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CRÍTICA DISCOS
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Lo nuevo de Billie Eilish, Norah Jones, Nathy Peluso, Richard Hawley y otros discos del mes

Los críticos musicales de ‘Babelia’ seleccionan los álbumes más destacados de las últimas semanas

Billie Eilish
La cantante estadounidense Billie Eilish, en un retrato promocional.PETROS STUDIO

Billie Eilish, en todas sus versiones

Por Laura Fernández
Portada de 'Hit Me Hard and Soft', de Billie Eilish.

Billie Eilish 

Hit Me Hard and Soft 
Interscope / Universal

No se habla lo suficiente de lo meteórica e impoluta que está siendo la carrera de Billie Eilish. De cómo se ha construido al margen de un mundo que ve en la música una cómoda herramienta de entretenimiento. De cómo ha conquistado, con ese inesperado camino propio, una industria musical que, sorprendida, aún no sabe bien qué hacer con su imprevisibilidad. A los 22 años, Eilish, convertida en una suerte de artefacto antisistema, es capaz de reencontrarse a sí misma como lo hace aquí, con ese yo aún por hacer de los 17 que firmó aquel primer disco, aquel acontecimiento, aquella salida de emergencia llamada When We All Fall Asleep, Where Do We Go? (2019).

Rescatarse de esa oscuridad sin la que, dice, no existiría, es toda una proeza. Como siempre, su cómplice es su hermano, Finneas O’Connell, con quien coescribe y coproduce del primer al último corte de un disco que arranca con un preciosismo empoderado (‘Skinny’, o Eilish diciéndose a sí misma que su antiguo yo quizá sea su yo real) para migrar al instante hacia un instantáneo clásico Eilish: ‘Lunch’ es algo así como una versión cristalina y futura de, a la vez, ‘Bad Guy’ y ‘Therefore I Am’. Un estribillo amuleto que aquí además contiene una confesión: la de su primer crush por una chica. Lo hace, a su manera, siempre descuidadamente salvaje, asegurando que podría “comérsela a la hora del almuerzo”.

El crescendo imperial de ‘Chihiro’, ese bop de infinitos tentáculos que se convierte casi en un estado mental, un electrodream de sedosa e imprevisible evolución, podría considerarse el epicentro de un disco que, a partir de aquí —de ese spoken word susurrante y cautivador—, se disuelve en un mar de otros caminos. El que toma en ‘The Greatest’, épica introspección en la que explorar los matices de una voz que, cuando no susurra, aúlla totémicamente. O el más inusual, y de una luminosidad pop nada acostumbrada, en ‘Birds of a Feather’, entre los que destaca lo mutante de ‘L’Amour De Ma Vie’, supuesta balada que se expande hasta detenerse, y transformarse, empezar a elevarse hacia un house ochentero que arrojar sobre el beat afrancesado de ‘The Diner’, y el vibrante y especialísimo R&B de la nada pequeña ‘Bittersuite’.

La sensación es que cada paso que Eilish da en este álbum, lo da en una dirección en la que se abren una infinidad de otras posibilidades. Posibilidades que contienen —como la citada ‘Bittersuite’— a la vez esa oscuridad sin la que no es ella misma —”me di cuenta de que, para volver a ser yo, necesitaba el dolor, algún tipo de abismo, esa oscuridad”, le dijo a una periodista de Rolling Stone hace no demasiado— y un mundo interior que busca, y encuentra, la belleza rara de las cosas. Hasta aquí, dice ­Eilish, ha funcionado el personaje. “Este álbum soy yo”, ha añadido. Y puede que algunas decisiones —o cómo nada se parece a ella en ‘Birds of a Feather’, por ejemplo— sean arriesgadas, pero, cuando aciertan (como ocurre en ‘Blue’, un compendio de esa oscuridad que brilla más que nunca), su exótico, su fascinante intimismo, se sublima, y lo hace de una forma asombrosa.

Norah Jones, madurez serena y pletórica

Por Fernando Neira
Portada de 'Visions', de Norah Jones

Norah Jones 

Visions 
Blue Note

Norah Jones ya no aspira a erigirse en la artista más popular de este planeta, una circunstancia insospechada y sobrevenida que la zarandeó con su avasallador debut en 2002 y que acabaría convirtiéndose a un tiempo en bendición y lastre. Muchos recordamos a aquella muchacha hierática y huidiza que evocaba en el escenario la belleza evanescente de una porcelana a punto de resquebrajarse. Ahora que, a sus 45 años, no va a protagonizar más entradas en el Libro Guinness, ungida por una madurez musical que intuimos serena y pletórica, Jones se embarca en un undécimo álbum radiante, carnal y esplendoroso, envidiable obra de madurez que rebasa el tópico para convertirse en poliédrico magisterio de pop inteligente, soul desbordante y desparpajo muy superior al de álbumes anteriores.

