Paul Thomas Anderson y el mito de la revolución
‘Una batalla tras otra’ es una versión libre de ‘Vineland’, de Thomas Pynchon, que dialoga con todo el universo del escritor

One Battle After Another (Paul Thomas Anderson, 2025) es una adaptación muy libre de Vineland, una novela de Thomas Pynchon publicada en 1990. Sin embargo, lo más interesante es que la versión de Anderson dialoga con todo el universo pynchoniano y no solo con el libro que versiona, trasmitiendo su particular forma de comprender la política y el mundo, especialmente con su obra maestra, El arcoíris de gravedad.
Entre Vineland y su adaptación cinematográfica hay parecidos evidentes: en la novela de Pynchon la acción transcurre en una pequeña localidad californiana del mismo nombre. Zoyd Wheeler (a quien en la película Anderson convierte en Bob, interpretado por Leonardo DiCaprio) es un exhippie que cada año finge demencia para cobrar un subsidio estatal. Vive con su hija adolescente y su exmujer (que en el libro se llama Frenesí) es igualmente una antigua activista política que los abandonó años atrás. Todo cambia cuando el fantasma su exesposa reaparece, junto con el del amante por quien dejó a Bob (en el cine el coronel Lockjaw, Sean Penn), un fiscal federal obsesionado con ella.
Aunque la premisa es muy reconocible, a partir de aquí las diferencias se multiplican. En la película, el presente parece ser una realidad muy similar a la nuestra, pero distópica, en la que la represión a los migrantes ha alcanzado un punto de no retorno, mientras que en la novela de Pynchon la acción se sitúa durante la presidencia de Ronald Reagan, con los ecos del fracaso de los años sesenta aún resonando en el pasado “revolucionario” de los protagonistas. Esa distancia temporal es importante: Vineland trata de un país que ha domesticado la disidencia, que quizás estaba condenada de base. Sus personajes no son héroes, sino supervivientes despolitizados: el protagonista no fue nunca un militante real; su rebeldía se limitó a la música y las drogas, y su exnovia desaparecida jamás fue tan heroica como la de la película; si se cambió de bando fue por deseo y no por miedo. En el libro, pues, ambos personajes encarnan, cada uno a su manera, el desencanto de una generación que creyó poder cambiar el mundo y acabó absorbida por el mismo sistema al que se oponía. Respecto a las organizaciones políticas paralelas, que rodean a los personajes tanto en el libro como en la película, la diferencia también se mantiene: mientras que los personajes de Pynchon están paranoicos sin motivo (y sus organizaciones y protocolos son birriosos y rozan el absurdo), los de Anderson sí tienen razones para desconfiar, pues viven en un presente donde la vigilancia, la manipulación y el control son más que reales.
En las novelas de Pynchon, pareciera que toda revolución está destinada a ser deglutida por el sistema, convertida en un nuevo producto o en una nueva forma de control
Otro cambio relevante entre la película y el libro es en la cuestión racial, que Pynchon solo aborda en Vineland de forma tangencial. El título del libro y del condado ficticio en el que sucede remiten al asentamiento vikingo en América, lo cual quizás traza una línea entre ese primer acto colonizador y esos restos del hippismo que se creen emancipados. Sin embargo, en la novela apenas hay personajes racializados y los que hay (algo más gallardos y útiles para la sociedad que sus compañeros no racializados, todo hay que decirlo) son secundarios y han sido fusionados en la figura de Benicio del Toro. Sin embargo, es fácil entender por qué Paul Thomas Anderson ha decidido poner en el centro esta cuestión, que Pynchon sí exploró en su obra más ambiciosa, El arcoíris de gravedad, donde el colonialismo, la supremacía blanca y la fetichización negra son los motivos centrales.
Esta no es la única referencia al Arcoíris, tal vez porque Anderson es consciente de que, por mucho que le encantaría llevarla a la gran pantalla, se trata de una novela imposible de adaptar. Uno de los guiños más obvios es que Leonardo DiCaprio es apodado Rocket Man, como el del protagonista de la gran novela de Pynchon. Además, algunas de las escenas más icónicas de la película (como la huida por el retrete) son guiños indudables al Arcoiris y no a Vineland. Incluso el título, Una batalla tras otra, proviene (o eso me atrevo a aventurar yo) de un pasaje del Arcoíris en el que Pynchon reflexiona sobre cómo la historia humana se reduce, al final, a una sucesión de guerras, cada una repitiendo los errores de las anteriores: “No debe olvidarse que el verdadero negocio de la Guerra es comprar y vender. [...] La naturaleza masiva de la muerte en tiempos de guerra es útil en muchos sentidos. Sirve de espectáculo, equivale a maniobras de diversión de los verdaderos movimientos de la Guerra. Proporciona materia prima que será registrada por la Historia para que esta pueda ser enseñada a los niños como un encadenamiento de violencias, de una batalla tras otra”.
Esta cita, de la que tal vez ha salido el título de la película, muestra quizás la diferencia más importante entre la visión de Pynchon y la de Anderson. En la película hay una suerte de nostalgia por la revolución perdida, una melancolía por aquella energía colectiva que alguna vez desafió al sistema y que acaba dignificada en la misma película, incluso aunque el enemigo no haya cesado de vencer. En cambio, la lectura de Pynchon es crítica y hasta cruel con los revolucionarios: leyendo sus novelas, pareciera que toda revolución está destinada a ser deglutida por el sistema, convertida en un nuevo producto o en una nueva forma de control (o, en todo caso, en un cliché cultural, en una mala broma). La historia humana, sugiere, no es más que una sucesión de batallas, una tras otra, en las que los triunfadores dejan tras de sí una ristra de cadáveres y traumas irredentos.
Sara Barquinero es escritora. Su última novela se titula ‘Los Escorpiones’ (Lumen, 2024).
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