Fotografías para resistir al olvido
Dos fotógrafos se enfrentan a la pérdida de sus seres queridos ahondando en la construcción de la memoria y en el papel de la fotografía en relación con la ausencia
En diciembre de 2017, en los días posteriores a la muerte de su padre, mientras Julieta Averbuj (Barcelona, 1986) se dedicaba a examinar los álbumes de fotos familiares, una imagen atrajo especialmente su atención. En ella su propio rostro y el de su padre desaparecían bajo una constelación de hongos. Un halo de irrealidad creado por el efecto de la humedad en la emulsión fotográfica que, al tiempo que potenciaba la fuerza de la imagen en su conjunto, hacía alusión a la fragilidad de la memoria, a la sumisión y maleabilidad de los recuerdos y de los materiales a los estragos del tiempo. Así, aquella tierna imagen de una niña que se arroja sobre los brazos de un padre compone el núcleo, material e inmaterial, del fotolibro al que ha dado origen: El juego de la madalena (Nº 89 Cuadernos de la Kursala /Fuego Books), una delicada publicación, concebida en forma de desplegable, con la que la autora rinde tributo a su padre, cuyas múltiples lecturas hablan de la construcción de la memoria y de sus indescifrables y cambiantes veredas.
El título del libro hace referencia de un juego inventado por el padre de la autora, a través del cual reconvertía los sucesos que ocupaban a diario las noticias en nuevos relatos donde la magdalena era siempre un motivo central. Al mismo tiempo nos remite a la memoria involuntaria asociada a Marcel Proust; a ese olor, ese sabor, ese gesto o esa imagen que es capaz de revivir un recuerdo o reminiscencia en la persona que lo percibe para de inmediato transportarla a un episodio olvidado de su vida. De esta suerte, Averbuj fue dando forma a un complejo a la vez que enigmático entramado de imágenes todas ella procedentes del álbum familiar, que permite al lector construir distintas combinaciones, o recuerdos. Una armadura estructurada mediante una espina central que se ajusta de forma coherente a la naturaleza de las imágenes así como a lo que estas pretenden contar.
Con el fin de encontrar un significado más universal en el manejo de un álbum familiar, la autora optó por utilizar fragmentos de las fotografías y ampliarlas. De esta forma el lector hacer suyas las imágenes a medida que se abre camino entre las capas de un intrincado bosque de memorias, donde algunas de las imágenes parecen cargarse con más significado que otras dando forma a un poderoso relato visual que se completa con unas pocas frases sueltas. Frases que podrían aludir a los recuerdos de una infancia, cuya impresión sobre papeles transparentes aportan más intimidad al conjunto. “Me interesa el tema de la materialidad de la imagen”, señala Averbuj, cuya formación artística procede del cine experimental. “Ninguna de las imágenes está retocada. He respetado la suciedad original, las motas de polvo, los hilos, tal y como las encontré, los hongos y la misma textura del papel fotográfico en la que está impresa la foto, con el propósito de hablar del paso del tiempo. Y no solo desde lo matérico sino también a nivel histórico, en referencia de aquel tiempo en que se imprimían y guardaban las fotos familiares”. Un cúmulo de texturas que en ocasiones pueden parecer reales e invitan al lector a comprobarlo otorgando al fotolibro un carácter táctil que se consolida con el tipo de papel utilizado.
De igual forma, el uso una paleta de color donde se intercalan los grises, los sepia con una gama de colores apagados sugiere al lector una gama de alguna forma tendemos a asociar a la recuperación de la memoria. Corresponde a una serie de decisiones que la autora fue tomando de forma intuitiva y que han quedado justificadas por el resultado final. Una senda de frágiles fragmentos de belleza imprecisa que no deja de recordarnos que todo es finito y que la perpetuidad está hecha de la materia y la textura de la que están hechos los sueños y la memoria.
