El botín de la derrota
De triunfar Chacón, el PSC se hubiera visto obligado a rebajar su personalidad diferenciada y diluir su federalismo
Madrid, 19 de junio de 2001. Tras haber sido partícipes, en el siempre hospitalario Círculo de Bellas Artes, de una mesa redonda bajo el enunciado 100 años de catalanismo en la política española, el senador y antiguo ponente constitucional Jordi Solé Tura, el historiador Javier Tusell, quien escribe estas líneas y un ilustre colega barcelonés que me guardará de mentir van a cenar al restaurante La Ancha, muy frecuentado por políticos a causa de su proximidad al Congreso.
Al rato, hace su entrada en el local un animado grupo de jóvenes, entre los cuales la entonces novel diputada pero ya miembro de la ejecutiva del PSOE, Carme Chacón, que acude solícita a saludar al exministro de Cultura y, por extensión, a sus compañeros de mesa. Unos minutos después el bueno de Tusell da rienda suelta a su insaciable curiosidad y pregunta: “Oye, Jordi, ¿qué tal esta chica?”. Tras un instante de reflexión y una leve mueca en su rostro, el interpelado responde lacónicamente: “poquita cosa”.
Una década larga después, pese al encaprichamiento de Rodríguez Zapatero y a los prodigios de la mercadotecnia, no parece que el diagnóstico de Jordi Solé haya perdido validez. Esto hace todavía más incomprensible la contundencia del apoyo que el núcleo dirigente del PSC prestó a la señora Chacón en sus aspiraciones al liderazgo del PSOE. Desdeñando la sabiduría popular —aquella que aconseja no poner nunca todos los huevos en un solo cesto— y las señales de inquietud surgidas de sus propias filas (señales expresadas con palabras, pero sobre todo con clamorosos silencios), la flamante cúpula del socialismo catalán apostó a todo o nada…, y ha salido del congreso de Sevilla sin nada, como no sea un intenso olor a chamusquina.
Pero, como también asegura el refranero, “no hay mal que por bien no venga”. Y, más allá del desgaste que la derrota suponga para Pere Navarro y su equipo, el resultado del 38º congreso del PSOE clarifica extraordinariamente el horizonte del Partit dels Socialistes y aparta de su camino algunas trampas que podían ser mortales.
La más peligrosa de todas —tanto, que ya empezó a hacer estragos durante la campaña precongresual— era la de un PSC abducido por “la catalana de Ferraz”
La más peligrosa de todas —tanto, que ya empezó a hacer estragos durante la campaña precongresual— era la de un PSC abducido por “la catalana de Ferraz”, cautivo de un deber de solidaridad hacia su correligionaria erigida en secretaria general del PSOE, involucrado como nunca en el puente de mando del socialismo español y, por ello, obligado a rebajar su personalidad diferenciada, a diluir su federalismo, a silenciar las demandas de más perfil propio que salieron del congreso de diciembre, hasta convertirse de facto en una federación autonómica sin mayores atributos o —para expresarlo con la metáfora de la propia Carme Chacón— en un mero “acento” dentro de la “voz única” del PSOE.
Y bien, este riesgo y todos cuantos de él se derivaban (incluyendo el de que, espoleado por la situación, todo o parte del “sector catalanista” del PSC terminase dando el portazo) se han disipado con la victoria de Alfredo Pérez Rubalcaba. Sea este más o menos jacobino, más o menos rencoroso, el PSC podrá mantener con él una relación libre y desacomplejada, sin las hipotecas de apoyo mutuo que hubiese tenido con Chacón. No son precisamente miembros del ala abertzale del partido los que, desde el pasado lunes, afirman que “el nuevo PSC será más PSC que nunca”, y apuestan por revisar sin demora el protocolo de relaciones con el PSOE. Es de esperar que, decaído el temor a perjudicar las posibilidades de la exministra de Defensa, clarifiquen también su apoyo al pacto fiscal, o a la demanda de sus eurodiputados Obiols y Badia de tener una relación directa con el Partido de los Socialistas Europeos.
EL PAÍS lo ilustraba muy bien anteayer: tras proclamarse el triunfo de Rubalcaba, “el PSOE retiró enmiendas contra la autonomía del PSC por temor al cisma”. Ojalá que desde la calle de Nicaragua sepan hacer valer ese temor para fortalecer su soberanía.
Joan B. Culla i Clarà es historiador.
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