‘La fiesta del fin del mundo’: el apocalipsis es solo un nuevo comienzo
La profesora Natalia Castro Picón propone un recorrido por las numerosas crisis de la España reciente a través de las manifestaciones culturales que las reflejan e interpretan


No contamos nada nuevo si afirmamos que el mundo se acaba. Acechan a cada esquina las emergencias sanitarias, los descalabros económicos, los desastres naturales, los conflictos armados. Desde 2008, año infausto de la (primera) gran crisis financiera del siglo XXI, el porvenir ha dejado de ser lo que era. Hasta aquel punto de inflexión histórico se retrotrae el ensayo de Natalia Castro Picón La fiesta del fin del mundo. Apocalipsis cultural en el periodo entre crisis (España, 2008-2023), donde la menorquina, profesora e investigadora de la Universidad de Princeton, además de poeta, plantea un informadísimo y elegantemente armado recorrido por la devastación y sus manifestaciones culturales en la España reciente que le ha valido el Premio Anagrama de Ensayo.
Frente al “tremendismo sociofóbico” y su reverso igualmente pernicioso, el escapismo, la autora propone una suerte de meditación en sus múltiples acepciones: alienta a la reflexión e invita a anclar la mirada en el presente. Antes de meterse en materia, advierte: “La destrucción apocalíptica no es sino una instancia cultural que ofrece una poética (…) a través de la cual nos permitimos transitar las crisis, nos brinda la posibilidad de seguir experimentando la realidad cuando nada en ella conserva ninguna lógica”. Esto es, la imaginación finmundista no predice tanto una verdadera suspensión del tiempo como proporciona un asidero para navegar en medio de la tormenta.
Desde ese punto de partida, la autora traza una suerte de descenso a los infiernos nacionales. Esta catábasis arranca con el malogrado megaproyecto de casinos Eurovegas, gemelo abortado de Las Vegas, una utopía tardocapitalista concebida a modo de oasis anticrisis en el paisaje yermo de los alrededores de Alcorcón. Paso a paso, la espiral de no-lugares —escenarios hostiles e inhabitables— va girando para atravesar la meseta castellana, la periferia de los descampados y los suburbios de viviendas en serie hasta desembocar en la gran Babilonia, Madrid, con sus vacíos urbanos y su epicentro desolador: la granítica Puerta del Sol. En ellos se van representando las tragedias de la época: la recesión, el despoblamiento de las zonas rurales, la proliferación de las casas de apuestas, el advenimiento del precariado, la crisis de la vivienda, el cambio climático… y, por supuesto, no podría faltar, la pandemia.
La autora traza un descenso a los infiernos nacionales a través de los no-lugares: la meseta, los descampados, los suburbios…
Nacido de su tesis doctoral, la autora ha invertido 10 años de trabajo en este libro, que traslucen en la cantidad de materiales y fuentes que maneja. Intercalados en la narración documentada de los hechos históricos, Castro Picón inserta en su radiografía libros, películas, series y todo tipo de expresiones culturales producidas durante estos años que hacen las veces de espejo, megáfono y laboratorio de ideas. “En los años que pasan entre la depresión económica y la crisis sanitaria, la imaginación del fin del mundo lo invade todo: titulares, tertulias, redes sociales, la calle, la cartelera, las mesas de novedades y hasta las salas de conciertos”, escribe. “Desde la perspectiva que ofrecen los estudios culturales, [este ensayo] despliega e interpreta esa constelación de metáforas y retóricas”.
Así, la novela Intemperie (2013), de Jesús Carrasco, le sirve para adentrarse en ese erial rural que Sergio del Molino catalogaría después como La España vacía (2016): una suerte de lejano Oeste donde los tradicionales vínculos de reciprocidad y arraigo con el territorio se han quebrado. Los paseos sin rumbo por el extrarradio de la protagonista de La trabajadora (2014), de Elvira Navarro, se explican como síntoma de la enfermedad mental que emerge como problema estructural del precariado. A modo de ejemplo de la “biointertextualidad” acuñada por Germán Labrador (la impresión de “continuidad entre ficción y experiencia”), el libro Las palmeras (2020), de Jimina Sabadú, parece anticipar la covid con la historia de una última juerga ante la llegada de una pandemia, tema recurrente en la ficción escatológica que también da título al ensayo.
En medio de la devastación, Castro Picón no se olvida del afán reconstructor, agrupado en torno al imaginario del agua: el mar de plásticos que cubrió Sol en el 15-M, las mareas ciudadanas, la ola feminista… Como epílogo, la fiesta culmina con otra inundación, esta vez devastadora: la provocada por la dana de 2024 en Valencia. Ocurrida fuera del marco temporal del ensayo, esta catástrofe le hizo reconducir sus conclusiones a la autora. De cuestionarse si la cultura debía “dar por perdida toda condición revolucionaria y emancipadora del imaginario escatológico”, pasa a hacerse, y hacernos, una pregunta que abre la puerta a un nuevo comienzo: “En la fase apocalíptica del capital, ¿cómo hacer de cada una de sus múltiples versiones del fin del mundo una nueva ocasión, aquí y ahora, para despertar el deseo colectivo de transformación y que este no quede a merced de las mismas fuerzas que le han dado lugar?”.

La fiesta del fin del mundo
Anagrama, 2025
456 páginas. 23,90 euros
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