Isabel Díaz Ayuso, ilustre liberticida
Estrangular las universidades públicas es un ataque a la libertad. La izquierda debe reconquistar esa palabra: la subida de los salarios, la reducción de la jornada laboral o la defensa de lo público son inequívocas luchas por la libertad
Me dan mucha rabia los baños públicos, en realidad privados, de la estación de Atocha y tantas otras estaciones. Relajan, hay música suave y luz cálida, acabados curvos y brillantes. Se podría morir en ellos. Sobre todo, están muy limpios, como no suelen estar los baños de las estaciones, sórdidos como trincheras. Se paga un euro por refrescarse o hacer esas cosas secretas que todos hacemos. Un euro que no todo el mundo puede o quiere pagar. Un eurazo por mear. El capitalismo neoliberal consigue rentabilizarlo todo, hasta el aparato excretor: cash from piss.
Esta privatización de los baños, que sirve para enriquecer a una empresa y segregar a los más desfavorecidos, es un fracaso de lo público e ilustra a la perfección la estrategia para dejarlo caer: la desatención y la consiguiente devaluación de los servicios (en toda su polisemia) hasta que parezca que lo privado funciona mejor por el mero hecho de ser privado. Cuesta creer que la maquinaria estatal, que maneja una red nacional de trenes y vías de alta velocidad, no fuera capaz de mantener un váter limpio, quizá por la compleja tecnología de la fregona, aun siendo esta un invento español.
Lo mismo sucede con la educación o la sanidad cuando se permite su deterioro hasta que viene alguna empresa privada a lucrarse, sacando pecho por hacerlo mejor... cuando es imposible hacerlo peor. Ahora Isabel Díaz Ayuso, presidenta de la Comunidad de Madrid, está tratando de estrangular a las seis universidades públicas madrileñas, en un país en la que universidad privada (y las pseudouniversidades) han hecho metástasis en los últimos años hasta equipararse en número a la pública.
Curiosamente, Ayuso había sido nombrada el año pasado alumna ilustre de la Complutense, donde defendió una “universidad pública de todos” que, a este paso, pronto será de nadie. Argumenta que las universidades son el caldo de cultivo de la izquierda, como la internacional conspiranoica de la ultraderecha, obsesionada con el marxismo cultural. Muera la inteligencia.
Los servicios públicos significaron el espinazo del Estado de bienestar en la segunda mitad del siglo XX, un pacto entre clases, una conquista de los trabajadores, que logró los mayores niveles de igualdad y bienestar social conocidos (ahora nos dicen que los cazadores-recolectores sí que vivían bien), sin menoscabar el crecimiento económico. De la universidad salió la clase media, la España que madruga.
Nadie en su sano juicio puede pensar que un país es mejor sin servicios públicos, como dicta la evidencia histórica y actual, pero resulta que cada vez hay más gente que parece no estar en su sano juicio. Y cada vez más de esa gente está en los gobiernos, porque otra gente, por artes de mesmerismo, les vota masivamente.
La actitud de Isabel Díaz Ayuso, que no solo asfixia la sanidad, sino la educación o los museos (prefiere financiar los toros), es una actitud liberticida, porque los servicios públicos ofrecieron la libertad de decidir cómo vivir una vida digna sin sufrir la amenazada de la precariedad, la pobreza, el desastre vital. Cuando se trataba de mantener los privilegios de la educación concertada, la derecha esgrimía sin rubor el argumento de la libertad. Por eso llama la atención que los adalides de la libertad en términos absolutos, la libertad en mayúsculas, la libertad de las cañas, sean los liberticidas cuando hablamos de tantas libertades concretas más allá de las económicas.
La libertad en abstracto es un concepto inútil, propio de discusiones adolescentes. Cuando oigan hablar de libertad pregunten para quién, para qué, contra qué. La política es el arte de discernir y conjugar entre las libertades de unos y las libertades de otros, entre, por ejemplo, la libertad de despido y la libertad sindical. Sin embargo, la palabra es tan hermosa que, como un cascarón vacío, se la ha apropiado la derecha para que los trolls fachas (ahora “liberales”) farden de ella en X, la red del reverso tenebroso. Pero la izquierda debe reconquistar la palabra libertad: la subida de los salarios o la reducción de la jornada laboral, ahora en discusión, así como al defensa y ampliación de lo público, son inequívocas luchas por una mayor libertad.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.