a hacerlo el día en que lo tenga, lo mismo que cualquier otra organización en línea de salida.
Es lógico que los políticos faroleen, ellos dependen de la gente y a la gente le gustan estas cosas. La buena gente que forma el cuerpo electoral no está a salvo de críticas. Los políticos no los critican porque dependen de ellos, pero yo no, yo vivo de otra cosa y no me presento a nada. Dicho esto, procedo a tratar a la gente como gente normal, moderadamente racional, dueña de sus actos hasta donde es posible y dispuesta a preferir la justicia a la injusticia. Digamos que esta consideración nos la hemos ganado los humanos en los siglos que llevamos sobre la tierra, que ya son unos cuantos. Nos la hemos ganado, pero a veces nosotros mismos dudamos de que seamos merecedores de tal cosa.
En situación electoral el voto decisivo es aquel que puede cambiar las mayorías de gobierno, y ese voto suele proceder de personas en malas relaciones con el gobierno de turno. Si ese voto se va a la oposición, entonces ese voto vale el doble, pues aumenta doblemente al restar aquí y sumar allá. Es el voto soñado por todo partido. Los electorados que son fieles a sus opciones ideológicas no van más allá, normalmente, del 70-75% de voto de cada partido en las elecciones precedentes. Estos votantes ideológicos son mayoría, pero quienes mueven el gobierno son los votantes volátiles, gentes pragmáticas que suelen optimizar su voto hacia opciones que le garanticen una mayor satisfacción monetaria o vital para sí mismos, aunque no a cualquier precio: son egoístas racionales, que diría Adam Smith. La fidelidad de voto tras las elecciones autonómicas de 2009 fue de casi el 90% para el PP y de alrededor del 65% para PSdeG y BNG. Por lo visto, los egoístas racionales de izquierda son más que los de derecha, que se mantienen unidos alrededor de sus mitologías, sin ponerlas en cuestión de modo constante, como hace la izquierda, en buena hora. La gente considera, probablemente en gran número, que ese autocuestionamiento constante de la izquierda es el producto de un exceso de intelectualismo que a la gente le revienta. La gente es de usar poco los niveles cerebrales autocuestionantes. En este punto, la izquierda le parece deleznable.
La fidelización del voto, o su ampliación, debe hacerse sobre objetivos muy claros, muy precisos, y esto no es fácil. La idea de orden de la derecha, sencilla y rotunda, se presta más a la fidelidad que las ideas creativas, excesivas y difusas de la izquierda creativa, excesiva y difusa, pero aún lo tiene peor la izquierda no creativa, repetitiva e igualmente difusa. Mal rollo: cuando las ideas se hacen complejas los electorados se sienten intelectualmente agredidos.
No es difícil hacer un buen programa para Galicia (paro, economía, cuestión demográfica, lengua, territorio…), lo difícil es tener instrumentos para realizarlo. Los electorados egoístas y racionales no perdonan: cumple o muere, ya buscaremos a otro. La crisis ha borrado del mapa temporalmente al PSOE y está haciendo lo mismo con el PP. No entro al fondo de las políticas, me quedo en la cáscara electoral, tan importante. Los electorados son, en cierto modo, robóticos: unos son robots ideológicos y otros son robots más egoístas y racionales en el sentido citado. En el 2009 los robots de izquierda fueron infieles en alguna pequeña y suficiente medida: consideraban que el llamado bipartito no hacía ciertas cosas que ellos desearían, pero supongo que si hicieran tales cosas otros robots se irían por otro lado y sin votar. Muchos de aquellos infieles han pagado muy caro en su ajustado y recortado trabajo aquella cana al aire: hoy no lo harían, probablemente. Su egoísmo no fue muy racional dadas las circunstancias que se venían venir.
La gente pide pocas cosas y muy claras, pero a veces pide cosas inmediatas y hasta imposibles y es entonces cuando los electorados invocan el populismo: la vía rápida. Estamos en un momento en que esto último es muy factible. Sin embargo, solo una sólida y creciente racionalidad hace persistente en el tiempo y creíble en su fondo ideológico a una alternativa política de izquierda, pues esa es la imagen que la izquierda histórica ha querido dar de sí misma. La derecha lo tiene más fácil, al menos en este sentido. Pero todo está abierto.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.