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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Palabras y música del presente

El escritor italiano Erri de Luca y el pianista mallorquín Agustí Fernández son de lo mejor de la cosecha de los cincuenta

Mercè Ibarz

Hoy voy a hablarles de dos creadores de mi generación que celebro como si fueran viejos conocidos, afinidades que parecen derivarse del hecho de compartir maneras de estar en el mundo, de reproducirlo o de desenterrarlo, que de todo eso hay en la creación tal y como estos dos la entienden. No siempre se elige, a menudo la manera de estar en el mundo es una herencia, algo que una no sabe muy bien de joven cómo ni por qué está tan pegado a su piel. Un ejemplo vivido: no elegí un ángulo de conocimiento, la perspectiva libertaria, sino que cuando la advertí, en los setenta, sentí que algo o alguien dentro de mi piel encendía luces en pasillos hasta entonces oscuros, había nacido en los cincuenta, en un lugar que hoy sé que fue clave en la historia libertaria. Una no elige, como mucho llega a discernir entre lo cruel y lo limpio. Era aquella perspectiva la que me esperaba. Lo mismo Erri de Luca, escritor en italiano de resonancias napolitanas, y Agustí Fernández, pianista de la improvisación nacido en Mallorca y barcelonés adoptivo. Una vez que empecé a escuchar el piano de uno y a leer los libros del otro, comprendí que me tenían a su lado, me los hice míos. De ahí que escriba esto hoy. Diría que no se puede escribir bien de nada que no sea propio.

El último disco de Agustí Fernández es El laberint de la memòria, un título que como lectora de De Luca resulta una imagen bastante exacta de su escritura, en todos sus libros, también en el que hoy presenta en Barcelona, Els peixos no tanquen els ulls (Bromera; en castellano en Seix Barral). Si quieren escucharle, le encontrarán en la biblioteca Agustí Centelles esta tarde. En él cuenta que a veces empuña la guitarra y canta canciones napolitanas que aprendió de su madre.

El disco de Agustí Fernández es un abanico de composiciones a partir de la música clásica española del siglo pasado, un encargo que no le ha venido de aquí sino de Portugal, del sello discográfico Mbari, que comanda João Santos. Un reto que el músico ha reconducido con una sonoridad propia que enlaza su memoria y desde luego la mía. Cuando oigo esta música, lo que hago conduciendo por las tierras de mi origen, me sorprende su diálogo con mis paisajes y recuerdos.

Lo mismo consigue De Luca una y otra vez en sus libros a partir de momentos decisivos de lo vivido, olvidados y ahora rescatados en su integridad, su rara belleza y el sentido colectivo de las palabras, algunas de uso a menudo tan incierto como justicia o amar. Estos dos deberían conocerse. Los dos son hijos de la posguerra, los dos aportan algo intangible y tan real como una caricia soñada, construyen con palabras el uno y con las notas del piano el otro (y hasta con las cuerdas del piano) la posibilidad de confiar en la literatura y en la música del presente a pesar del colosal ruido que las industrias del libro y de la música han armado desde que estos dos empezaron.

Estos dos deberían conocerse. Los dos son hijos de la posguerra, los dos aportan algo intangible y tan real como una caricia soñada

De Luca comenzó más tarde que nuestro músico, en los noventa, en paralelo a la Italia de aquel a quien, si le preguntan, se refiere como el Innominato, el innombrable B. Sus libros surgen de las ruinas de la guerra en Nápoles, intactos. Están escritos en frases afirmativas, en las que prácticamente no hay un no ni tampoco un pero, lo que es complicado de lograr. Aparecen en la Italia de la vergüenza para aquel amplio conjunto que fue la izquierda italiana, también la extrema izquierda, a la que De Luca perteneció. En este último libro, no sé si en otros lo ha hecho ya, pues es un autor prolífico de libros breves que llegan cada año a las librerías, habla de la vergüenza, un sentimiento que a mi modo de ver está bastante extendido entre la literatura catalana del momento, algo que aquí solo apunto. En apariencia De Luca no se refiere a ella en sentido colectivo, pero sí. Un hombre evoca 50 años después al niño de 10 años que fue, cuando por vez primera pronunció la palabra amor y sintió vergüenza ante la competición de otros niños: “Ara sé que és un sentiment polític perquè empeny a respondre per treure-se-la de la cara”. Mientras leía, de nuevo el laberinto de la memoria, en el nítido fraseado de Agustí Fernández, acompañaba las palabras. Es tan límpido como De Luca.

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Agustí Fernández es uno de nuestros mejores músicos y me parece que aún no se lo hemos dicho. Hace tanto y tan variado, solo o en grupo, que no lo vemos, como si fuera invisible. Pero no lo es. Lo saben en otros lugares de Europa y en Estados Unidos, donde su jazz y su improvisación suenan a gloria y a genio. Aquí va mi saludo, el día que Erri de Luca habla a los lectores en Barcelona. En una biblioteca, claro.

Mercè Ibarz es escritora.

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