Cuando el pasado se transforma en un presente eterno
Cuando en noviembre de 2017 murió la fotógrafa Patrícia Almeida, un empleado de la funeraria pidió su pareja, el editor David-Alexandre Guéniot, que eligiera una fotografía para acompañar al féretro “¿Qué fotografía elegir?” se planteaba Guéniot. ¿Cómo dar presencia a alguien que ya no está? ¿Qué tipo de presencia es esa que pueda resumir lo que esta simboliza? ¿Debe referirse a un solo instante de su vida? ¿Al final de su existencia? ¿O a su momento más esplendoroso?
Aquel planteamiento de la búsqueda de esa imagen imposible, así como la necesidad de aprender a vivir la ausencia de alguien en el duro proceso de un duelo desembocaron en un libro, O livro da Patrícia (Ghost Editions). Un íntimo y poético relato, visual y literario, sobre la pérdida, que sirve al autor para indagar en las características de la imagen fotográfica y en su relación con la muerte, y de igual forma recuperar la esencia de la persona ausente, aquello incorruptible por el tiempo.
Dividido en tres partes: Los principios de la fotografía, El negativo y El positivo el libro reúne cerca de 70 textos que acompañan a las fotografías hechas por Patrícia, sus retratos, secuencias cinematográficas, pinturas, recortes de cuadernos, letras de canciones, extractos de libros y otros documentos sobre la evolución de la técnica fotográfica y su recepción. Y, como no hubiera podido ser de otra forma, se establecen numerosas conexiones con La cámara lucida de Roland Barthes, la obra que la fotógrafa comenzó a leer el año en que disparó su primer carrete, en la que el escritor francés reflexiona sobre el valor de la imágenes a partir de una fotografía de su desaparecida madre, imagen que nunca llega a mostrar.
Entre las pertenencias de Patrícia se encontraban los documentos con los que la fotógrafa trabajaba para dar forma a una historia personal de la fotografía. Un proyecto inconcluso que el autor utilizó como base para dar forma a su relato y dar presencia a la ausente. “Mientras iba juntando diferentes piezas con las que contaba me acordé de las palabras de Barthes sobre la paradoja que plantea la fotografía a quien mira la imagen de un muerto”, destaca Guéniot durante una conversación telefónica. “Esta muerto y morirá”, escribía el francés haciendo alusión al retrato de Lewis Payne (un joven acusado de asesinato y condenado a morir en la ahorca fotografiado por Alexander Gardner en 1865), algo que no deja de ser una disfunción cognitiva; una contradicción”.
El proceso de escribir también implicaba una paradoja. “Cuando atravesamos un duelo tendemos a pensar que si no sentimos dolor volveremos a perder a la persona”, advierte Guéniot. “Es nuestra forma de sentirnos unidos a ella. Así la escritura era una forma de recordar a Patrícia y de olvidarla. Acabar el libro supondría que mi relación con ella podría acabar”.
Una fotografía muestra un papel arrugado donde queda escrita la cita del autor alemán Johann Paul Friedrich Richter, conocido como Jean Paul: “El recuerdo es el único paraíso de donde no podemos ser expulsados”, una sentencia que contradice en las siguientes páginas con una cita de Jean-Luc Godard: “El recuerdo es el único infierno al que estamos condenados en toda inocencias”. Ambas citas hacen alusión a la resistencia que muestra el medio fotográfico al olvido y su capacidad de trasformar el pasado en un presente eterno. Así, O Livro da Patrícia es un intento de transformar la muerte en algo vivo. Una construcción que lidia con incapacidad de la memoria por reconstruir un retrato preciso de la persona ausente al tiempo que trata de cómo dar forma a una ausencia y del tipo de presencia que se puede dar a alguien después de su muerte. Una reafirmación más de que la fotografía está tan unida al amor como a la muerte.
‘El juego de la madalena’. Julieta Averbuj. Cuadernos de la Kursala /Fuego Books. 40 euros.
‘O livro da Patrícia’. David-Alexandre Guéniot. Ghost Editions. 20 euros. 304 páginas.
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