Raíz y razón del Caribe afroandaluz
Tras viajar por México, Haití o Senegal, Raúl Rodríguez sigue teorizando en su nuevo trabajo sobre el origen mestizo del flamenco, con una pata en América y otra en África
La portada del disco-libro de La razón eléctrica da una idea de hasta dónde llega la mirada de su autor. Es una fotografía de los lucios de Doñana, depresiones de tierra que siguen en el centro de la polémica política de este tiempo preelectoral. Son hondonadas llenas de una vida única y salvaje, aunque vistas desde lejos parecen planas, todas iguales. Algo similar le pasa al flamenco y a los flamencos: da igual cuánto huyan de los tópicos, porque siempre se vuelve a ellos para explicar su vida y sus trabajos. Quizá porque suelen ser vistos y narrados por gente que los mira desde lejos.
Raúl Rodríguez (Sevilla, 1974) no es que observe lo jondo desde cerca, es que lo analiza desde dentro. Y en su último trabajo, más que nunca. Por eso dice que el sujeto, él, ha acabado convertido en objeto de estudio tras un viaje de 10 años ahondando en el origen mestizo del flamenco. Uno de los resultados es este concepto: “Caribe afroandaluz”, una zona cultural diseminada por el mundo, que él concentra en una trilogía que cierra La razón eléctrica.
La primera parte, Razón de son, fue parte de una tesis doctoral en Antropología en la que defendió que el flamenco tiene una pata en América y otra en África. En la segunda, La raíz eléctrica, viajó para comprobar sobre el terreno, con sus protagonistas, su historia y sus instrumentos, que aquella idea era válida. La última entrega es el regreso a casa. Aunque su casa es ya todos esos lugares y ninguno. Por eso es imposible decir al escucharlo dónde empieza el flamenco y dónde acaba al invertir su autor los puntos de partida y de llegada.
Tras viajar por Haití, México, Malí o Senegal, afirma sin dudar que “la creación es la madre de la tradición”. Y lo dice sabiendo que hablar de tradición para un flamenco supone incluir el término “traición” en el concepto. Lo es porque aún pervive la tendencia entre los más ortodoxos de ponerle puertas al campo. Pero esos guardianes viven en un pasado incompleto, un tiempo al que le faltan datos, algo que se encarga de recordar Rodríguez cuando dice que en la Sevilla del siglo XVI el 15% de la población era negra. ¿Cómo no iba a influir esa gente y su cultura en el entorno?
Por eso, aunque se define desde hace tiempo como antropomúsico, no estaría de más enclavar a Rodríguez en la categoría de pensaor, la de los artistas flamencos con mimbres culturales y teóricos muy sólidos que ponen sus ideas sobre las tablas. Belén Maya es un ejemplo cuando se adentra en cuestiones de clase o de género en sus conferenciadas bailadas. O Fernando López, bailaor que aborda el tema LGTBI en sus libros y sus shows. Y Rodríguez, con sus letras y su música, busca raíces, pero también, de alguna forma, un nuevo reparto de los legados.
Podemos tildar a Rodríguez de ‘pensaor’, un flamenco con mimbres teóricos que pone sus ideas sobre las tablas
A nadie se le ocurre decir que Paco de Lucía se apropió del cajón peruano para convertirlo en lo que hoy es el cajón flamenco porque cuando pasó, en la España de los años setenta, no se hablaba de esas cosas. Hoy, la manera en que Rodríguez se acerca a otros lugares es muy distinta. Para empezar, supo desde el inicio de un periplo que ha durado 10 años que para ver las cosas de otra forma necesitaba nuevas herramientas. Y se inventó el tres flamenco: un instrumento entre la guitarra jonda y el tres cubano que le construyó el luthier Andrés Domínguez, que lleva cuatro décadas armando sonantas para Paco de Lucía, Ricardo Miño o Raimundo Amador. Y con ese instrumento de seis cuerdas, ubicando la más grave abajo y la más aguda arriba, mezcló el son, la guajira y las músicas de los campos de cultivo americanos con los tanguillos gaditanos, los cantes de trilla o los fandangos de Huelva. Rodríguez no ha inventado los cantes de ida y vuelta, esos que se fraguaron en las llegadas y partidas entre los puertos habaneros o mexicanos con los de Cádiz. Lo que ha hecho es demostrar que esos cantes, más que parientes lejanos, son primos hermanos.
Con su tres flamenco se sentó junto a Sirifo Kouyaté, un griot (una de la principales familias de trovadores de Senegal), para marcarse con él una Suite para kora y quijadas, que mezcla la pasión que se le atribuye al flamenco (“Tú amparas mi sudor al rojo vivo, yo sudo tu calor de sal y fiebre”) con la dulzura de un instrumento tradicional como la kora, y convirtiendo una canción de amor en una nana para adultos. La misma actitud adoptó en su salto al Caribe, con músicos haitianos como Paul Beaubrun. Y en México, con grupos como Mono Blanco, Son de Madera, Macuiles y Sonex, con quienes sus fandangos de Huelva empastaron con las arpas y las marímbulas como si siempre hubiera sido así. A eso se refiere cuando dice que es la creación la madre de la tradición y no al contrario.
Lo bueno de este trabajo es que tiene varios niveles de escucha, de baile y de lectura. Para quien entienda y quiera ahondar, hay información de gran valor. Y a quien solo quiera gozar no le va a faltar compás. Se percibe desde el primer tema, ‘De vuelta a casa’, perfectamente escogido porque en ese primer corte está concentrado de manera magistral todo lo que es La razón eléctrica: se oye África, se huele el Caribe, Andalucía está (muy especialmente en la bulería electrizante ‘Yo voy buscando al poeta’), invita a bailar, y es en sí mismo un viaje hipnótico con el que abandonarse al destino, pues todo el trabajo está impregnado de ese pesimismo vital tan propio del flamenco. Un sentido trágico de la vida que no se expresa con languidez, sino con brío.
De modo que este artista flamenco, hasta ahora sin apodo, tiene uno de otro continente: Kulu Kan Fato. Quiere decir “el loco de la montaña”; se lo puso a Rodríguez el músico maliense Toumani Diabaté y da título al séptimo corte del disco. Un corte instrumental en el que la percusión inicial recuerda al mar. Un mar, más que inventado, unido: el mar caribeño afroandaluz, uno en el que Rodríguez mezcla todas las “traiciones” que nos unen.
Raúl Rodríguez
Altafonte
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