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El gótico disperso del Pirineo

Un libro repasa la accidentada historia de los retablos desaparecidos De los 20 obras estudiadas, nueve no están en su lugar original

José Ángel Montañés
Pie de Foto: Calvario de retablo de Sant Just y Pastor de Son, pintado por Pere Espallargues, según el investigador Alberto Velasco.
Pie de Foto: Calvario de retablo de Sant Just y Pastor de Son, pintado por Pere Espallargues, según el investigador Alberto Velasco.

El románico no es el único arte producido en las comarcas del Pirineo. La importancia y el nivel de la pintura mural creada en las pequeñas localidades de montaña en los siglos XII y XIII eclipsa otras manifestaciones posteriores. Pero las iglesias del Pallars, la Val d’Aran y la Alta Ribagorça también contaron con una rica e intensa producción artística durante el gótico y el Renacimiento. Devocions pintades. Retaules de les Valls d’Àneu (Pagès Editors), de Alberto Velasco, repasa exhaustivamente las producciones de esta zona del Pallars Sobirà y comarcas cercanas; descubre nuevas obras, como unas tablillas de altar en València d’Àneu, uno de los primeros ejemplos de pintura gótica en la zona; establece la autoría de muchas pinturas; localiza retablos y fragmentos que han viajado fuera de estas tierras, incluso han cruzado el Atlántico, y critica los intereses políticos que a veces están detrás de la adquisición de estas obras. De los 20 retablos que analiza Velasco producidos en el valle de Àneu en estos siglos, nueve han abandonado su lugar original, y de estos, cuatro han desaparecido completamente, tres se exhiben en museos y dos solo se conocen en parte.

“La venta de obras de arte a comienzos del siglo XX y la Guerra Civil causó la desaparición de muchas de estas piezas”, asegura Velasco, conservador del Museo de Lleida. Tras investigar durante siete años en museos y archivos, este especialista ha reconstruido el proceso de venta de muchas de estas obras, la mayoría con el consentimiento de las autoridades eclesiásticas. Sin embargo, se niega a utilizar el término “expolio” porque, asegura, “a principios del siglo XX las leyes no lo prohibían y no podemos juzgar según un criterio actual, ya que el derecho eclesiástico lo permitía”. Otra cosa fueron “las ventas tras la Guerra Civil, en los años cincuenta y sesenta, que sí fueron ilegales”.

Según ha comprobado Velasco, muchas de las obras que se recogieron en el Museo del Pueblo de Lleida, provenientes de las parroquias del Pirineo, para protegerlas de la guerra, no se devolvieron tras el conflicto, sino que acabaron en colecciones privadas. “El anticuario Josep Bardolet tuvo un papel importante en la dispersión de estas obras, que acabaron en museos como el Maricel de Sitges y el de Bellas Artes de Bilbao, vinculados a sus amigos Pérez Rosales y Marià Espinal”, denuncia. Velasco apunta incluso que Bardolet y Josep Gudiol estuvieron detrás en la salida de obras hacia Estados Unidos. “Ambos hicieron mucho en la salvaguarda del patrimonio, pero tienen una parte oscura que es innegable”.

Otra de las novedades de su estudio es el aumento en obras atribuidas, ya que ninguna aparece firmada, excepto el retablo de Enviny, actualmente en la Hispanic Society de Nueva York, que fue creado por Pere Espallargues y permite identificar estilísticamente el resto de sus obras. “Es muy complicado porque desconocemos los documentos en los que se encargan los retablos, que permitirían conocer a los artistas”. Es lo que le pasó en 2001, cuando se identificó a Joanot de Pau tras encontrarse un documento que ha “permitido atribuirle 10 obras por comparación y saber que ni oía ni hablaba”, explica. Velasco reconoce que ninguno de los autores que trabajaron en la zona están a la altura de los que lo hicieron en ciudades como Barcelona, como Bernat Martorell y Jaume Huguet, de cuya obra se inaugura esta semana una exposición en el Museo Nacional de Arte de Cataluña (MNAC).

Alberto Velasco ha conseguido descubrir la autoría de varias piezas

El autor se ha sumergido en los archivos fotográficos en busca de la información que le ha permitido situar las obras en su contexto, como una imagen de 1900 que revela que el retablo de Bernat Despuig de santa Ana que conserva el MNAC procede de la iglesia de Sant Joan d’Isil, y otra, de 1920, que indica que un retablo del Detroit Institute of Art estuvo siempre en la ermita de Santa Maria de Espui y es obra del Mestre d’All. También ha reconstruido el retablo de Sant Just i Sant Pastor de Son, obra de Espallargues, un buen ejemplo de dispersión del arte pirenaico.

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Precisamente, uno de los fragmentos de este enorme retablo es hoy motivo de litigio entre Cataluña y Aragón. La obra fue una de las que viajaron a Lleida durante 1936 después de ser desmontada. Tras el conflicto se devolvió a su iglesia, pero no completa, pues faltaban cinco tablas de la parte inferior, una acción que Velasco atribuye a Bardolet. Con los años aparecieron dos en el Museo Maricel; otra en el museo de La Seu d’Urgell; la cuarta estuvo a la venta en Barcelona, pero se le ha perdido la pista, y la quinta, un calvario, fue subastada en Madrid por 9.500 euros en el año 2009 y adquirida por el Ministerio de Cultura a petición de la Generalitat y la Diputación General de Aragón, pero se cedió al Museo de Huesca -que defendía que pertenecía a un retablo de Barbastro-, según Velasco “para compensar” por el largo conflicto por el arte de la franja oriental de Aragón y “tras tener en cuenta informaciones erróneas e interesadas que solo argumentaban razones estilísticas y que ni siquiera tuvieron en cuenta que las tablas eran de medidas diferentes”.

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Sobre la firma

José Ángel Montañés
Redactor de Cultura de EL PAÍS en Cataluña, donde hace el seguimiento de los temas de Arte y Patrimonio. Es licenciado en Prehistoria e Historia Antigua y diplomado en Restauración de Bienes Culturales y autor de libros como 'El niño secreto de los Dalí', publicado en 2020.

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