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Un narrador que salva los obstáculos

‘Armadale’ es un melodrama en el que Wilkie Collins demostró su talento para intrigas complejas, repletas de enredos

El escritor Wilkie Collins, en una imagen del archivo de la Universidad de Harvard.
El escritor Wilkie Collins, en una imagen del archivo de la Universidad de Harvard.Alamy Stock Photo

Wilkie Co­­llins fue, por decirlo de un modo castizo, el tronco de Charles Dickens. Dickens era un genial creador de personajes, Collins lo era de grandes tramas; juntos hubieran formado la imagen completa e invencible del perfecto novelista decimonónico. Pero Collins tiene una cualidad añadida, la de ser el mejor creador de malvados de toda la narrativa en lengua inglesa de su siglo y posiblemente de toda la literatura del siglo XIX.

Armadale comienza como comienza toda buena novela de intriga: “Se abría la temporada de 1836 en el balneario de Wildbad”. Y al balneario llegan, ante la expectación de las autoridades y de los lugareños, dos carruajes: la diligencia que trae al primer cliente, un escocés llamado Neal y su criado, y, horas después, un segundo carruaje particular en el que llegan un anciano agonizante, su joven y bella esposa, su hijo y una criada negra. Acomodado el anciano, este habla con el médico y le hace una encomienda: que encuentre a alguien que hable inglés para acabar una carta que el anciano Armadale, impedido, no puede completar y tampoco puede dictarla a su esposa, porque se trata de un secreto terrible que ella no debe conocer, cuyo destinatario habrá de ser el niño hijo del anciano cuando alcance la mayoría de edad. El amanuense será, a pesar de su reticencia, el viajero escocés de paso por el lugar.

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La lectura de Armadale es necesariamente morosa como corresponde a una narración enredada y compleja, llena de personajes arquetípicos de la época. Las descripciones son pormenorizadas y los sentimientos, desbordados, pero la intriga es la intriga y, aunque en esta historia Collins riza el rizo hasta extremos inverosímiles, su talento de narrador consigue salvar los obstáculos. La novela podemos encuadrarla en el género del melodrama que, como sabemos, se basa en organizar el relato de tal manera que cada vez que nos encontramos con una escena en la cual todo el conflicto puede arreglarse con un rapto de sinceridad, un suceso inesperado evita que ello suceda y todos los malentendidos (que aquí proliferan como champiñones) vuelven a adueñarse de la narración. De esta manera, la acción puede alargarse hasta el infinito, como en los culebrones, que son melodramas de baja estofa. En esta novela los malentendidos se alargan exactamente durante más de 800 páginas. Amores contrariados, conspiraciones, engaños, secretos de nacimiento, almas simples y almas retorcidas, caballerosidad frente a vileza… nada falta para mantener a sus protagonistas con el alma en vilo.

portada 'Armadale', WILKIE COLLINS. ALBA EDITORIAL

Armadale 

Wilkie Collins. Traducción de José C. Vales. Alba Editorial, 2021
848 páginas. 38 euros

La novela cuenta la historia de amistad fraterna entre dos jóvenes que tienen el mismo nombre, Allan Armadale, aunque ninguno de los dos lo sabe, pues uno de ellos, el hijo de aquel anciano agonizante, se oculta bajo el extravagante nombre de Uzías Middlewinter, debido al secreto al que he aludido al principio. No es difícil imaginar los enredos a los que este hecho pueden dar lugar siendo como son ambos tan nobles y caballerosos como simples, aconsejados por un par de influyentes adultos sensatos, cercados por una arpía y su venenosa amiga y rodeados de otros personajes dispuestos a mosquearse por futesas y complicar la trama. Es inútil tratar de resumir la historia, de modo que sólo haré notar una aportación que sorprenderá a un lector constante y fan del autor: el maravilloso personaje malvado es una mujer, el mejor que ha salido de la pluma de Wilkie Collins. Y estoy seguro de que un lector perspicaz descubrirá que, a diferencia de lo que ocurre con el resto de sus formidables malos (esto es pura interpretación, por supuesto, pura ficción), arriesgo mi reputación por la convicción de que el autor quedó perdidamente enamorado de esa dama fascinante, su propia creación.



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