Una Hedda Gabler descafeinada
Àlex Rigola simplifica tanto la trama y las emociones en su versión del clásico de Ibsen que lo deja sin vuelo
El director Àlex Rigola profundiza en su búsqueda de “la verdad escénica” con un nuevo experimento dentro de la caja de madera que ya usó en su versión del Tío Vania de Chéjov hace seis años. Ahora mete en ese espacio a otro grandísimo personaje teatral, la Hedda Gabler de Ibsen, paradigma del aburrimiento existencial, una mujer torturada por la futilidad de lo cotidiano y que se entretiene intoxicando su círculo social, envenenando sus amistades hasta llevarlas al suicidio. Ocurre en la alta sociedad burguesa del siglo XIX, pero Rigola lo aplica obviamente a la época contemporánea. La novedad es que no lo hace introduciendo referencias obvias del presente como suele verse en las actualizaciones de clásicos, sino descontextualizando y reduciendo la trama hasta dejarla en los huesos. Por eso nos mete en un espacio de 9 x 7 metros en el que apenas caben 70 espectadores: no hay contexto ni escenografía más allá de esa caja en la que estamos encerrados y que se convierte, de hecho, en la principal protagonista de la propuesta. Por encima de Hedda Gabler y de Ibsen. No solo por sus reducidas dimensiones —hay muchas salas teatrales pequeñas— sino porque la puesta en escena subraya precisamente eso. La luz no se apaga, nos vemos todos las caras, los actores están a un palmo. Es una renuncia expresa a la ficción: el teatro no como espacio de evasión, sino como ágora para el encuentro y la reflexión colectiva.
Esa renuncia la señala también el tono de los intérpretes. Al principio de la función se presentan con sus nombres reales y nos informan de qué personaje van a encarnar, manteniendo en todo momento la dualidad. Se requieren muy buenos actores para este ejercicio y estos lo son. De hecho, son el principal atractivo de la propuesta, a pesar de que Rigola, en otra renuncia más, no les permite apenas gestos ni emociones. Todo es susurro, contención y naturalidad. Bajando a tierra. La grandilocuencia teatral está prohibida en beneficio de “la verdad escénica” y “la esencia de la obra”.
El espacio, la intimidad, los matices… todo es estimulante y en el Vania funcionaba bien. Tal vez porque Chéjov se presta más al susurro. Pero en este caso la simplificación es tal que el resultado es más bien prosaico. Parece que nos estén explicando las conexiones de Ibsen con el momento actual. Pero eso ya lo sabemos. La hipoteca, el trabajo, la rutina. Precisamente vamos al teatro para no ser aplastados por el tedio. En busca de lo extraordinario. De lo que nos conecta con los dioses. Esto es lo contrario. Una Hedda Gabler descafeinada.
Hedda Gabler
Texto: Henrik Ibsen. Dramaturgia y dirección: Àlex Rigola. Reparto: Nausicaa Bonnín, Miranda Gas, Pol López, Marc Rodríguez y Joan Solé. Teatro Valle-Inclán. Madrid. Hasta el 30 de diciembre.
Puedes seguir a BABELIA en Facebook y X, o apuntarte aquí para recibir nuestra newsletter semanal.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.