Pimienta, jengibre, canela y clavo
La colombiana Delcy Morelos revisa la historia del Monasterio de la Cartuja en Sevilla a través de siete instalaciones donde la tierra deviene un canto a la vida
Tiene Delcy Morelos (Tierralta, Colombia, 1967) una sonrisa hipnótica y un timbre de voz envolvente. Esa calma de quien conoce los saberes ancestrales y sabe interpretar los lenguajes no reglados, como los presagios de los posos del café o el canto de los pájaros. Es fácil quedarse atrapado en sus conversaciones y en sus instalaciones. Ambas funcionan como un achuchón. Las siete que ha diseñado específicamente para el Monasterio de la Cartuja en Sevilla, sede del CAAC, se titulan Profundis y te absorben como el olor de la tierra húmeda cuando llueve.
Lo que vemos es, a priori, cuantificable: 5.200 kilos de arcilla refractaria, 2.000 de tierra negra de mantillo, 1.700 de albero, 1.500 de zahorra, 15 placas de paja, 122 de canela, 20 de clavo y de trigo, 10 de semillas chía, 30 de fibra de coco y cinco de semillas de maíz.
A todo ese conglomerado agrícola, en colaboración con empresas de Arcos de la Frontera, Cádiz, El Ejido y Villamanrique, se suman matas de tomate, pimiento, maíz y patatas, así como otra ristra de elementos mucho más intangibles: la idea de feminidad, la escucha, el cuidado, la nutrición, el inconsciente, la armonía, la conectividad, la emoción, el silencio, el conocimiento, el amor o el instinto.
El resultado es espectacular en su acepción más generosa. Hay tantas capas de significado como estratos tiene la tierra. Profundis funciona como un viaje hacia la reconexión con la memoria histórica a través del aroma, de la tierra concebida como elemento ancestral, donde las especies y plantas introducidas en Europa procedentes de las Américas regresan invadiendo el espacio expositivo de la zona monumental del Monasterio de la Cartuja.
El resultado es espectacular: hay tantas capas de significado como estratos tiene la tierra en el subsuelo histórico del museo
Los perfumes y texturas conectan con la manera en que las culturas andinas construyen con su adobe las ofrendas a la diosa Pachamama, como alimento para la tierra. Un gesto con el que también nutre el subsuelo histórico del museo. El monasterio fue un lugar clave en el siglo XV, cercano a Cristóbal Colón y, un siglo más tarde, un núcleo neurálgico de la ciudad y las relaciones entre España y el continente americano. Se sabe que, en 1525, el rey Manuel I de Portugal ordenó que se donara a la Cartuja una arroba de pimienta, jengibre, canela y clavo, cinco libras de benjuí y cuatro arrobas de azúcar, algo extraordinario no solo por el alto precio de las especias, sino por la austeridad de los monjes. Monjes hombres, y donde las mujeres no tenían un lugar, algo que también relee la artista en su instalación con forma de caverna, como un símbolo del útero, en el claustro de la iglesia de Santa María de las Cuevas.
Más sutil pero igual de importante es su investigación sobre el color, que entronca con su formación como pintora cuando estudiaba Bellas Artes en Cartagena. En sus primeros trabajos, la artista centró su atención en descubrir los orígenes de la violencia en su país: el racismo, la brecha social y la ambición por expandir propiedades y terrenos. Más tarde, Morelos empezó a plantearse cómo podría aproximarse a la tierra desde otras perspectivas, más cercanas a su potencia material y vital, enfatizando ese lado imprevisible y asombroso de todo aquello que tiene un tiempo de crecimiento propio. El color rojo lo inundó casi todo durante un largo tiempo, aunque luego abrió su paleta y su idea de pintura más allá del pincel. Lo vimos en Earthly Paradise, la instalación realizada para la exposición central de la Bienal de Venecia de 2022, y el año pasado en El abrazo, en la Dia Art Foundation de Nueva York.
La exposición responde con éxito a todo aquello que uno espera de Morelos. Sus instalaciones son inmersivas y multisensoriales. La superficie y el volumen confluyen al tiempo que colapsan por medio de la expansión monocromática y la acumulación material. Hay encuentros cambiantes con la tierra, un diálogo a media voz entre topografía y arqueología, y un recordatorio palpable de la fragilidad de ciertas estructuras capitalistas y mentales frente a los elementos naturales. La tierra es tan frágil como nosotros, nos dice entre líneas. También otro mensaje de oro escondido entre semillas y especias: las cosas llegan lentamente, siguiendo su curso natural. Crecen y maduran como el espíritu. Solo hay que cuidar y confiar.
‘Delcy Morelos. Profundis’. CAAC. Sevilla. Hasta el 14 de octubre.
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