La historia en el supermercado
Los libros del Imperio Romano y de la II Guerra Mundial se disputan las baldas más deseadas con los de cocina y los de autoayuda
Los libros de historia más vendidos están en los supermercados y en los centros comerciales. Si tenemos en cuenta que son los principales lugares de sociabilidad y de ocio, no es de extrañar que extiendan las mismas pautas de consumo a todos los productos, también a los culturales. La industria editorial y las superficies comerciales hace tiempo que detectaron esta posibilidad de vender libros a todos los públicos y para todos los gustos. Son un extraordinario mosaico de la diversidad y la uniformidad que conviven en el mundo actual. El pasado juega aquí un papel muy importante, no tanto por su interés científico como por su apariencia de antigüedad. Da y quita la misma legitimidad, pero de forma distinta. Al igual que ocurre con las bebidas alcohólicas, dos pasillos más atrás, la zona de libros se gradúa de menos a más. El tiempo histórico se reduce a aquellos libros que son capaces de aguantar en la mesa de novedades y los que son devueltos al almacén. Mantenerse en una de esas mesas no es tarea fácil. Manda la actualidad por encima de todo. Y esta, a veces, se convierte en una historia que contar.
Todos los libros del súper son historias de éxito. Tratan de la vida de gente que ha triunfado y que, un día, como nosotros, también hicieron la compra. A veces se disputan con los libros de cocina y los de autoayuda las baldas más deseadas, aquellas que nos entran por los ojos mientras empujamos con parsimonia el carrito de la compra. Porque, para muchas personas, este se ha convertido ya en el único momento de sus vidas en el que pueden acercarse al mundo del libro. No buscan un objeto, sino cumplir un deseo. No quieren una guía de viaje, sino una novela para leer durante ese viaje. Sacar tiempo para leer, por tanto, es encontrarse a uno mismo, sea donde sea; es el camino de la meditación que nos lleva a la joya de la sección: la novela histórica.
El Imperio Romano domina la escena. Seguido de cerca por la Segunda Guerra Mundial, que, a juzgar por el volumen de títulos con una esvástica enorme en su portada, parece haber ganado el Tercer Reich. Crecen, por último, lo que podríamos llamar libros sobre la nostalgia española. La mayor parte de los volúmenes agrupados entre la historia de España son memorias, biografías o ficciones que mezclan indistintamente la Edad Media, la Guerra Civil, la posguerra y los años ochenta. La Transición y sus protagonistas parecen agotados frente al empuje de un lado chungo, salvaje, con el que son adornadas las otras etapas. Salvando las vidas de los Reyes Católicos, que se venden por separado, aparecen como el contrapunto a los libros de las celebrities de la sección anterior.
Con más desánimo compruebo que la mayoría los títulos sobre la Guerra Civil tienen muchas fotos e ilustraciones para la gente más joven, que reproducen esas mismas claves, pero de forma banal, como un juego, el de las dos Españas, que siempre acaba mal, hasta que viene alguien y lo arregla
Muestran el dolor y el sufrimiento, son recuerdos compartidos que van de los años del hambre a los de la heroína y el rock verdadero. Y enlazan con una Guerra Civil que sigue siendo demasiado épica. Por deformación profesional me detengo siempre en esta zona y veo un creciente interés por contar la misma versión que la de los años cuarenta. Con más desánimo compruebo que la mayoría son libros con muchas fotos e ilustraciones para la gente más joven, que reproducen esas mismas claves, pero de forma banal, como un juego, el de las dos Españas, que siempre acaba mal, hasta que viene alguien y lo arregla. A veces el reponedor, con buen criterio, los coloca en la sección de ficción o de política.
Hay que admitir que en todas las novelas históricas hay algo inmortal que sigue estando muy presente hoy: la necesidad de seguir contando historias. Late fuerte ese deseo de poder vernos e identificarnos en otros que padecen y sufren. Son grandes relatos de origen compartido que mantienen viva su función de cohesión ancestral. Narraciones en las que todo transcurre en secreto y los protagonistas sufren múltiples desprecios, a cambio de no desvelar su verdadera identidad. Una regla, la de mantener la trama oculta, revela que la novela histórica funciona todavía hoy como refugio y válvula de escape. Nos vemos reflejados en los sacrificios y humillaciones de un pasado no excluyente. Sufrimos en primera persona el mismo drama que los hombres y las mujeres de las novelas. Y nos llevamos el peso, literalmente, de la saga entera a casa. Cumplimos las normas persiguiendo nuestros sueños y nos ponemos en la cola de la caja, tras pasar por los congelados, sin rechistar.
En ocasiones, en las mesas, podemos encontrar grandes libros en ediciones de bolsillo. A buen precio y al alcance de la mano, tenemos esta otra historia, la de la investigación y la erudición. Es también una narración compartida, pero de muchos más fracasos; tal vez por eso o por el lenguaje, poco atractivo, estos otros libros académicos suelen ser cambiados pronto por la vida de algún youtuber de 20 años. Lo trágico no es solo esta sustitución, lógica en términos de rapidez, identificación y consumo, pero no tanto en un nivel de reflexión y conocimiento. Lo peor es que se sigan manteniendo separadas esas dos esferas. La historia con mayúsculas también se escribe contando las vidas de hombres y mujeres corrientes, que un día, como nosotros, hicieron algo tan cotidiano e importante en su tiempo, como es hacer la compra para nosotros.
Gutmaro Gómez Bravo es catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad Complutense de Madrid.
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