Lo nuevo de Charli XCX, Peso Pluma, Vetusta Morla y otros discos del mes
Los críticos musicales de ‘Babelia’ seleccionan los álbumes más destacados de las últimas semanas
Charli XCX, bailar en una fiesta que no existe
Por Juan Gallego Benot
Charli XCX
Atlantic / Warner
“Me encantan esas canciones, pero ya parece que fueran de otra vida”. Lo dijo James Young, del dúo de música electrónica Darkstar, y lo cita Mark Fisher en Los fantasmas de mi vida. Charli XCX parece secundarlo en una canción de su último disco: “A veces, me gustaría rebobinar / quiero volver a otro tiempo”, canta en ‘Rewind’. Puede resultar extraño que un disco que se sitúa en la vanguardia de los sonidos comerciales reconozca su incapacidad para imaginar otro futuro. Brat es un disco de 15 canciones de formato clásico, inscritas en lo que en su día se llamó hyperpop. La fórmula es sencilla, atrayente e imposible: una sucesión de influencias de la música de club, el homenaje a la fallecida productora Sophie, el pop de cantantes anglosajonas y una nostalgia que no busca superarse ni inventar nada nuevo.
La música de brat es de un color verde fluorescente, tan consciente de su necesidad de innovación que no logra convencernos de su carácter experimental, sino que se agolpa en una inevitable reinvención continua. Todo en este álbum suena a un invento ya conocido por todos. ¿Es exactamente un plagio? ¿Una mezcla de sonidos que reconocemos? Es, más bien, una batalla pírrica por la superación de un horizonte que, por primera vez, está tan cerca que puede que lo hayamos atravesado sin darnos cuenta. La frustración es evidente (“tardé mucho / en destrozarme / en reconstruirme / en repetirlo”, dice en ‘B2b’), y este esfuerzo da como resultado un constante golpeteo contra un tiempo que damos ya por perdido. La idea de que el tiempo se acelera no es nueva, lo dijo el historiador Koselleck, y Derrida lo secundó cuando anunció que el tiempo estaba fuera de quicio. Charli asume todo esto y no presenta una resistencia heroica, sino algo más melancólico, que es la ratificación de un fin en bucle.
Mark Fisher, de nuevo, conocido por su diagnóstico de un futuro que quedaba cancelado, apresado y perseguido por un pasado en constante reelaboración, dijo también que “el sintetizador ya no connota una idea de futuro” y que “ningún futuro es futurista”. Y el falso futurismo de brat, que no puede generar ni rechazo ni una recepción progresiva: el álbum capta un futuro que siempre va a estar detrás de nosotros.
Quizá sea esta la brillantez mayor del álbum: su capacidad para repetir la palabra back más de 30 veces en una sola canción. El otro día lo pusieron en una fiesta. Y lo bailamos, sí, pero había algo en esa música que rechazaba el propio baile. No es un rechazo específico a los ritmos binarios, sino la sensación de que esa música pegaba más en la discoteca de ayer, o en la de anteayer. Una amiga dijo: “No tengo yo el cuerpo para esto”. Y no es por hacernos viejos, porque la gente joven, que cada vez evita más las discotecas, reaccionó igual que nosotros. Es porque, de alguna forma, esta música requiere de una fiesta que no existe, ubicada en un lugar de algún futuro posible al que no estamos invitados.
John Grant, todas las cosas que duelen
Por Laura Fernández
John Grant
Bella Union / PIAS
Arborescente e imprevisible, deliciosamente preciosista. Por momentos, oscuro, de manera profunda y transformadora, como la que se da en la percusiva ‘Marbles’, una confesión con aspecto de poema beat. John Grant, el exlíder de The Czars, el tipo que se mudó a Islandia, el músico que habla consigo mismo cuando escribe, retuerce y amplifica de una forma majestuosa la fórmula de su sonido en su sexto álbum, un trabajo ambicioso y centrado en contar historias. Y la forma en que lo hace es apasionante. Pura exploración de un yo evocador, torturado, poderoso y magnético. Fijémonos, por ejemplo, en ‘Father’, donde no solo se excusa ante su padre —al que querría poder volver a abrazar— por no haber sido la clase de hombre que él esperaba que fuera, sino porque el paisaje sonoro que Grant dibuja es casi un espacio mental, que se declina a sí mismo y se interna en algún tipo de otro mundo donde las cosas duelen y el dulcísimo synth pop que lo envuelve eleva el viaje a pequeño clásico. Reina la reflexión familiar también en ‘Mother and Son’, la canción que contiene un coro redentor y celestial, y que se cura a sí misma, en siete largos minutos, en los que cuenta la historia de Allen R. Schindler Jr., el marine que fue asesinado por homosexual en 1992.
