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Reportaje:LOS ELEGIDOS

Un buen puñado de misterios irresistibles

El género policiaco es el más portátil de todos: arraiga en los suelos geográfica o históricamente más diversos. Lo difícil es que el decorado no prevalezca sobre la intriga

Fernando Savater

Los crímenes de la calle Morgue

Edgard Allan Poe

Suele decirse que la vida de Edgar Allan Poe fue desventurada, por la pobreza, el alcohol y su neurosis. Pero eso es mirar las cosas desde fuera: nunca sabremos la dicha envidiable que le procuró escribir El escarabajo de oro o El extraño caso de Mr. Valdemar. Lo indudable es que inventó el género detectivesco: el perspicaz diletante Auguste Dupin y su fiel cronista prefiguran ya a Holmes y Watson, Poirot y Hastings, Philo Vance y Van Dine… En esta novela corta aparecen el criminal imposible, el desconcierto de los testigos y un ambiente fantasmagórico, inolvidable. La Rue Morgue no está en París, pero el París finisecular está en esa sombría callejuela literaria. Un corresponsal francés preguntó a Lovecraft cuándo había viajado al París que ambientaba uno de sus cuentos y HPL repuso: "With Poe, in a dream".

La piedra lunar

Wilkie Collins

Borges aseguró que ésta es "la novela policial más larga que se ha escrito y probablemente la mejor". Sin duda no es ya la más larga, dada la desventurada manía actual de estirar las tramas para ofrecer frescos sociales de toda Suecia o de la Rusia zarista, pero sigue siendo de las mejores. Wilkie Collins, amigo y competidor de Dickens (cuya última novela, inacabada, también es un enigma: El misterio de Edwin Drood), utiliza magistralmente los recursos del folletín para narrar el robo de un diamante fabuloso y maldito. No faltan indios misteriosos, amores angustiados, fumaderos de opio, crímenes, suicidios... ni el primer mayordomo del género, el simpático Betteredge. El gran detective, el sargento Cuff, fracasa en su primer intento de resolver el embrollo y se ausenta del relato para reaparecer al final con la explicación genial...

El sabueso de Baskerville

Arthur Conan Doyle

Quizá en toda la literatura moderna no haya pareja más eternamente reconocible que Sherlock Holmes y Watson. Un siglo después de su primera aparición, siguen protagonizando aventuras que imitan a las originales o les hacen viajar por el mundo y por el tiempo, hasta por el espacio intergaláctico... A diferencia de nosotros, sus lectores, ellos sólo conocen la muerte seguida de inmediata resurrección. De hecho, esta novela fue escrita por Conan Doyle tras su primer intento frustrado de liquidar al héroe. Una vez leída, ya nunca olvidamos el páramo de Dartmoor, con sus traidoras arenas movedizas, ni el aullido nocturno del perro espectral. La emoción, la intriga, el peligro y la deducción se combinan en el relato de tal modo que podemos concederle sin exagerar la inusual categoría de perfecto.

El misterio del cuarto amarillo

Gaston Leroux

Un poco al modo de Ramón del Valle-Inclán, Gaston Leroux reflejó el mundo en los espejos deformantes de su personal callejón del Gato... Sus novelas presentan situaciones desaforadas, truculentas o macabras, por lo general barnizadas con un especialísimo humor. Y a veces con rara fuerza poética, como su admirable El fantasma de la ópera, una obra maestra de la que la mayoría sólo conoce versiones cinematográficas o musicales. Creó el personaje de Rouletabille, un periodista que viaja por países y enigmas como una especie de Tintín adulto. Precisamente su primera aventura es este libro, que también inaugura un subgénero ilustre: el crimen aparentemente imposible en una habitación cerrada. La continuación de este misterio fue El perfume de la dama enlutada, inferior en todo a la primera parte salvo en el título.

Arsenio Lupin contra Herlock Sholmes

Maurice Leblanc

El éxito popular de Holmes exigía inevitablemente la aparición de héroes delincuentes de rango semejante. El propio Conan Doyle inventó al profesor Moriarty, genio del mal cuya diabólica destreza a punto está de liquidar al hombre de Baker Street. Otros autores patentan protagonistas "buenos", aunque persigan la justicia desde fuera de la ley. Por ejemplo Raffles, un ladrón no carente de código del honor creado por el mismísimo cuñado de Conan Doyle. En los años cincuenta del siglo pasado aparece el Barón, otro ladrón de joyas -fruto de la imaginación de Anthony Morton- que siempre se enfrenta con criminales peores que él. Entre todos destaca el caballero Auguste Dupin, seductor y defensor de los débiles, elegante, cosmopolita... muy francés. Y que logra cantarle las cuarenta al bárbaro anglosajón.

