La felicidad para principiantes según Bill Ryder-Jones
El exmiembro de The Coral se convirtió en estrella antes de los 20. A los 30, sus problemas de salud mental casi le retiran de la música. A los 40 edita un disco bello y extraño
En 2016, mucho antes de que se hablara tan abiertamente como ahora de salud mental, Bill Ryder-Jones, un músico inglés de 32 años (ahora tiene 40), protagonizó A Light Went Out, un corto documental sobre la salud mental en la industria musical. En él contaba sus problemas desde que, siendo un niño, la muerte de su hermano mayor, que se cayó de un acantilado en unas vacaciones, destrozó a su familia. Su madre entró en una depresión y él empezó a sufrir terrores nocturnos y tics nerviosos. Todo le daba miedo, especialmente el contacto con otras personas. “Cosas como dormir en una casa ajena me resultaban impensables. Algo se rompió dentro de mí de niño y nunca volvió a ser igual”, recuerda en Madrid, durante la promoción de su quinto álbum, Iechyd Da.
Se sobrepuso. En 1997, con 16 años, fundó el sexteto The Coral. El éxito les llegó pronto. Tenía 17 cuando firmaron un contrato con una multinacional, dejó el instituto y recorrieron medio mundo. Publicó con ellos cinco discos que entraron en el top 10 del Reino Unido. El segundo, Magic and Medicine (2003), fue número uno. El alcohol le ayudaba a superar sus miedos. Pero en 2007, grabando cerca de donde había muerto su hermano, sufrió una crisis. Una tan dura que pasó casi un año durmiendo en la misma cama que su madre. “Hubo un momento en el que pensé que nunca sería capaz de salir de casa. Sufro agorafobia y monofobia, que es el miedo a estar solo”, cuenta. “Durante la promoción no es tan complicado, porque siempre tengo a alguien a mi alrededor y además paso un montón de tiempo en sitios cerrados. Es más complicado en casa, cuando tengo que ir a una tienda que está a 15 minutos. Ahí, a veces, tengo que pararme y pedir un taxi. O decirle a alguien que me acompañe. En mi pueblo, West Kirby, todos me conocen”.
Al parecer, la pandemia estropeó ese lugar seguro de 12.000 habitantes en la península de Wirral, cerca de Liverpool. Si salía a la calle estaba solo. No había a quién pedir ayuda. “Fueron dos años frenéticos. El beber se me fue de las manos y me encontraba mal, peor que nunca. Lo único que hacía era escribir y reescribir. De hecho, algunas canciones están borrosas, no recuerdo lo que quería contar”. Por ejemplo, dice no saber cómo compuso la deliciosa y doliente canción de ruptura ‘A Bad Wind Blows in My Heart Pt. 3′. Hace 10 años, en su primer disco, estaban las partes uno y dos. “En realidad es solo una buena forma de recordar cuántas veces me han roto el corazón. Si una chica, o un chico, te ha tratado como la mierda, escribe una canción sobre ellos y ponles un número. Que te jodan, número 3″.
En su peor momento, hace 10 años, fue Laurence Bell, presidente y cofundador del sello Domino, quien le sacó del agujero. “Cuando dejé The Coral”, recuerda Ryder-Jones, “exploré otras cosas. Intenté entrar en la universidad, pero no lo conseguí porque no tenía buenas notas. En ese momento tenía solo 300 libras en mi cuenta, pero estaba decidido a no volver a hacer música nunca más. Entonces Laurence me llamó y me dijo: ‘No sé si te acuerdas de mí, nos conocimos estando yo con Alex de Arctic Monkeys’. A mí me sonaba. Resulta que alguien le había enviado mi música y quería ficharme. Así que un minuto antes iba a dejar la música para siempre y de repente me habían dado 10.000 libras para grabar un disco. Fue como: chicos, he vuelto”.
Domino es una discográfica que cuida a sus artistas. Ya sean gigantes como Arctic Monkeys o músicos de culto como Ryder-Jones. Por ejemplo, una persona del sello le acompaña en esta gira de promoción y duerme en la habitación de al lado, por si acaso. “Un amigo común me hizo llegar su música”, recuerda días después Laurence Bell por correo electrónico. “Me impresionó la calidad de sus composiciones. La fuerza emocional de su forma de escribir y de tocarlo. Había algo extraño y conmovedor en ellas”. Más conmovedor que extraño, en realidad. Ryder-Jones pertenece a esa estirpe de excéntricos del pop que abundan en Liverpool: artistas con mucha personalidad, un talento increíble para componer melodías y un punto de malditismo como Julian Cope, Marc Almond, The La’s o Michael Head. De hecho, además de músico, Ryder-Jones es productor en su pequeño estudio y es el responsable de conseguir que Head, considerado uno de los mejores compositores británicos vivos, entrará en las listas en 2022 tras 40 años de fracasos con The Pale Fountains o Shack.
Es un sonido que abraza, que hace que uno se sienta dentro de una cama calentita cubierto por un edredón de plumas
Es casi un tópico comparar a Ryder-Jones con Nick Drake. Es de suponer que sucede porque el trágico mito del folk de los sesenta hacía música dulce que dejaba ver su tormento interior y no porque el infortunado Drake murió joven. Ese sonido conmovedor del que hablaba Bell llega en Iechyd Da a cotas excelsas. Lo mismo recuerda a la psicodelia pastoral de Mercury Rev que a la profundidad de Fred Neil o el pop orquestal de The Left Banke. Es un sonido que abraza, que hace que uno se sienta dentro de una cama calentita cubierto por un edredón de plumas. Y el título es un brindis galés (“salud”), porque de Gales procede su familia. “Mi abuelo trabajaba en las minas de carbón. Vino a Inglaterra por un mejor futuro para sus hijos. Le salió regular: mi padre es jardinero, mi madre, limpiadora. Cuando tengo la tentación de quejarme de algo, me acuerdo de que la suya sí fue una vida dura”.
Hay un pequeño culto a su alrededor. Esos seguidores que le han sostenido y que han aupado hasta el top 30. “A ellos va el título del disco, ese ‘salud’ es una forma de darles las gracias”, explica buscando un cigarrillo en su mochila. Dice no echar de menos ese éxito que le llegó muy pronto. En 2001, la entonces todopoderosa revista NME llamó a The Coral “la mejor nueva banda del Reino Unido”. The Strokes había publicado su debut y la prensa británica estaba a la caza del grupo de las islas que les plantara cara. En dos o tres años salieron decenas. “Los odiábamos a todos. Odiábamos a The Strokes, odiábamos a The Libertines y a Arctic Monkeys. Odiábamos especialmente a Keane y a Kaiser Chiefs. Cualquiera con chupa de cuero y unas Converse nos parecía un gilipollas. Oportunistas buscando un sitio para ellos en el nuevo mundo dominado por The Strokes”, recuerda.
Asegura que, de todos los discos que ha grabado, este es su favorito. Algo que es lo típico de todos los músicos, pero todas sus palabras son sinceras. “No me gustan las entrevistas porque me obligan a tener respuestas, pero intento hacerlo lo mejor que puedo. ¿Voy bien?”, pregunta con una cara que dan ganas de levantarse, darle un abrazo y decirle que todo está bien. Pero no lo está. En aquel ‘A Bad Wind Blows in My Heart Pt. 2′ que grabó hace 10 años repetía un verso una y otra vez: “¿Llegará algún día la felicidad?”. ¿Qué le diría a ese Bill? “Que la respuesta es no. La felicidad no ha llegado y no llegará”.
Bill Ryder-Jones
Domino / Music As Usual
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