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Natalia Castro Picón, ensayista: “La clave no es si tenemos futuro, sino qué hacemos con el caos en el que vivimos”

La investigadora y poeta menorquina acaba de ganar el Premio Anagrama de Ensayo 2025. En su libro imagina soluciones ante el fin del mundo que nos anunció la Gran Recesión

Natalia Castro Picón, ensayista
Jimena Marcos

Natalia Castro Picón (Menorca, 1989) no era, hasta ahora, un nombre habitual en el círculo literario y ensayístico. Profesora e investigadora en la Universidad de Princeton, poeta y académica, acaba de ganar con su primer ensayo, La fiesta del fin del mundo. Apocalipsis cultural en el periodo entre crisis (España, 2008-2023), el Premio Anagrama de Ensayo 2025, uno de los más prestigiosos del país. En un panorama dominado por voces consagradas y extranjeras, Castro Picón logra abrirse paso con una obra llena de referencias, pensamiento crítico y una mirada tan afilada como generacional.

Su ensayo rastrea cómo el colapso económico y la hegemonía neoliberal se han infiltrado en la sensibilidad, la cultura y el lenguaje de quienes han crecido entre la crisis de 2008, la pandemia y el colapso ecológico. Autora de dos poemarios, La intermitencia de los faros (Canalla Ediciones, 2013) y La misma piedra (Baile del Sol, 2016), lleva tatuada en el brazo una frase de Paul Éluard que engloba su vida, su obra y su forma de pensar: “Hay otros mundos, pero están en este”. En tiempos en que los magnates tecnológicos buscan la salvación huyendo a otro planeta, Castro Picón propone lo contrario: si hay un apocalipsis, habrá que repararlo desde dentro… y con una fiesta.

Pregunta. ¿Cómo ha encontrado España a su vuelta?

Respuesta. Me fui en agosto de 2024, pero voy y vengo todo el rato, así que he visto la transformación muy de cerca. A mí este barrio [Lavapiés] me encanta, pero entiendo que hay un diálogo tenso entre la deriva urbana hacia el neoliberalismo salvaje y las posibilidades de resistir.

P. ¿Cómo está la situación en Princeton con el gobierno de Trump?

R. La universidad está cambiando radicalmente. De repente hay una lista de palabras prohibidas que no podemos utilizar en la academia si queremos acceder a fondos federales o a la hora de plantear una tesis. Esto es interesante desde una perspectiva sociolingüística: tenemos que aprender a la fuerza a reinventar el lenguaje porque nos lo están robando, ya sea cambiando el significado de las palabras o prohibiéndolas directamente.

P. ¿Cuáles son esas palabras prohibidas?

R. “Justicia social”, “activista”, “movimiento”… Ya no se pueden decir.

P. ¿Y qué dice?

R. Uso mucho “democracia”, es como un “huevito duro”, nadie la va a atacar.

P. Aquí algunos llaman “dictadura” a la “democracia”.

R. La derecha, ¿no? Hay palabras que son más dinámicas a la hora de absorber los significados y las emociones que están asociadas a ellas y esto, como todo en el capitalismo, se ha acelerado hasta tal punto que la relativización es absoluta.

P. Critica el papel de los medios progresistas. Habla de “estrechez interpretativa”.

R. Cuando nos ponemos apocalípticos ante una crisis, no es que haya una mano negra intentando salvar el capital, sino que, al estar educadas en esa sensibilidad, reproducimos constantemente la autosostenibilidad de la cultura dominante. A no ser que aparezca el pensamiento crítico y esto se rompa. Los medios de comunicación, la industria cultural y todas nosotras cuando producimos textos o imágenes a veces no somos conscientes de si estamos reforzando una ideología dominante que es nociva o si estamos proponiendo algo nuevo.

P. También dice: “En 2019 escribí en Twitter: ‘que el fin del mundo te pille escribiendo un libro sobre el apocalipsis”. ¿Sigue teniendo Twitter?