El candor del Padre Brown

G. K. Chesterton

Las novelas de misterio suelen tener dos modelos de protagonista: el detective amateur (sofisticado, extravagante, genialoide) y el inspector de policía (tenaz, metódico, de apariencia gris, incorruptible). En ninguno de los dos encaja el Padre Brown, un curita humilde, bonachón y con algo de retranca. Todo crimen es, claro, un delito pero también un desafío moral: un pecado. El Padre Brown se plantea ante todo tal desafío y resuelve los casos gracias a su experiencia humana de confesionario, aliada a una enorme perspicacia. Todos los enigmas que afronta son paradójicos y rebosan imaginación humorística, porque tales son las características de su incomparable autor, el entrañable británico G. K. (iniciales de Gilber Keith) Chesterton al que veneran los creyentes y adoramos los paganos...

El asesinato de Rogelio Ackroyd

Agatha Christie

Esta página de novelas de misterio excelentes podría haberse completado sin desdoro sólo con las de la tía Agatha, porque al menos un tercio de las que escribió merecen figurar aquí.

Christie dominó como nadie el arte de introducir el mal en lo cotidiano y borrar las pistas: uno de sus trucos favoritos fue que el criminal resultara a fin de cuentas el primer sospechoso, al que el lector resabiado descarta de entrada.

A diferencia de otras autoras del género, Agatha Christie no se enamoró de su pluscuamperfecto Hercules Poirot y siempre le dedicó una mirada irónica y a veces algo cruel.

En El asesinato de Rogelio Ackroyd, la británica se superó a sí misma y de paso desconcertó a los teóricos de la voz narrativa.

Los nueve sastres

Dorothy L. Sayer

El género de misterio es el favorito de las damas: además de Agatha Christie, lo han cultivado muy bien Ngaio Marsh, Margery Allingham, P. D. James, Ruth Rendell, Ellis Peters o Patricia Highsmith, entre muchas. Pero quizá ninguna mejor que Dorothy L. Sayers, cuyas tramas no sólo son ingeniosas sino inusualmente verosímiles.

Dorothy L. Sayers fue una escritora fina y cultivada (tradujo a Dante), capaz de crear ambientes y personajes realmente creíbles, de lo que es buen ejemplo Los nueve sastres, esta intriga memorable de campanario. Pero ella, ay, sí que se enamoró de su protagonista, el aristócrata lord Peter Wimsey, que suele resultarle al lector menos irresistible que inaguantable por exceso de sangre azul.

El tribunal de fuego

John Dickson Carr

John Dickson Carr, el más inglés de los autores de misterio, nació, lógicamente, en Pensilvania (para compensar, el más americano de los escritores de novela negra, James Hadley Chase, nació y vivió siempre en Londres). Sus novelas, casi todas teñidas de humor, se centran sobre casos aparentemente imposibles: cuartos cerrados o inaccesibles, armas inencontrables...

Una de ellas presenta un crimen con múltiples testigos y hasta filmado por una cámara, pero no menos insoluble. Alternó dos protagonistas: el doctor Gideon Fell, álter ego de Chesterton, y sir Henry Merrivale, sosias de Churchill. A veces juega con apariencias sobrenaturales, como en este relato, El tribunal de fuego, que tiene dos soluciones, una racional y otra mágica.

El monasterio encantado

Robert van Gulik

A partir del éxito de El nombre de la rosa ha proliferado de modo inaguantable la novela de misterio cum novela histórica: hoy padecemos detectives romanos, griegos, egipcios, medievales, barrocos, románticos, etcétera... Nada tienen que ver con esa moda los relatos del juez Ti (siglo VII después de Cristo en China), obra del antropólogo holandés Van Gulik (célebre por Historia de la sexualidad en la Antigua China, cuyos pasajes escabrosos estaban transcritos en latín). No sólo están bien ambientados en el pasado oriental que su autor conocía como nadie, sino que son tramas intrigantes y divertidísimas a la altura de lo mejor del género. Ni una de las novelas de Van Gulik es mediocre o decepcionante pero elijo El monasterio encantado porque en ella sale además un oso feroz, recompensa colateral muy de mi gusto.

