‘Querido capullo’: Virginie Despentes traza un retrato complejo e incómodo de la era del MeToo
Con su última novela, la escritora francesa logra abrir una grieta de esperanza contra la toxicidad imperante


¿Ha escrito Virginie Despentes una novela sobre el #MeToo? La pregunta surge al empezar el libro, casi al leer su solapa, y la respuesta es que sí, y una muy buena además, pues como toda buena ficción narrativa es una obra compleja, paradójica, alambicada, que incluye y se aleja de la pura militancia y que ofrece una mirada comprensiva sobre esta nueva era del feminismo y sobre quienes la protagonizan. Porque no es solo el #MeToo, sino la amistad, el perdón, la culpa, la libertad o la dependencia las ventanas desde las que Despentes se asoma al mundo en Querido capullo. Su impactante título repele y atrae como un poderoso imán, desde ese mismo oxímoron que nos invita a adentrarnos en uno de esos lugares incómodos desde los que la escritora suele mostrar a sus personajes.
La autora de Teoría King Kong, obra feminista de culto, es ya una de las figuras más relevantes de la literatura francesa contemporánea, comparada frecuentemente con Michel Houellebecq por su prosa brutal y la determinación con la que se pone al borde del abismo para mirarlo directamente y sin filtros. Pero hay que saber manejarse con algo más que con malas palabras para bucear por las profundidades de la era del #MeToo sin maniqueísmos ni moralinas. Despentes lo consigue porque solo un preciso artefacto literario puede hacernos descender hacia las complejidades del alma humana. Conocemos así al querido capullo, Oscar Jayack, escritor cuarentón que ha sido metooizado, perdiendo el valor más preciado del poder masculino: su respetabilidad. Oscar comienza con mal pie su relación con Rebecca Latté, una bellísima estrella de cine de 50 años, pasada de rosca, devoradora de hombres (“Soy una ninja del amor”, dirá) y drogadicta, a la que insulta en Instagram cuando en realidad la admira secretamente. “Eres como si una paloma se me cagara en el hombro”, será la respuesta de la actriz y el inicio de un viaje en el que los dos protagonistas crearán un sorprendente espacio de complicidad y confidencias.
Una de las paradojas de la novela es el contraste entre el odio y la posibilidad de la redención, que solo acaece en la intimidad
Se ha dicho que la novela tiene cierto aire evocador a Las amistades peligrosas, de Choderlos de Laclos, y algo de eso hay, pues también ahonda en la intimidad de dos voces a través del intercambio epistolar, un toma y daca desde el que conoceremos a un tercer personaje, Zoé Katana, que representa la voz del #MeToo. De ella sabremos a través del blog donde esta activista del feminismo denuncia el abuso de Oscar, intercalado entre las voces de los dos protagonistas, quienes la mencionan en sus cartas: “Y a Zoé la vi destrozada. Cuando lees las respuestas que publica en internet, es una diosa de la guerra y la destrucción. Y cuando la ves in real life, es una niñita exhausta a punto de venirse abajo”, dirá Rebecca. Este aire condescendiente con el que se refiere a Zoé es uno de los múltiples registros de Rebecca, quien se despacha sin piedad con propios y extraños, provocando nuestra inmediata empatía, pero también nuestro rechazo. Rebecca Latté representa, así, la mirada más lúcida del libro. Su obsesión por la decadencia y sus miserias no oculta la valentía con la que observa el mundo, un arrojo que la humaniza. “¿Quieres saber cómo es que te cancelen? Habla con una actriz de mi edad”, contestará a Oscar.
Esta princesa drogadicta y canalla entiende y empatiza con ese “proletariado del feminismo” que tan bien ha mostrado Despentes en su obra, evitando la tentación de los discursos biempensantes. Las conversaciones con Oscar permiten, así, a Despentes abordar todas las miradas feministas en diálogo con un hombre agresor, incluso con las jóvenes del nuevo feminismo radical que denuncian a los capullos que parecen no haber entendido nada o no quieren comprender la era del #MeToo. “Citan a feministas muertas y enterradas para decir que antes era mejor. Porque hasta el feminismo les pertenece. La buena de Simone nunca se habría quejado por una simple mano en el culo, Simone no”, escribe Zoé, apuntando certeramente a quienes se escudan en palabras antiguas para evitar reflexionar con responsabilidad sobre el presente.
¿Por qué Despentes decide que conoceremos a Zoé solo a través de su blog? La paradoja del personaje es que apenas indagamos en él, pero contiene la voz del #MeToo, la que se expresa en la blogosfera y representa a una generación que sufre el ciberacoso y sabe que el abuso de poder puede joderte la vida. “Zoé habla un lenguaje que he aprendido a escuchar. El lenguaje de las chicas cabreadas”, dice Rebecca. Y añadirá: “Cuando te encuentras en una situación de mierda que no puedes cambiar individualmente, hay que decirlo. Para que otras puedan responder ‘yo también’ y ‘yo te escucho”. Zoé no es, así, un personaje, sino el propio #MeToo mostrado desde la cruda brutalidad de las redes. Y es ahí donde encontramos otra de las paradojas de la novela, el contraste entre el odio y la posibilidad de la redención, que solo acaece en la intimidad de la conversación. Al romper el silencio y provocar una explosión de fuerzas incontroladas que lo ponen todo patas arriba, las redes consiguen liberar la palabra, aun siendo a su vez un pozo de hez y toxicidad que atraviesa nuestras vidas. Con las redes odiamos a los Oscars, acosamos a las Zoés y las Rebeccas del mundo: solo la conversación los humaniza, solo un diálogo real hace posible la empatía. “Y a ti también, hombre, te escucho”, dirá Rebecca, en un camino de ida y vuelta donde Oscar ayudará también a su interlocutora, una grieta de esperanza sobre la toxicidad con la que, demasiado a menudo, construimos nuestras vidas.

Querido capullo
Traducción de Robert Juan-Cantavella
Random House, 2023
264 páginas. 21,90 euros
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