El absurdo en los villancicos
Entonaremos felices estas letras navideñas, a pesar de sus contradicciones
Llegaron los villancicos y en estos días cantamos sus letras sin percatarnos de qué estamos diciendo. Eso nos lleva a sacarles punta aquí con buen humor, como festejo navideño particular de esta columna.
Uno de ellos, por ejemplo, nos invita a mirar unos peces que están en el río y que beben y beben. Si están en el río, se supone que beben agua. Sin embargo, no se justifica una celebración con agua por ver a Dios nacido. Así que tal vez los peces estén bebiendo cava, o sidra-champán El Gaitero famosa en el mundo entero (y también en los ríos con peces). El estribillo no lo aclara. Y además, primero beben y beben los peces en el río por ver a Dios nacido, y luego beben y vuelven a beber por ver a Dios nacer, lo que carece de lógica porque ya nos habían dicho que estaba nacido, y si estaba nacido no cabe contar después que seguían bebiendo por ver a Dios en la acción de nacer, que se había dado por concluida.
El maravilloso villancico Stille Nacht, de los austriacos Joseph Mohr (letra) y Franz Gruber (música), traducido como Noche de paz, se canta con una notable contradicción en una de sus versiones más extendidas en español: “Noche de paz, noche de amor. Claro el Sol, brilla ya”. Pero vamos a ver: ¿No se está diciendo que es de noche? ¿Qué pinta ahí un Sol brillante? Si brilla el Sol no puede ser de noche; sería de día incluso si los relojes marcaran las cero horas. Ni siquiera un milagro puede conseguir que sea de noche y de día a la vez.
Eso va en línea con el hecho de que en el portal de Belén haya estrellas, Sol y Luna. Si hubiera ocurrido tal coincidencia de todos esos astros, la Biblia ya se habría dado cuenta y lo habría contado antes que el villancico.
Igualmente, supone una cierta incongruencia festejar la marimorena, ande, ande, ande. Desde el diccionario de 1734, formar una marimorena equivale a montar una riña o pendencia; a cuento, según la tradición, de un altercado ocurrido hace siglos en una taberna madrileña llamada María Morena. Aquellos académicos del XVIII ponían como ejemplo la frase “Anduvo una marimorena”. Pues ande, ande, ande; o anduvo, anduvo, anduvo.
Y en el caso de que aceptemos la teoría de que la Marimorena se refiere en realidad a una Virgen negra, imaginaria hermana de La Moreneta, ¿qué sentido tiene que ahora ande, ande y ande en Nochebuena en lugar de estar cenando con la familia?
La traducción de White Christmas (Blanca Navidad) dice: “Oh, blanca Navidad, sueño. / Y con la nieve alrededor. / Blanca es mi quimera. / Y es mensajera / de paz y de puro amor”. Teniendo en cuenta que una quimera es una figuración irreal, o se está dando por falsa la Navidad o se nos está pidiendo aceptar que algo inexistente y de color blanco nos traerá un mensaje real de paz y de amor.
También cantaremos la buena nueva de que ya vienen los Reyes Magos cargaditos de juguetes, caminito de Belén, “olé, olé, Holanda y olé, Holanda ya se ve”. Y digo yo: si los Magos eran tan sabios, ¿cómo contrataron unos camellos tan tontos que los llevaban desde Oriente hacia Belén pasando por Holanda? Para justificar esto se ha aventurado que la estrella que seguían –o sea, su GPS de entonces– se llamaba Olanda, sin hache, lo que como invento no está mal; o que los desconocidos autores del secular canto se dejaron influir por el nombre inglés Holy Land (Tierra Santa). Esto constituiría un anglicismo muy de nuestra época, pero anacrónico en aquella.
Es lo que pasa con los villancicos, que lo mismo se echa uno un remiendo que se lo quita, o que cantamos a los pampanitos verdes como si los hubiera maduros, o que le llevamos a un bebé requesón, manteca y vino, lo que conculca las leyes de protección de menores.
Pero no importa. Entonaremos felices estas canciones entrañables y mantendremos la tradición popular. Eso sí, conscientes de que concederles cierta lógica exigiría un nuevo acto de fe.
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