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Columna
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La injusticia flagrante

Es muy probable que Rajoy se ofrezca para sustituir a Sarkozy en el papel de portador de las maletas de la canciller alemana

Josep Ramoneda

La justicia como prioridad. Tanto en el discurso de la victoria electoral como durante la campaña, François Hollande ha reiterado que la justicia es su preocupación principal, hasta el punto de afirmar que sobre esta cuestión será juzgado al final de su mandato. Sea un recurso de campaña o una aspiración sincera, me parece extraordinariamente importante que, en una circunstancia como la actual, se ponga la cuestión de la justicia en primer plano. Con toda frialdad, se están desarrollando en Europa unas políticas de austeridad que provocan injusticias flagrantes. Nadie levanta la voz contra ellas. Todo lo contrario, hay que pedir perdón para hablar de desigualdades, de pobreza, de exclusión o de marginación, porque, si alguien osa dar visibilidad a estas realidades, inmediatamente es acusado de demagogo o de populista. Y sin embargo, ¿cuál es la función de la política: disputar el título mundial de la austeridad, sin reparar en las consecuencias porque cuando se compite solo cuenta la dimensión de los recortes, o ocuparse del bienestar de las personas? Dice Amartya Sen que la eliminación de la injusticia manifiesta es el verdadero principio de la justicia. Celebro que el futuro presidente de Francia enarbole esta bandera. La presión de los mercados financieros y el recurso a la ideología económica para la legitimación de los Gobiernos han puesto la política cabeza abajo. Hay que volver a ponerla de pie. La apelación a la justicia es una manera de denunciar está inversión que amenaza a la democracia.

Las elecciones griegas nos colocan ante otra cuestión que los discursos oficiales quieren que pase desapercibida: que la situación económica y las políticas que se le aplican están poniendo en alto riesgo la democracia. A medida que la injusticia flagrante crece, que el desprecio por las personas, disfrazado con el discurso “no hay alternativa” aumenta, la democracia entra en zona de peligro. Es inevitable recordar la ceguera de los partidos de los años treinta que condujo al desastre, por empeñarse en unas políticas que no hacían sino aumentar la desesperación de la gente, sin querer ver las amenazas que crecían sin parar. En Grecia, los partidos sistémicos, que han gobernado en alternancia el país desde el final de la dictadura, se han hundido. Nueva Democracia, que ha ganado con menos del 20% de los votos, y el Pasok sumaban en 2009 el 78%, ahora apenas superan el 30%. El frente de izquierdas antirrescate, Syriza, se sitúa por delante de los socialdemócratas. Europa ya ha dicho que o gobierna la coalición delegada de los rescatadores o se acabaron las ayudas. ¿De qué sirven entonces las elecciones? Papandreu quiso someter la intervención de Grecia al voto popular: le hicieron dimitir. Ahora queda terminantemente prohibido que el resultado de las elecciones signifique un cambio de política. Desde luego no podrá alegarse sorpresa si la próxima vez los extremos crecen todavía más. El aviso de Grecia es contundente. Solo puede negarlo el que considere que determinadas estrategias económicas están por encima de las instituciones democráticas.

La elección de Hollande es una chispa dentro de la monotonía asfixiante en la que se mueve Europa. Hollande puede pensar que juega con la ventaja de que nadie espera milagros. Y es cierto. Pero se esperan cambios razonables y estos, a menudo, son los más difíciles de conseguir. Las políticas de austeridad han llevado a un sinsentido tan extremo, a un sufrimiento tan difícil de justificar, que estaba en el ambiente la necesidad de suavizarlas en beneficio del crecimiento. En este sentido, Hollande llega en el momento oportuno. Ahora falta encontrar los caminos y las complicidades. ¿Llegarán desde aquí? En Cataluña, tenemos un Gobierno con poderes limitados decidido a construirse una identidad como primero de la clase en la carrera de la austeridad. El Gobierno español ha hecho de las políticas de austeridad una ideología. ¿Tendrán la cintura suficiente para adaptar tan fundamentales principios a la realidad y comprender los beneficios de conseguir mejores plazos para la estabilidad fiscal? La sectaria nota oficial con que el PP respondió a la elección de Hollande, en que Sarkozy era más protagonista que el nuevo presidente, hace pensar lo peor. En vez de buscar alianzas para contrarrestar el poder de Angela Merkel, es muy probable que Rajoy se ofrezca para sustituir a Sarkozy en el papel de portador de las maletas de la canciller alemana. Lo mismo que hizo, en su día, Aznar con Bush. A la derecha española le va dividir Europa.

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