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¡Teóricos del mundo, uníos!

El pensamiento de Guattari impregna una muestra sobre el concepto posindustrial de máquina en el Reina Sofía, con muy buenos artistas pero lastrada por su inaccesibilidad discursiva

Arte
'What Is This' (2013), de Abu Bakarr Mansaray.ABU BAKARR MANSARAY (COLECCIÓN FARIDA Y HENRY SEYDOUX; PARÍS)
Estrella de Diego

Hace años, un psicoanalista lacaniano dejó las cosas muy claras a mi juvenil vehemencia teórica, ansiosa por leer (y entender) a Jacques Lacan: emprender el camino en la lectura de los textos lacanianos era la labor de una vida. No valía el apoyo de esos readers norteamericanos en los cuales alguien selecciona para el lector extractos de libros, los que han conformado el barniz teórico que desde hace décadas necesita toda cultura visual que se precie. Además, siguió reflexionando, para entender a Lacan no bastaba con leer los escritos y los seminarios. Era imprescindible pasar por el diván.

Debió oír una historia semejante el joven Félix Guattari, presencia fantasmal que regresa desde su indiscutible glamur en los ochenta del siglo XX, quien se acaba de convertir en protagonista de la exposición Maquinaciones en el Museo Reina Sofía, un proyecto de colaboración entre casi 20 personas que han pasado los cinco últimos años trabajando para poner en pie la propuesta. Aunque la suerte de Guattari en el campo lacaniano fue compartida por muy pocos: no solo asistió a los míticos seminarios del doctor Lacan, sino que tuvo el honor de ser uno de los poquísimos psico­ana­li­za­dos por él en un diván nada barato, por cierto. Incluso se diría que, pese a los fundamentalistas que han tratado de escribir una historia customizada —de ambos lados, lacanianos y activistas—, las diferencias entre Lacan y Guattari no fueron tantas.

Queda patente en los diagramas del segundo que abren Maquinaciones, una técnica que aprende de Lacan, y hasta en el concepto de “máquina” de Guattari y su cómplice de página Deleuze, entendida como ente liberador que subvierte a la máquina productiva del capitalismo y ya enunciada en las máquinas deseantes de Lacan. El equipo de cinco comisarios ha organizado la muestra a partir de este concepto, releído desahogadamente, para configurar tres ejes: Máquinas de guerra, Máquinas esquizo —referencia al método para tratar las cuestiones mentales fuera del marco al uso y próxima al concepto lacaniano de “locura” como discurso alternativo, y no “patología”— y Máquinas del cine y los cuidados.

'Portraits of Children Who Have Seen Too Much Too Soon' (2007), de Gee Vaucher.
'Portraits of Children Who Have Seen Too Much Too Soon' (2007), de Gee Vaucher.GEE VAUCHER

De cualquier manera, el protagonista de Maquinaciones, Guattari, lo tenía todo para ganar la batalla a Lacan en la conformación del discurso teórico que ha dominado el mundo desde Estados Unidos a partir de los ochenta. Hijo del 68, Guattari se había formado en París 8, la escisión de la Sorbona capitaneada por Hélène Cixous. Tenía fama de activista y estaba imbuido por lo alternativo, que llevaba a las terapias de la Clinique de la Borde. Para algunos tenía un toque californiano y lisérgico. Igual que Guy Debord años después, Guattari era, con sus desplantes al sistema, el elemento perfecto para dar una vuelta de tuerca a esa “crítica institucional” que, desde el mundo norteamericano, se convertía en un mantra global. Con sus identidades nómadas, muy populares en los ochenta, se infiltraba en los readers, campo de batalla para la french theory, como se la empezó a llamar en las universidades estadounidenses en los setenta.

