‘Del dominio’, la oportunidad de conocer al poeta francés Guillevic
Este libro tardío del escritor, casi inédito en España y a veces eclipsado por otros autores de su generación, demuestra su búsqueda del máximo rigor
La obra de Guillevic adhiere a una de las formas características del siglo XX: el poema de escasos versos, cercano al aforismo, a la máxima o la lógica (Euclidianas y Esfera son dos de sus títulos), y en el que cada palabra resuena sobre el blanco y el silencio de lo no dicho. Con distintas modulaciones, Ungaretti y Sandro Penna, los Shorts de Auden, los haikus de Salamandra de Octavio Paz y los poemas objetivistas de William Carlos Williams pertenecen a esta veta. Unos se acercan al epigrama, retomando un cabo tan antiguo como la tradición occidental; otros se abren al influjo de la concisión propia de Oriente. Tampoco es ajena la tentación de un lenguaje preciso, limpio de retórica. En todos los casos parece oírse, en el trasfondo, el mandato del Arte poética de Verlaine: “Toma la elocuencia y retuércele el cuello…”. Con la salvedad de que la elocuencia desertada, al menos para Guillevic, es la de la verbosidad surrealista.
Guillevic (1907-1997), cuya vocación por lo escueto lo llevó a reducir su nombre al solo apellido, era originario de Carnac, Bretaña: “En ningún lugar como en Carnac/ el cielo es ajeno a la tierra,/ no forma mundo con ella…”, escribió en el libro que dedicó a su terruño. Aunque sería forzado buscar en él una forma de “celtismo” y vivió muchos años en París (donde participó de la prensa clandestina de la resistencia antinazi), es ineludible su vocación por un paisaje de materia cruda, hecho mayormente de agua, piedra y vegetación silvestre. No casualmente su poema L’herbier de la bretagne inspiró una versión (más que una traducción) del irlandés Seamus Heaney, incluida en Human Chain. La inclinación por volver a anclar las palabras en el mundo material lo acerca al más importante de los poetas de su generación, Francis Ponge.
Del dominio, libro tardío (tenía 70 años cuando lo publicó), muestra un Guillevic en busca del máximo rigor y, a la vez, de la indeterminación deliberada de espacio y tiempo. Así como no sabemos dónde está el infierno de la grandiosa temporada de Rimbaud, ignoramos cuál es, aquí, el “dominio”, término ambiguo que puede ser orden, poder y territorio alternativamente o al mismo tiempo. ¿Es, aquí, un lugar más o menos concreto, una zona imaginaria, un paisaje anterior o ajeno al destructivo influjo humano, una forma de la fe, un sistema de leyes físicas y metafísicas, un mundo posapocalíptico? Unos ejemplos: “La tormenta/ nace aquí.// A veces regresa para ver/ de nuevo su país natal”. “En el dominio/ no siempre se sabe/ dónde está la superficie”. “No se puede dejar el dominio/ sin llevárselo”. “No se entra en el dominio.// Es él/ quien viene”.
A este espacio abierto, que no limita con otro país sino con el aire alto y el mar, en cuyo sistema se entra a tientas y se camina por deslumbramiento, se le podría aplicar las palabras que Roger Cardinal dedicó a cierta zona del arte de vanguardia: “Es una revelación que implica, a la vez, un re-velamiento”, un nuevo velo. Porque el “dominio” es también, y acaso en primer lugar, el del poema mismo, allí donde “El agua,/ matriz del grito”; o bien “El agua, memoria”.
La abundancia de poetas significativos que tuvo Francia en el siglo XX eclipsó en alguna medida una obra singular y de poderoso magnetismo como la de Guillevic, aunque en sus últimos años recogió el Premio Nacional de Poesía y el Goncourt. Prácticamente inédito en España, en 2020 la sabadellense Quaderns de Versàlia publicó un muy buen monográfico en torno de su figura; ahora, esta cuidada edición cordobesa es una excelente oportunidad de entrar en el “dominio”.
Del dominio
Autor: Eugène Guillevic.
Traducción: Rafael Antúnez y Juan Antonio Bernier.
Editorial: Cántico, 2022.
Formato: tapa blanda (292 páginas, 21,95 euros).
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