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Julia Toro: el testimonio visual de una resistencia silenciosa

El Museo Lázaro Galdiano presenta por primera vez en España la obra de una de  las figuras clave de la fotografía chilena, cuya mirada transforma cada imagen en una ventana hacia lo cotidiano y la memoria histórica

Gloria Crespo MacLennan

Hay fotógrafos que capturan; otros construyen. Julia Toro (Talca, Chile, 1933) observa, mira de cerca, y se deja sorprender. No invade. No impone. No busca la imagen perfecta: la deja aparecer.

Desde que, a los 38 años, descubrió casi por azar el medio fotográfico, ha trabajado sin concesiones. Sin responder a modas, ni a métodos o tácticas visibles. Su mirada es directa, íntima, paciente. Una mirada que se detiene ahí donde otros no miran, convirtiéndola en una de las figuras fundamentales de la fotografía chilena.

Claudio Bertoni, poeta y también fotógrafo, lo dijo con precisión: “Las fotografías de Julia me gustan porque hay sexo y pasión, y dormitorios y manchas de hombre y mujeres por todas partes (…) porque nunca es cruel, porque siempre está enamorada de lo que fotografía, porque no se burla nunca de nadie, no expone, no delata, no se aprovecha, no es nunca desconsiderada con nadie”.

Estado fotográfico reúne en el Museo Lázaro Galdiano y dentro de la programación de PHotoEspaña, que en esta edición tiene a Chile como país invitado, más de 60 fotografías realizadas a lo largo de tres décadas, muchas de ellas durante la dictadura de Pinochet. Se trata de la primera exposición de la artista chilena en España. Comisariada por el también fotógrafo Rodrigo Gómez Rovira, no busca un recorrido cronológico ni temático sino que intenta transmitir la pulsión vital que encierra una obra profundamente ligada a la vida y a sus momentos cotidianos, simples y transitorios.

“Crecí fuera de Chile, y al volver, en 1996, quise entender lo que estaba ocurriendo para poder conectarme con la fotografía. Fue entonces cuando me encontré con las imágenes de Toro y algo me sacudió. Me impactaron”, destaca el comisario de la muestra. “No sabía quién las había hecho, pero me impresionó la libertad con la que estaban tomadas. No sentí estrategia ni estilo aprendido, sino una pulsación, una respiración viva. Me parecieron sorprendentemente contemporáneas. Pensé que eran de alguien muy joven, de 25 años, con una insolencia o una soltura que me atrajo de inmediato. Años después supe quién era su autora. Ella siempre ha tenido un interior joven, y eso me sedujo”.

Desde el día en que Toro tomó la cámara por primera vez, nunca más la quiso soltar. “Fue una revelación, mirar a través de la lente”, asegura. “Con la cámara escoges. Se establece una distancia íntima. Caigo como en una especie de trance, al que me refiero como estado fotográfico. Es la mejor forma de interpretar lo que siento. Un estado al que se llega de forma espontanea y con naturalidad. Simplemente sucede. Eran tiempos difíciles, escaseaba el dinero. Tenías para comprar carretes, pero no podías abusar. Pero cuando caía en ese estado fotográfico, podía gastar el rollo entero”.

La muestra traslada al espectador a un universo íntimo, hecho de gestos discretos, en el que las emociones no se imponen sino que emergen con delicadeza. Escenas urbanas, vagones de trenes, jardines clausurados de conventos y reuniones clandestinas conforman un mosaico en el que la belleza es algo irrenunciable. Un fragmento de vida capturado sin artificio, donde lo personal se entrelaza con lo colectivo en tiempos de represión. En él resuena la memoria de un país acallado, donde los encuentros, las risas y los afectos se convierten en un acto de resistencia y la vida no se rinde. La libertad del acto fotográfico, permite el desenfoque, el temblor, y conduce a la fotógrafa a una cercanía extrema. No hay premeditación, solo la revelación del instante. “No se trataba de una búsqueda. Eran encuentros con situaciones que me producían emoción”, advierte la fotógrafa.

De igual forma, Toro se aproxima al erotismo a través del desnudo masculino, un territorio poco explorado en la fotografía. “Yo llegué al desnudo de forma natural. Con la cámara tengo la impresión de ser transparente, de que la gente no es consciente de mi presencia. Y, cuando uno se siente invisible, hace lo que quiere”, asegura.

Cronista de la bohemia, retrata a parte de la resistencia cultural y del movimiento artístico en plena dictadura militar. Entre ellos los escritores Diamela Eltit y Pedro Lemebel, los poetas Raúl Zurita y Jorge Teillier, la ensayista Nelly Richard o los artistas visuales Carlos Leppe y Juan Dávila.

La fotografía y la escritura están profundamente unidas para la artista, nacen de un mismo impulso: narrar su vida. En ocasiones confluyen como un mismo lenguaje, de ahí que fotografíe sus diarios centrando su mirada en la caligrafía. La forma y el ritmo con que las palabras toman cuerpo en el papel se convierte en un motivo estético en sí mismo. De igual forma, en sus diarios integra sus propios dibujos. La cámara se detiene sobre el papel, como si quisiera leer no solo el contenido, sino la huella de quien lo escribe.

En este gesto persistente de mirar y registrar, Toro asume el rol de una cronista silenciosa que rescata instantes mínimos y los transforma en memoria visual. Lo frágil y lo efímero —una emoción, una escena cotidiana, un gesto apenas perceptible— encuentran en su obra una forma de perdurar. Íntima sin ser invasiva, política sin discurso y radical sin estridencia, su cámara no detiene ni roba un instante. A través de una mirada empática y contemplativa, capta la vida en su fluir y la transforma en testimonio.

'Estado Fotográfico‘. Julia Toro. Museo Lázaro Galdiano. Madrid. Hasta el 9 de noviembre.

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Sobre la firma

Gloria Crespo MacLennan
Ha desarrollado gran parte de su trayectoria profesional en EL PAÍS como editora gráfica y periodista cultural especializada en fotografía. Colabora en diversos medios de comunicación y ejerce como comisaria independiente de exposiciones. Es directora de un documental sobre la pintora Maria Blanchard, ‘26, Rue du Départ. Érase una vez en París’
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