El soul de toda la vida se erige en ingrediente primigenio con el refrendo del productor Leon Michels, viejo aliado de Sharon Jones y capaz de hacerla sonar exultante bajo el estallido de metales (‘I Just Wanna Dance’), matizada en la desnudez sedosa de ‘Visions’ y canónica cuando sus canciones son tan enormes (‘Running’, ‘All this Time’) como para imaginárnoslas en los repertorios de Dionne o Diana. Puestos a evocar a las más grandes, la de Brooklyn se sabe capaz de pisarle los talones a Carole King (‘Paradise’) o tan irresistiblemente retro como para que ‘That’s Life’ parezca un diamante extraído seis décadas atrás del filón de los girl groups. Al oyente más jovial le apasionará ‘Staring at the Wall’, así que el enamoramiento se torna casi irreversible. Porque aún nos queda la baza definitiva de ‘Queen of the Sea’, la constatación de que Jones, que en su día recreó un álbum íntegro de The Everly Brothers, habría podido escribirles a los hermanos lo que hiciera falta. Da igual lo que diga el algoritmo: ‘Don’t Know Why’ o ‘Sunrise’ ya no son sus mejores canciones.

Arooj Aftab entra en la noche callada

Por Javier Losilla
Portada de 'Night Reign', de Arooj Aftab.

Arooj Aftab 

Night Reign 
Verve / Universal

La noche de placeres dulces, y también de desazón y reservas, atraviesa el quinto disco de Arooj Aftab, la extraordinaria intérprete paquistaní-estadounidense. La nómina de colaboradores y de instrumentos para ese trayecto a través del reino de las sombras es prolija y excelsa. Arooj, que canta en urdu e inglés, traza una perturbadora banda sonora con un singular encuentro entre jazz, músicas indostanas y pop contemporáneo. Algunas piezas parten de poemas del siglo XVIII. Su versión de ‘Autumn Leaves’ es única. Su traslación al jazz y al trip hop de ‘Bolo Na’, una vieja canción de amor, excelente, y su revisión de ‘Last Night’, la pieza que ya grabó en clave dub en el álbum Vulture Prince, espectacular. Aftab no entra dócilmente en la noche callada.

El rapero del momento es Vince Staples

Por Beatriz G. Aranda
Portada de 'Dark_Times', de Vince_Staples

Vince Staples 

Dark Times 
Def Jam / Universal

Con una serie propia en Netflix, que la plataforma acaba de renovar para una segunda temporada, el rapero de California se encuentra en su mejor momento. En este sexto disco, un relato calmado y de pulida producción sobre cómo la falacia de la fama es otro tipo de opresión, ofrece su lado más reflexivo. “¿A quién puedo llamar cuando necesito ayuda?”, canta en ‘Black & Blue’. Porque también hay violencia y soledad en el éxito. La voz de Staples, sin estridencias ni onomatopeyas forzadas, se acomoda en suaves paisajes sonoros. Entre los mejores momentos, el estribillo de ‘Shame on the Devil’, que bien merece los dos millones de escuchas que ya acumula en Spotify, mientras que el ritmo de baja intensidad de ‘Little Homies’ (¡qué línea de bajo!) es toda una lección de rap contemporáneo.

Nathy Peluso va hacia arriba

Por Carlos Marcos
Portada de  'Grasa', de Nathy Peluso

Nathy Peluso 

Grasa 
Sony Music

Cuatro años del primer disco de Nathy Peluso, un tiempo en el que solo ha ascendido, con unos directos potentes y editando canciones sueltas con cada vez más aceptación. Solo dos pegas: sus grandes éxitos casi siempre han sido en colaboración (como ‘Ateo’, con C. Tangana, y su temazo con Bizarrap) y su arrastrada forma de cantar impedía entender los textos. Dos asuntos cerrados con Grasa: la vocalización mejora notablemente y Peluso comparece en solitario en el 80% del álbum. Domina los ritmos latinos: abre con un bolero y ofrece un tema salsero ortodoxo, ‘La presa’. Otro de sus fuertes es el rap sincopado lleno de mensajes divertidos y algún consejo de autoayuda. También experimenta, propone funk, soul… Un disco variado, entretenido y con letras interesantes.

Un rompecorazones llamado Richard Hawley

Por Fernando Navarro
Portada de 'In this city they call you love', de RIchard Hawley

Richard Hawley 

In This City They Call You Love  
BMG

El calificativo de gentleman musical se inventó para artistas como Richard Hawley, de la estirpe de los grandes rompecorazones británicos. Aunque siempre falto de mayor repercusión, el exguitarrista de Pulp es dueño de una discografía que es de las mejores del siglo XXI británico, con álbumes magníficos como Cole’s Corner, Lady’s Bridge o hasta el más reciente Further. Ahora publica un disco correcto, pero no excelente. El sello de calidad sigue existiendo porque este tipo, cuyo vozarrón derrite todas las almas en pena y alguna más, sabe encarar los medios tiempos con maestría. Ahí están las emotivas ‘Prism in Jeans’, ‘Do I Really Need to Know?’ o ‘When the Lights Go Out’. Todo lo hace bien, pero en esta obra le falta capacidad para deslumbrar.

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