Christa Wolf, lírica y consignas
La poesía de la autora alemana habla de hoy, del trauma de una izquierda memoriosa frente a una derecha siempre recién nacida que no asume jamás culpas ni errores
Este poemario se compone de tres partes. En la primera y en la última, una mujer escribe sobre “la huesuda que tengo dentro” y busca el instante en el que “(…) se quebró la voz. Desde cuándo no / alcanza los agudos de las viejas canciones”. La disconformidad y la pérdida de una sincronía feliz con la existencia rompen los versos. Los encabalgan. El tiempo pasa y una mujer teme haber perdido la vida en sueños y protestas que hicieron de ella lo que es.
La escritora, barruntando la muerte, aprieta el nudo entre identidad y acciones sin dejar de pensar en el error, los deslizamientos de la coherencia, responsabilidad y culpa, la inutilidad del orgullo —los girasoles bajan la cabeza—, pero también en la valentía y la bondad. Los versos alcanzan una escueta belleza; se escriben formando un hematoma al cercar la sensación de la pérdida del entusiasmo, la ausencia de las personas amadas y la soledad: “Los que amo / van / donde no voy”. Los poemas están acompañados de voces a las que Wolf habla y que le hablan: experiencia, poesía e identidad se comparten.
Esa idea del común y un sentido contradictorio de la culpabilidad definen la segunda parte del poemario: una respuesta a la carta de apoyo que le escribió Volker Braun cuando, estando Wolf en Estados Unidos, confesó que había colaborado extraoficialmente con el Servicio de Seguridad del Estado de la RDA. Christa Wolf se convierte en diana del odio, “mujer de cristal”, y ha de “sobrevivir a la vivisección pública”. Expresa su desencanto: “¿Por qué y por cuánto tiempo / pusimos las preguntas imaginarias del / obrero que lee / en boca del obrero que no lee?”. Wolf, invirtiendo la imagen brechtiana del obrero que lee, nos enfrenta con las hipocresías y maravillas de la literatura obrera y popular.
La utopía se rompe cuando el concepto “empresa popular” se convierte en antigualla. Sin embargo, la falta de piedad hacia sí misma abunda en una lucidez que le llega de los mismos principios por los que ahora se interroga: los que han hecho de ella quien es y la llevan a criticar los desmanes de la población blanca no pobre, la hegemonía de la propiedad privada que justifica cualquier crimen; a la culpabilidad de su colaboracionismo suma la de dar limosna a un pobre y llorar en el país de las oportunidades. El lenguaje se fractura, hibrida lo expositivo con lo lírico, con consignas, citas brechtianas y partes médicos; el lenguaje “recalentado” se funde con un cerebro “recalentado”, en colisión, y el hallazgo poético encauza la posibilidad de que algo sea y no sea simultáneamente —un error— o sea susceptible de una doble valoración moral. Wolf piensa que no aprendemos de los errores: sería preferible no haberlos cometido. El compromiso es necesario, aunque no se pueda anticipar si será para bien o para mal: no hemos podido mirar desde el futuro con el catalejo de la Historia. No vale la justificación de que entonces se era otra persona, pero en realidad se era otra persona: se desdibuja el límite entre la recta asunción de una responsabilidad personal y el gusto por infligirse un daño como acto defensivo frente al auditorio.
Esta poesía es humana, decidida y vulnerable, nos interpela. Habla de hoy. Del trauma de una izquierda memoriosa frente a una derecha, siempre recién nacida, que no asume jamás culpas ni errores. Me apropio, como lectora, de la poesía exacta e impresionante, histórica y profética, personal y política, de Christa Wolf.
Lo que no está en los diarios
Traducción y notas de Virginia Maza
Papeles Mínimos, 2023
80 páginas. 15 euros
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