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‘Diana Tempest’, soberbia heroína y enérgica crítica social

Mary Cholmondeley figura en el canon de las grandes novelistas inglesas con una escritura elegante, cargada de sentido y de gran calidad expresiva

La escritora inglesa Mary Cholmondeley (1859-1925).
La escritora inglesa Mary Cholmondeley (1859-1925).Wikipedia

Al fallecer el cabeza de la ilustre familia de los Tempest, el señor Tempest nombra único heredero a su hijo John, de resultas de lo cual, el hermano menor del señor Tempest, el coronel Tempest, queda excluido de la herencia y de las propiedades de la familia junto con sus dos hijos, Archie y Diana. El coronel y Archie, dos insensatos de quien el cabeza de familia desconfía con razón por despilfarradores, consideran esta decisión una injusticia, sobre todo teniendo en cuenta que se dice que John es hijo ilegitimo del señor Tempest. El coronel, dolido y abatido y bajo los efectos nocivos del alcohol, presta oídos a un rufián que le propone un modo sutil de acceder a la herencia. Todo consiste en apostar un soberano contra diez mil libras que pagará si alguna vez consigue acceder a la herencia de John. Si esto sucede, tendrá que pagar las diez mil libras a los tenedores de los correspondientes pagarés, lo cual es una minucia al lado de la herencia que conseguirá. Ofuscado por el alcohol, firma la apuesta y sólo cuando comienza una serie de accidentes contra la vida de John Tempest comprende que ha firmado la condena a muerte de su sobrino.

Este comienzo es digno del mejor creador inglés de tramas del siglo XIX: Wilkie Collins, y por ahí se desarrolla la intriga de la novela. La autora, Mary Cholmondeley, se vale de esta intriga, pero está más bien interesada en el accidentado desarrollo de los amores de la pareja protagonista. De hecho, esto hace que centre su atención en Diana Tempest, que se convierte en el verdadero eje de la narración. Si buscamos antecedentes entre las estupendas escritoras inglesas de la época, surgen los nombres de Jane Austen, de las Brontë, de George Eliot o Elizabeth Gaskell. Diana podría ser perfectamente una de las grandes mujeres de Austen si no fuera porque es una mujer exigente e independiente y esta novela sucede un siglo después, y porque la de Mary Cholmondeley contiene una enérgica crítica social bien distinta de la que sugieren sus ilustres antecesoras.

Su descripción de ambientes, lugares y personajes es magnífica

La escritura de Cholmondeley es magnífica, elegante, precisa, cargada de sentido y de gran calidad expresiva (véase: “No se daba cuenta de que, en determinadas circunstancias, una absoluta falta de imaginación tiene la apariencia de la fortaleza más estoica”). De hecho, como escribe desde dentro de un orden conformista con las tradiciones, está llena de consideraciones morales, a cuál más sugerente, que acompañan el desarrollo de la trama sin empañar la intriga. Su descripción de ambientes, lugares y personajes es magnífica, afectada sólo al inicio por una traducción trufada de asperezas que, afortunadamente, pronto fluye con soltura, como si el traductor hubiera empezado demasiado pegado al idioma de partida. La autora se apoya en el soberbio protagonismo de Diana (con los personajes que la rodean; los buenos: John Temple en cabeza, la abuela, Lord Hermsworth, Mitty; los malos como Swaney o los incapaces como el coronel Tempest y Archie, que son el sólido suelo de la historia). Mi único reproche a la autora es que teniendo tan extraordinarias cualidades creativas optase, a partir de una fantástica fiesta que se celebra en el lago helado del castillo de los Tempest, por dejar la solución de la trama en manos de la Providencia en vez de en las suyas, para lo que le sobraba talento. Con ello, la novela incurre en el melodrama.

Dicho lo cual, homenajeemos con su lectura a las grandes novelistas inglesas del XIX y primeros del XX, un canon del que Mary Cholmondeley forma parte por derecho propio y que le valió la amistad del mismo Henry James y la admiración de Virginia Woolf.

Portada de ‘Diana Tempest’, de Mary Cholmondelay.

Diana Tempest

Mary Cholmondelay
Traducción de Ricardo García Pérez
Nocturna, 2022
480 páginas. 21 euros


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