La tónica del álbum es la de temas que son pequeños mundos casi cinematográficos, que se dan paso unos a otros en una equilibrada sincronía, en cierto sentido mágica —como mágica y marciana resulta ‘Laura Lou’, en la que casi todo es voz—. Ahí están el spoken word, y las risas malévolas, los riffs sintetizados de ‘Meek AF’, el funky juguetón y ochentero de ‘All that School for Nothing’, y la épica en una calma tristísima de ‘Daddy’. Todo son matices y colores en un disco que destila melancolía y un rabioso new wave henchido de recuerdos de una infancia tortuosa (‘Zeitgeist’) que ha crecido dentro de Grant para transformarse en algo inigualablemente bello.
El lado más oscuro de Megan Thee Stallion
Por Beatriz G. Aranda
Megan Thee Stallion
Hot Girl / Warner
Con tres discos en menos de una década, la rapera de Texas se ha ganado un lugar en la historia de la música popular. Acumula premios Grammy, millones de escuchas en Spotify y, sin ella, la representación de la mujer en el hip hop ya no tendría sentido. En su vida personal, sin embargo, a sus 29 años ya se siente vencida. No hay en Megan mención directa al tiroteo con Tory Lanez, pero sí a una falta de lealtad generalizada. Lejos de la euforia empoderadora de su alianza con Beyoncé en aquel extraordinario Savage Remix (2020), en 2024 muestra su lado más oscuro. “¿Cómo puede alguien tan bendito querer cortarse las venas?”, canta en ‘Cobra’. Cambia de tono, pero su estilo, lleno de palabras extraordinariamente directas y sin obsesión por la melodía pop, sigue intacto.
La infalibilidad de un enorme Richard Thompson
Por Fernando Neira
Richard Thompson
New West
Podríamos formularle objeciones a la portada, más adecuada para un álbum monográfico sobre canciones tradicionales marineras, pero Richard Thompson lleva décadas acreditando una infalibilidad casi papal. El gran patriarca del folk-rock británico (Fairport Convention, Richard & Linda Thompson) retoma a sus 75 añazos el discurso donde lo dejara con 13 Rivers (2018) y compendia sus especialidades: del rock más musculoso (‘Turnstile Casanova’) al folk coreable (‘Singapore Sadie’) o trovadoresco (‘The Old Pack Mule’), las modulaciones nostálgicas (‘Life’s a Bloody Show’) o esos ritmos medios que, en el caso de ‘Lost in the Crowd’, acarician el recuerdo de su clásico ‘Wall of Death’. Y casi al final, el imponente ‘What’s Left to Lose’, pura acidez y vitriolo con los mejores guitarrazos del lote. Enorme.
Peso Pluma, mexicano y experimental
Por Fernando Navarro
Peso Pluma
Double P
Acusado de hacer apología de lo narco y bajo amenaza de cancelación, Peso Pluma va a lo suyo: se sigue postulando como una estrella global. Su cuarto álbum es el más ambicioso. El rey del corrido tumbado entiende el formato disco como concepto para mostrar su universo. Este doble titulado Éxodo, continuación del anterior Génesis, muestra dos caras en 24 canciones y muchas colaboraciones. Una primera muy mexicana, su gran seña, con más vientos efusivos que nunca para describir más estampas de narcos (drogas, sexo, violencia, fueras de la ley) en canciones como ‘La People iI’, ‘Hollywood’ o ‘Vino tinto’ (con cita a Pablo Escobar). La segunda es más experimental, coquetea con el inglés, el rhythm and blues moderno y la cultura de club. Lo quiere todo para mantenerse en la cúspide del pop.
Vetusta Morla, comprometidos con su tiempo
Por Carlos Marcos
Vetusta Morla
Pequeño Salto Mortal
Casi por sorpresa y en plena gira, Vetusta Morla ha entregado su sexto disco. La inusual forma de proceder podría hacer pensar que se trata de un trabajo transicional, quizá con canciones descartadas de otros álbumes. Ni mucho menos. En primer lugar, conviene apuntar que estamos ante el disco donde más luce el vocalista, Pucho, que despliega un estimulante abanico de tonos, giros y emociones. Las letras, muchas veces tachadas de laberínticas, se muestran más cristalinas aquí. Nos valen las dos escuelas, pero en esta última el mensaje llega más directo. Unos textos que inciden en lo social, analizando el mundo que nos ha tocado vivir, muchas veces antipático. Es difícil encontrar a un grupo español tan comprometido con su tiempo: un ejemplo claro es el tema que cierra el disco, Drones. Musicalmente, siguen investigando, jugando con los sonidos y encontrando fórmulas atractivas.
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