‘Luces de bohemia’, Max Estrella ya tiene quien le ame
Eduardo Vasco se bautiza como director del Teatro Español con un montaje divertido, divulgativo y ligero del esperpento más celebrado de Valle-Inclán, protagonizado por Ginés García Millán
Hay un parecido notable entre la efigie del periodista literato Alejandro Sawa y la del actor Ginés García Millán, protagonista del montaje de Luces de bohemia estrenado anoche en el Teatro Español, de Madrid. Tienen ambos un aire alucinado, de predicadores de una nueva fe. Sobre la figura finisecular de Sawa, Ramón del Valle-Inclán modeló el personaje de Max Estrella, poeta ciego, al que García Millán encarna con un aura nihilista, rebelde y tardorromántica.
Luces de bohemia escenifica el último periplo de este escritor quijotesco, que se deja guiar por don Latino, su escudero, un teósofo amoral, al que da vida Antonio Molero. En doce estaciones nocturnas, Max y don Latino recorren el Madrid de los Austrias, cruzándose con lo más granado de la fauna y flora castiza: perdularios, prostitutas, escritores en ciernes, ministros en calzones, periodistas que mantienen una relación clientelar con las autoridades... En la primera escena, el poeta invidente abandona el guardillón que habita en la cumbre de un modesto edificio, en busca de un dinero indispensable que acabará llegándole, envenenado.
A lo largo de Luces de bohemia conviven civilizadamente el ensayo literario, el sainete arnichesco, el diálogo político, el drama expresionista y la sátira mordaz
A lo largo de Luces de bohemia conviven civilizadamente el ensayo literario, el sainete arnichesco, el diálogo político, el drama expresionista y la sátira mordaz, hilvanados con unas acotaciones de filigrana. Es harto difícil mantener esa hilatura fina en las puestas en escena. Esta, con la que Eduardo Vasco se bautiza como director del Español, empieza con muy buen aire, en medio de un espacio vacío en el que la imaginación del espectador provee lo que no hay: las calles, los interiores y el cielo estrellado, los pone el público. Y funciona de maravilla. Por eso no se entiende que, sobre la marcha, el director y su escenógrafa cambien de código y empiecen a colocar al fondo imágenes proyectadas.
El espectáculo, ameno, variado, se sigue con un interés perenne. Son certeras la escena entre Max y Mateo, regicida anarquista; la de Max y el ministro, y la parodia de Hamlet con la calavera de Yorick. Sobre las réplicas precisas que le dan en tales momentos José Luis Alcobendas, Mariano Llorente y Jesús Barranco —en el papel de un sepulturero descacharrante—, García Millán levanta los mejores momentos de su interpretación. Es notable asimismo su soliloquio trágico tras el hondo planto de la madre de un niño asesinado (Irene Arcos), que en estos días nos recuerda el desgarro de tantas mujeres palestinas ante los cadáveres de sus retoños, bombardeados por el ejército de Israel.
Vasco lleva su montaje con oficio, arropando muchos instantes con ilustraciones musicales de su puño y letra, que tienen un desarrollo algo escaso: el empleo del jazz le imprime un color ajeno a la palabra de Valle-Inclán. Tales pegas son menores ante la generosidad de la producción recién estrenada, que emplea a 25 intérpretes, cosa infrecuente en esta era donde los teatros públicos se ahorran mano de obra artística sin pestañear. Hora es de que regresen los repartos amplios: no puede haber música orquestal si no hay orquestas.
María Isasi pone cuerpo y alma en cada una de sus intervenciones, pero también Puchi Lagarde y Silvia de Pé. El Rubén Darío de Ernesto Arias tiene enigma. Otras actuaciones están hechas como por encima. Se echa en falta sentido coreográfico en el movimiento del coro de poetas modernistas. A la salida, había grandes corros de espectadores comentando la jugada, como en épocas mejores. El público del estreno aplaudió el espectáculo en pie y a rabiar. En el Museo Reina Sofía, una exposición titulada Esperpento pone de relieve que la estética acuñada por Valle-Inclán sigue de actualidad.
Luces de bohemia
Texto: Ramón del Valle-Inclán. Adaptación y dirección: Eduardo Vasco.
Teatro Español. Madrid. Hasta el 15 de diciembre.
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