Editar por el tacto y el olor
Josep Maria Castellet hace memoria de su oficio y aumenta su galería de retratos con Espriu y Roig
Josep Maria Castellet fue director literario de Edicions 62 entre 1964 y 1996. “Esa figura se ha acabado; durante 33 años tuve libertad para hacer lo que me daba la gana; hoy hay otra división del trabajo que se considera más racional”, deja caer con deje escéptico. Castellet mantiene que su oficio es sensorial y jura que es “una verdad como un templo” que hay libros “que sabes que no pueden ser buenos solo por el tacto y el olor”. Sobre todo eso reflexiona en Memòries confidencials d’un editor, puesta al día de un texto que escribió en 1987 como preámbulo al catálogo de los 25 años de Edicions 62 y que, al medio siglo del sello, lo edita la casa como libro con un impagable bonus, el del los retratos de tres escritores amigos: Salvador Espriu, Baltasar Porcel y Montserrat Roig.
Aburrido como una ostra como gerente de una editorial jurídica, Castellet recibió en 1964 la visita de Max Cahner, quien, con Ramon Bastardes, había fundado Edicions 62. Buscaban un director literario: ¿sabía de alguien? Sí: él mismo; sus contactos internacionales como lector de Seix Barral hacían de ese abogado que nunca ejerció el hombre ideal para crear un catálogo que incorporara, amén de lo autóctono en una época en que se publicaban 300 títulos al año en catalán, la narrativa extranjera del momento. “Se trataba de desprovincializar la edición en catalán, que es lo que ya le iba bien al franquismo”, resume hoy el editor.
Las peripecias que llevaron a esa editorial que en 1969 casi desapareció por el proyecto de la Gran Enciclopèdia Catalana y hoy es núcleo del primer holding editorial en catalán están contadas con la fluidez y la justa combinación de anécdotas y reflexiones que muestran también los deliciosos retratos del volumen.
“En los sesenta se trataba de 'desprovincializar’ la edición en catalán”
Siguiendo las huellas de su ya notable friso memorialístico (Els escenaris de la memoria, de 1988; Dietari de 1973, de 2007, y Seductors, il·lustrats i visionaris, de 2009), Castellet se arma con las lecturas del psiquiatra Ernest Kretschmer para la descripción psicológica y anatómica, y a pesar de la tendencia a “aplastar la chafardería por culpa del fantasma del historiador Pierre Vilar”, que le “recriminó la falta de objetividad de la verdad de la memoria”, hace unos retratos vivísimos. Como el que fija a Espriu en su piso del paseo de Gràcia, 132, casi de luto (“traje gris, corbata negra, calcetines grises, zapatos negros, rostro severo”), interrogador cuatro horas, a caballo entre la policial y lo freudiano, de un joven Castellet. Con los años, “sin pelearnos, acabaríamos peleándonos” porque desveló la influencia de la cábala en la obra de Espriu, que este negaba.
También asoma un Porcel que con 32 años, “vestido con cazadora de cuero, jersey de cuello alto y pantalones ajustados”, y con los ojos tapados por unas gafas negras que “oscurecían una parte importante de su personalidad, que era la mirada, siempre inquisidora y que buscaba realidades imposibles”, se bajó los pantalones en el escenario del musical Hair en el París de 1969. Castellet muestra el Porcel catalanista abducido por el Jordi Pujol encarcelado, el necesitado de protección evanescente durante su proceso creativo... Y regala dos perlas: que por la aspereza que siempre generó perdió el Premio Nacional de Cultura de la Generalitat de 2001, al que optaba con una de sus mejores obras (El cor del senglar), y un monólogo final donde le confesaba errores y mostraba sus sentimientos íntimos.
El retrato que más le costó —“era mujer y me llevaba más de 20 años”— fue el de la autora de El temps de les cireres, a quien también acompañó en su crecimiento como escritora. Era una joven “de ojos grandes y la boca llena de risas”, de “generosidad gestual”, manifestación de su carácter, “que tendía tanto a expresar afecto e interés como a pedirlo”. La conoció en el encierro de Montserrat de 1970, cuando aún dejaba sobre el despacho de su padre sin decirle nada sus textos, que aquel le devolvía con anotaciones también sin comentarle nada. La chica que le confesó que lloraba mientras redactaba Els catalans als camps nazis llamaba a Castellet en las cartas “estimat papa-mestretites”, quizá el resumen de cómo veía ella su amistad.
La editora Pilar Beltran tiene más proyectos para su exjefe. Pero este escribe lento, está a punto de cumplir 86 años y, como le ha costado trazar estos últimos retratos (desechó otro de Manuel de Pedrolo porque “mantenía con él un trato casi exclusivamente editorial y tenía una manera de ser complicada, a lo que no era ajeno que vivía como si Cataluña fuera independiente”), tiene también su proyecto. Y ante la dualidad, afirma: “He de hacer lo que me parezca”. Por algo fue director editorial.
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