R. ¡No! No tengo redes. Me las quité todas en febrero y es una de las cosas que tengo que agradecerle al gobierno de Donald Trump. Tenía muchas ganas de quitármelas y encontré el momento cuando las redes dejaron de ser un espacio seguro y publicar un artículo de una amiga me dio miedo.

P. ¿De qué trataba?

R. Ellen Mayock, que es profesora, activista y que lleva muchos años en movimientos sociales, se enteró de que el departamento de Justicia Penal de Estados Unidos había estado mirando su LinkedIn y escribió un artículo en la revista CTXT contándolo.

P. ¿Por qué una fiesta del fin del mundo y no un plan de contingencia?

R. Unos chicos crearon en 2011 un Gabinete de Crisis de Ficciones Políticas donde hacían asambleas con expertos y terminaban con una performatividad basada en qué hacer si llegan unos alienígenas, por ejemplo. La parte lúdica abre la imaginación y nos hace pensar fuera de la caja. Ese juego también forma parte de la fiesta. En el ensayo digo que “todas las fiestas son un ensayo de la fiesta del fin del mundo” porque la fiesta es un lugar donde las formas de relacionarnos tienden a romperse o a relajarse: el trabajo no es central, el goce es fundamental, también sientes que tarde o temprano acabará todo. McKenzie Wark habla de cómo las raves son una forma de postergar el final mientras, a su vez, quiebran lo que hay.

P. ¿Se puede remontar una fiesta estando de resaca?

R. Me parece fundamental recuperar la alegría a pesar de que parezca que es el peor momento para estar felices. Es mucho más fácil resistir en la lucha cuando tienes alegrías por las que vivir. Cuando empezó la crisis, Palmar Álvarez-Blanco y Antonio Gómez escribieron un ensayo titulado La imaginación hipotecada, ahora también podríamos hablar de “las ilusiones hipotecadas”.

P. ¿Cómo se imaginan mundos nuevos cuando las certezas sobre qué es “la verdad” o “lo real” se tambalean?

R. El Apocalipsis es el libro más poético de la Biblia porque nada tiene sentido. Pero desde esa perspectiva, creativa y poética, puedes empezar a renombrar las cosas. Esto no lo digo yo, lo dice el antropólogo Ernesto de Martino. ¿Es más difícil pensar ahora en otros mundos? Pues quizá no, cuando las verdades son tan estables y tenemos tan claro dónde estamos paradas, es más difícil deshacer el puzle y volver a hacerlo.

P. ¿Para qué sirve la poesía?

R. ¡Para todo! ¡La poesía es lo más importante! Cuando el lenguaje se desarma, la mejor de forma de rehacerlo es con poesía. Es pura liberación y negociación de sentidos. Cuando muchas personas se juntan en un poetry slam o en un micro abierto lo que están haciendo es consensuar las palabras. Ahí las palabras se pueden desarmar y rearmar con mucha más libertad que en EL PAÍS o en un aula.

P. ¿Cómo consensuaría la palabra “libertad” en un poetry slam con Isabel Díaz Ayuso?

R. Habría que dar muchos rodeos. La poesía es enemiga del discurso político por mucha poética que haya en el discurso político.

P. ¿Cuánto queda para el apocalipsis?

R. Es todo el rato, ya fue, está siendo… En realidad, el apocalipsis es solo un lenguaje que emerge en contextos de crisis. Es un fenómeno recurrente en todas las culturas, una herramienta poética para nombrar lo que, de otra manera, no tiene sentido. La clave no es si tenemos futuro o no, sino qué hacemos con el caos en el que vivimos ahora.

P. Una fiesta.

R. Sí.

P. ¿Y quién paga la fiesta?

R. Muy buena pregunta. Románticamente diría: sisando recursos. Como el obrero que se lleva una tuerca de la fábrica o el que construye su casa con lo que le ha sobrado de la obra. La mejor forma de hacerlo es sisando, como en las raves.

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Sobre la firma

Jimena Marcos
Periodista en EL PAÍS Audio. Trabajó como editora jefa en Podium Podcast y como guionista en programas de TVE y Movistar+. También ha colaborado con Producciones del K.O, Carne Cruda, Radio 3, La Coctelera y Adonde Media.
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