El caso Saint-Fiacre

Georges Simenon

La Academia Sueca perdió el pasado siglo una oportunidad dorada de ser justa y hacerse popular juntamente al no conceder el Nobel al belga George Simenon. Quizá escribió novelas malas pero yo, que he leído tantas suyas, nunca tropecé con ellas. Su comisario Maigret es un arquetipo: los inspectores del género nacen a su imagen y semejanza, como los detectives a la de Sherlock Holmes. Pesado, serio, pesimista, tragón y gruñón, Maigret no es un personaje sino una persona. Sus casos son naturalistas y a menudo sórdidos, pero literariamente irresistibles: nadie menos luminoso que él y sin embargo da a luz una forma ambigua de justicia. Los criminales quieren engañar a la sociedad, la tarea de Maigret es desengañarnos aunque nunca nos deje tranquilos.

El hombre demolido

Alfred Bester

El género policiaco o de misterio se ha revelado como el más portátil de todos: arraiga en los suelos geográfica o históricamente más diversos. Lo difícil es que el decorado no termine prevaleciendo sobre la intriga.

También ha encontrado albergue ocasional en la ciencia ficción y no sin aciertos indudables, como Una investigación filosófica, del escocés Philip Kerr. Pero el clásico indudable del subgénero sigue siendo esta novela de Alfred Bester, El hombre demolido, escrita en los años cincuenta del siglo pasado (lo que nos permite medir al leerla lo ayer imaginable e inimaginable de nuestro presente).

Además de la originalidad de su intriga y de su estilo, El hombre demolido contiene un imprevisto alegato final contra la pena de muerte.

El percherón mortal

John Franklin Bardin

Descubrí El percherón mortal, esta novela magistral, como tantas otras cosas buenas, gracias a Guillermo Cabrera Infante. Si el adjetivo "alucinante" puede aplicarse con razón a algún relato es a éste. Aquí se codean las apariencias sobrenaturales con la amenaza de la locura, cuya naturaleza apenas conocemos. Sólo puedo decir que no se parece a ninguna otra obra del género y que Edgard Allan Poe o Robert Louis Stevenson la hubieran firmado gustosos.

El estadounidense John Franklin Bardin escribió otras novelas más o menos policiales, siempre interesantes y todas impregnadas por el temor a la demencia que le obsesionaba pero ninguna a la altura de la pesadilla del temible percherón.

El nombre de la rosa

Umberto Eco

En principio, la idea de un reputado semiótico metido a novelista de misterio es más bien alarmante: pero Umberto Eco salió con bien de este insólito reto, lo que ya no puede asegurarse -a mi juicio- del resto de sus incursiones en el campo de la ficción.

La combinación de erudición, teología y humor del escritor italiano funciona aquí perfectamente al servicio de una intriga que no falla ante las exigencias del género.

Lo único que cabe deplorar es que el enorme éxito de su popular novela El nombre de la rosa incitase a cientos de imitaciones seudohistóricas que pocas veces -las obras de fray Cadfael de Ellis Peters son una de las excepciones- merecen ni de pasada comparación con ella.

Huye rápido, vete lejos

Fred Vargas

Probablemente Fred Vargas (Frédérique Audouin-Rouzeau)

es considerada una escritora menor por los mismos que toman monumentos de aerofagia tipo Las benévolas de Jonathan Littell por gran literatura. Yo, en cambio, la tengo por una de las mejores novelistas francesas del momento, en cualquier género y categoría.

Sus misterios están llenos de inventiva, de observación, de ironía, de personajes memorables y de fantasía truculenta a lo Gaston Leroux. Y su inspector Adamsberg es un tipo con el que nadie sensato desdeñaría tomar un trago cualquier tarde. Huye rápido, vete lejos, además, presenta un retrato urbano que logra hacer con París lo que Woody Allen suele conseguir de Manhattan, lo cual no es poco.

Corpus delicti

Andreu Martín

Aunque gran parte de las novelas que hoy se escriben en España no logran prescindir de los templarios o la Guerra Civil en sus argumentos, algunos audaces intentan y consiguen aceptables novelas de misterio: Manuel Vázquez Montalbán, Alicia Giménez Bartlett, Juan Madrid o José María Guelbenzu.

Mi preferido es Andreu Martín, autor prolífico que no ha desdeñado también cultivar -solo o en compañía de otros, como dicen los atestados judiciales- el relato para jóvenes. Corpus delicti es mi preferido de los suyos: el retrato espléndido y muy documentadamente veraz de un asesino en serie inglés visto "desde dentro", con matices crueles que no desdeñaría la Highsmith y un cierto regusto de los villanos empecinados pero llenos de angustia de Shakespeare.

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