La french theory, con los cambios esperables, ha ido construyendo unos textos escritos en inglés que parecen haber sido escritos en francés y textos en español traducidos de los francoingleses; farragosos, autorreferenciales —la teoría por la teoría— y excluyentes por la dificultad de su lectura. Desde EE UU, la french theory se ha ido implantando por todas partes en una maniobra neocolonial acallada, que en los proyectos curatoriales a menudo se lava la cara recurriendo a artistas cuanto menos conocidos, mejor, o a países fuera del “circuito establecido”, por lo que valga ya la categorización.

Este modelo internacionalista rige Maquinaciones, con un discurso teórico tras el cual desde hace décadas nos hemos parapetado profesores, conservadores y directores de museos, comisarios o expertos en visualidades de todo tipo y para todo uso, en aras de la citada “crítica institucional”. El concepto, que sobrevuela esta igual que otras exposiciones del Museo Reina Sofía, se relaciona con una puesta en cuestión de las instituciones culturales y la búsqueda de modelos alternativos —tema ligado a Guattari—, si bien, sumergido en su propia inaccesibilidad teórica, termina por ser un lavado de cara para el propio sistema que permite la disidencia en lugares prefijados y solipsistas: el aula, el museo, la sala de exposición… De eso sabe mucho el feminismo, desactivado cuando se convierte en “estudios de género”.

Si bien es loable que instituciones como el Reina Sofía se hayan esforzado estos últimos años en que “dentro” llegue “fuera” y “fuera” llegue “dentro” con proyectos como el Museo Situado, mientras haya control de mochilas y humedad, la frontera sigue estando clara, diría la escritora marroquí Fatema Mernissi. Lo anunció Lucy Lippard en los setenta y lo puso en práctica Griselda Pollock cuando se propuso escribir un libro feminista que entendieran su hermana, su prima y la vecina de al lado. ¿No pierde todo discurso su eficacia política si se teoriza en exceso?

Lo denso y farragoso de la muestra trae a la memoria otra exposición de tesis en este museo, ‘Principio Potosí'

Podría ser el principal problema de este proyecto: la densidad teórica vacía el contenido y construye discursos paralelos y paradójicos —lo que se dice, lo que se ve, lo que nos dicen que tenemos que ver, lo que necesitamos que nos digan para verlo—. Ocurre durante el itinerario, pese a las explicaciones ajustadas de uno de los comisarios, Pablo Allepuz, joven y brillante investigador que se ha incorporado al equipo el último año. Si, como dijo otra de las comisarias, Teresa Velázquez, hay formas alternativas de visitar la muestra, más sensoriales, más libres, más nómadas —diría Derrida—, y la propuesta teórica de los tres ejes no se corresponde con el recorrido, ¿para qué un empeño de enunciación tan cerrado?

Lo denso y farragoso de la muestra trae a la memoria otra exposición de tesis en el museo, Principio Potosí. Tampoco en Maquinaciones fallan los artistas, muchísimos magníficos, como Cian Dayrit o Rayyane Tabet, aunque el concepto “mediterráneo”, tan de moda, se haya entendido de forma laxa. Algunos son, además, viejos conocidos de la última Documenta o hasta del IVAM, como Tabet. En una sala escondida tras unas cortinas gastadas, nos damos de bruces con la sutileza de Ismaïl Bahri y su cine transparente, radical. Sentados en la sala solos, lejos de los textos, vuelve a la memoria John Giorno, poeta underground y amigo de Warhol, y su teléfono gratuito. La recompensa no podía ser más molesta para el sistema en su frágil precariedad: del otro lado, apenas la lectura de una poesía. A esto sí lo llamaría “cuidados”, la última adquisición retórica.

En la obra de Bahri, una frase queda detenida, casi premonición: “El pueblo está agotado”. Tal vez lo esté ante tanta french theory y necesite aires nuevos. A lo mejor, como acaba de hacer el MoMA, urge en el Reina Sofía un teléfono desde el cual nos vuelvan a leer un simple poema, como hiciera Giorno en 1968. No estaría mal.

‘Maquinaciones’. Museo Reina Sofía. Madrid. Hasta el 28 de agosto.

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