‘Derrotero’: un canto de frontera
Jon Juaristi, uno de los poetas mejor armados de su tiempo, reúne toda su obra lírica en una compilación que abarca sus ocho libros publicados y 35 composiciones inéditas
Aunque muchos escritores de todo género y de todos los géneros confiesan que se sienten fundamentalmente poetas, no parece el caso de Jon Juaristi (Bilbao, 1951), quien ha afirmado que “la poesía es literatura” y que para él constituye, antes que otra cosa, un entretenimiento. En el prólogo a Derrotero sostiene que siempre ha pretendido escribir una poesía “cercana a una prosa decente y no poética, o sea, clara, concisa y pública, no del todo impersonal, pero sin desnudarme de cintura para abajo”. Estas palabras, incluida la precisión final con el recuerdo a Gil de Biedma y su ‘Pandémica y Celeste’, van destinadas a desengañar a los que conceden a la poesía un estatuto que a su juicio es más propio de la religión, la metafísica o la videncia. No es Juaristi, en fin, poeta de los que vuelcan el caudal de la poesía en el cauce de la prosa (poética, se entiende); al revés: titula uno de sus libros, poético hasta las cachas, Prosas (en verso). Y tan en verso, pues su taller ofrece un catálogo bien surtido de ritmos y de rimas, que ni siquiera excluye ripios o disonancias cuando hay que hacer descarrilar el sonsonete del buen gusto.
Lo cierto es que estamos ante uno de los más templados y mejor armados poetas de su tiempo. Su condición elegiaca y desesperada, según la vio Andrés Trapiello en la primera reunión de su obra (Mediodía, 1994), apenas se percibe en la superficie, protegida como está por un escudo de varias capas superpuestas: humor vitriólico, tono circunstancial, actitud de solitario retador de necios y savonarolas, vertiente sentenciosa y didáctica, insolencia antivanguardista, inclinación a injertar y remedar versos ajenos.
Derrotero es la tercera compilación de su obra lírica, tras la citada de 1994 y la de 2000 (Poesía reunida, 1985-1999). El volumen contiene los ocho libros poéticos publicados por el autor, desde Diario del poeta recién cansado (1985) hasta Renta antigua (2012). A ellos añade, además de dos poemas anteriores a su primer libro, 35 composiciones posteriores al último, inéditas unas y publicadas otras en revistas y antologías, que se presentan como Saldos de fin de temporada. Junto a textos de ocasión, entre estos poemas de regalo hay algunos que compendian lo mejor de su valentía cívica, su veta temporalista y su pudicia sentimental: “No gimotees, no les des el gusto / de hacerte, tú, la víctima”.
Apenas tiene Juaristi poemas en que no resuenen, además de los habituales juegos de palabras y de concepto, los metales —fundidos, laminados o troquelados— de otros poemas y poetas. Pero si sacudiéramos este libro por las solapas no se desprendería de él ningún verso, al contrario de lo que sucede con los que se nutren de un culturalismo de enciclopedia, pues aquí cada préstamo está integrado, a menudo tras haber sido antes desintegrado, en una poesía absolutamente personal e inintercambiable. Cierto que no todos los lectores identificarán la mayoría de los préstamos, y ninguno podrá identificarlos todos, pero los poemas no se desarman por el hecho de que no se detecte esta o aquella referencia. Otra cosa es que cada lector llegue solo hasta donde le permita su cultura, pues la profundidad del mar —Schopenhauer dixit— nunca es mayor que la sonda con que la medimos.
Algunas composiciones de Juaristi han pasado a depositarse, como quería Manuel Machado para las suyas, en la memoria de muchos lectores: son, sobre todo, aquellas en que hace mofa de la charca socioliteraria, o en las que arremete, jocosa o amargamente, contra esos paisanos que, tras echarlo de su tierra vasca, siguen rezongando “donde se enrosca la serpiente, / junto al tronco del roble polvoriento, / hendido por el hacha / y en su raíz podrido” (y aquí el Machado reformulado es Antonio).
Pero yo destacaría aquellos poemas en que se espesa la melancolía, se avientan las cenizas de lo vivido y asoma, sin jipidos ni aspavientos, el fiasco existencial. Pero ni en esta última tesitura se entrega el poeta al patetismo, ya porque lo refrena mediante alusiones desacordes con el contenido, ya porque, cuando la emoción está a punto de precipitarse, la sortea con un final anticlimático o incluso desabrido. Ejemplo de lo primero es ‘Última lección’, turbadora confidencia con el padre muerto, que remite engañosamente a las futilidades provincianas del ‘Poema de un día’ antoniomachadiano (“Heme aquí, profesor / de lengua muerta, padre”); ejemplo de lo segundo es ‘Rosario’, en que una observación común de reverberaciones proustianas (“No he encontrado siquiera su pasador de rafia”) rompe la previsibilidad del tópico en la evocación de una antigua amada muerta, ya desvaída en el recuerdo.
Hay al final un índice onomástico, extraño en libros de poesía, si bien útil en algunos poemas en que se apilan nombres propios, completos, incompletos o deformados (en este caso, el lector debe rehacerlos para localizarlos en el índice, lo que induce a seguir un camino inverso al habitual: no del poema al índice onomástico, sino al revés). Así sucede en ‘Adiós, muchachos’, con referencias al tango, a diversas canciones populares, a Cernuda y a otros cien autores; o en ‘Intento formular mi experiencia de la poesía civil’, título que calca parcialmente otro de Gil de Biedma, aunque la relación de nombres se vincula con un poema distinto de este mismo autor (‘En el nombre de hoy’).
No lo había dicho atrás: Juaristi es muchas veces más ingenioso que sus modelos, y no pocas los alcanza como poeta. Se ponga de displicente como se ponga.
Derrotero (Poesía, 1969-2022)
Edición de Rodrigo Olay Valdés
Renacimiento, 2023. 392 páginas. 26,51 euros
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