El Chiringuito de Dios: un comedor social para 'sin techo' en el Raval de Barcelona
Un ciudadano alemán creó el local que proporciona desayunos, cenas y ropa a personas pobres
Una furgoneta de los restaurantes de Carles Abellán aparca cada jueves detrás del hotel del Raval, en Barcelona. De ella sacan una enorme paella. Tan grande es que tiene que entrar de lado por la puerta del Chiringuito de Dios, en la calle de Espalter. El chiringuito es un pequeño local de poco más de 30 metros cuadrados en el que cada día un centenar de personas que duermen en la calle pueden desayunar y cenar.
Los jueves es el único día que hay comida a mediodía. Solo para los puedan coger número: hay cuatro mesas para 16 comensales y tres turnos. En total, cerca de 50 raciones. La paella la acaba de hacer Cynthia, cocinera del grupo de Abellán. Una elaboración que empieza en el local del restaurante de Comerç, 24, y que acaba en un rincón de la cocina del chiringuito con bombona de gas y quemador incluido que cada jueves va y viene.
“Antes hay caldo, para entonar”, aclara Cynthia. El jueves pasado cuatro subsaharianos compartían una de las mesas, en las otras tres se imponía la mezcla total; españoles, rumanos, marroquíes y del resto de Europa: personas que duermen en las calles y los rincones del Raval y saben que los jueves pueden comer una paella estupenda en el Chiringuito de Dios. La entidad se promociona como “asociación para la justicia social Can Salaam”. La cara de cada uno de los comensales es un mundo lleno de problemas.
De los problemas de las drogas a la inmigración y los efectos de la crisis
Les sirven los platos un grupo de niños del Colegio Alemán que participan en un programa que denominan “la escuela de la vida”. Muy atentos a las indicaciones de lo que tienen que hacer, van y vienen de las mesas con los platos cuidando de no equivocarse. Hay música de fondo. Se come deprisa y en media hora entran los siguientes 16. Mientras, otros voluntarios han ido fregando los platos y cubiertos. Y así cada jueves.
Cuando acaban de repartir las comidas, los chicos y chicas se van con sus profesores. "Para ellos es toda una experiencia", explica una de las tutoras.
El fundador del Chiringuito de Dios es Wolfgang Striebinger, un alemán afincado en España desde hace 20 años, siempre en proyectos de atención social. Él pasó por una situación similar hace décadas en la India. Consiguió salir de ella y decidió ayudar. Primero en Bilbao, con un grupo de misioneros, sobre todo con jóvenes con problemas de drogas. A Barcelona llegó en 1992. Después de un primer local en la plaza Reial, abrió el Chiringuito en la calle de Espalter. Pastor evangelista, decidió bautizar el local con el nombre del Chiringuito de Dios.
Insiste en que no se trata de proselitismo, sino de ayudar a combatir la exclusión con los primeros auxilios, como es la alimentación. Tiene un buen comodín que le ayuda: el pare Manel. Es él quien ha hecho posible la paella del jueves y es él, también, quien le suministra la ropa que Wolfgang almacena en un minúsculo local que tiene junto al Chiringuito. Los "sin techo" del barrio pueden coger algo de ropa y asearse.
Un centenar de personas desayunan y cenan en el local cada día
Su trabajo social lo completa un piso en el que tiene espacio para cuatro personas. “Los voluntarios que tenemos, cuatro o cinco, son personas que estaban en la calle y que han levantado cabeza. Nos ayudan un tiempo porque la idea es que se busquen la vida por su cuenta y que los recursos se utilicen en otros que están peor”, explica el fundador del Chiringuito.
El boca a boca y la solidaridad del barrio son pieza básica para el Chiringuito. El Pollo Rico —un local histórico de la calle de Sant Pau— cada día les prepara un enorme puchero de caldo para la noche. Panaderos del Raval les dan pan, una cadena de supermercados también les suministra alimentos justos de fecha y no pocos particulares aportan productos de primera necesidad, como una mujer que llega con un coche y descarga leche, aceite y botes de conserva. El Banco de Alimentos también ayuda.
Parece difícil que en un espacio tan pequeño se pueda organizar un trajín constante de cosas y personas. “Al final, hemos tenido que dar números para los desayunos porque había problemas en la cola y los vecinos protestaron. Para el desayuno también hay tres turnos. Dentro, se exige un mínimo de orden y de normas de comportamiento. Y no se puede beber", explica Wolfgang.
Desde su puerta vio caer fincas enteras del Raval que dieron paso a la construcción de la rambla. Después, fue testigo presencial de como tomaba forma la Illa Robadors, donde está el Chiringuito, y ahora contempla la recién estrenada Filmoteca de Cataluña con la sempiterna prostitución callejera de fondo. “Cuando abrimos, el problema era la droga —que, literalmente,volaba desde los balcones— y ahora, sobre todo, es una inmigración que se ha quedado atrapada, como muchos otros de aquí”, resume. Al caer la tarde, muchos “sin techo” se acercan por el Chiringuito para tomar sopa o un bocadillo. Hasta agotar las existencias del día.
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