‘Los Wittgenstein, una familia en cartas’: Ludwig y sus hermanos
Las cartas que los hermanos del filósofo intercambiaron con él desde 1905 hasta 1951 llegan traducidas por Isidoro Reguera

El filósofo vienés medio judío Ludwig Wittgenstein (1889-1951) es muy apreciado en la actualidad, aunque sus ideas son intrincadas y su personalidad, enigmática. Entre sus obras es fundamental el Tractatus Logico-Philosophicus (1921): sirviéndose de breves proposiciones asertivas, se propuso resolver el enigma del mundo. De mente brillantísima, se impuso a sí mismo llevar una vida acorde con altos ideales éticos. Aspiraba a la Belleza y la Verdad sin conseguirlo del todo; ya desde joven, se quejaba en una carta a su hermana mayor: “Mis espíritus malignos me producen los estados de ánimo más estúpidos que puedas imaginar”. Los padecimientos de conciencia por no ser como creía que debía ser le atormentaron, pero eso mismo revestía su personalidad de una aureola de sabiduría, santidad y martirio.
Los avatares de los Wittgenstein, cultísimos y acaudalados, los relató Alexander Waugh en La familia Wittgenstein, lectura recomendable para contextualizar mejor estas cartas, muy bien traducidas por el filósofo Isidoro Reguera.

Ludwig era el hijo menor de un magnate del acero. El ambiente familiar estricto y represivo motivó que dos de los hijos varones se suicidaran por severas angustias psicológicas y que hubiera conflictos entre los demás. Otro hijo —Kurt— se pegó un tiro al final de la Primera Guerra Mundial para no caer prisionero. Su hermano Paul llegó a ser tan famoso como él: se labró un nombre como virtuoso del piano, pese a que perdió el brazo derecho en la Gran Guerra. Se llevaba muy bien con su hermano filósofo, hasta que las desavenencias financieras familiares en la época de los nazis acabaron con la amistad.
Esta excelente edición recoge la mayor parte de las cartas que Herminie, Grete, Helene y Paul intercambiaron con Ludwig desde 1908 a 1951. Ofrecen algunas de las peripecias de la vida del filósofo y de los altibajos por los que pasó su familia desde la Belle Époque hasta la Europa vencedora de Hitler.
Ludwig renunció a su millonaria herencia en favor de sus hermanos, detestaba ser rico y quería ganarse el sustento con su trabajo. Por eso, anduvo un tanto desnortado en su vida: descubierta su pulsión filosófica y su amor por las matemáticas, residió a temporadas en Cambridge, donde colaboró con Bertrand Russell y Roger Moore; allí terminó sus días siendo catedrático de filosofía; murió de cáncer con 62 años. Pero antes había sido soldado, y luego un simple maestro de escuela en aldeas de la Austria profunda.

Algunas de las cartas reseñan las extravagancias de su alma filosófica; sus hermanas y Paul se esforzaban por comprender aquella idiosincrática manera de ser. Él sorprendía a sus corresponsales con gran sentido del humor e inteligencia; respondía con afecto cuando le mandaban alimentos durante la gran depresión, o con entusiasmo cuando recibía partituras de sus composiciones favoritas. Tocaba el clarinete, le gustaba la música de Bruckner y la del compositor Josef Labor, muy amigo de la familia Wittgenstein, toda ella aficionadísima a la música.
En su última carta a Herminie, el filósofo se alegraba de haber podido enviar a su hermana unos discos del gran pianista Edwin Fischer interpretando a Bach. Ludwig, devorado por la enfermedad entre horribles dolores, se congratulaba de disfrutar aquella música sublime. En esencia, siempre le preocupó más lo inefable y espiritual que la paupérrima realidad de las cosas tangibles.

Los Wittgenstein, una familia en cartas
Traducción de Isidoro Reguera.
Acantilado, 2025
352 páginas, 24 euros.
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