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Contrapunto a dos voces

Ramón Andrés plantea un extenso monólogo con visos de ensayo en el que sigue la pista, a menudo borrosa, de Josquin des Prez, uno de los grandes compositores del Renacimiento y una figura de ribetes casi legendarios

Grabado de Josquin contenido en 'Opus chronographicum orbis universi', de Petrus Opmeer (Amberes, 1611), basado en un retrato perdido del compositor y única imagen fidedigna que nos ha llegado de su posible aspecto físico.
Grabado de Josquin contenido en 'Opus chronographicum orbis universi', de Petrus Opmeer (Amberes, 1611), basado en un retrato perdido del compositor y única imagen fidedigna que nos ha llegado de su posible aspecto físico.
Luis Gago

El 23 de diciembre de 2019, hace poco más de dos años, Ramón Andrés comenzó a redactar en su retiro de Elizondo un cuaderno, o un diario, en el que fue apuntando hasta el 29 de diciembre del año siguiente, con irregular constancia, sus reflexiones sobre Josquin des Prez, de quien se conmemoró en agosto de 2021 el quinto centenario de su muerte. Fue sin duda la presencia de esta efeméride en el horizonte, también en los a menudo brumosos del Valle de Baztan que él frecuenta en sus paseos, la que alentó una suerte de convivencia mental entre ambos, pues aunque fuera alumbrando sus cavilaciones, o sus ensoñaciones, como un paseante solitario en la estela de Rousseau, tal como lo muestra la fotografía de cubierta del libro en que Acantilado acaba de convertir aquel cuaderno doméstico, no es difícil imaginar a Josquin a su lado o, como mucho, a escasa distancia de su colega, porque Ramón Andrés, amén de muchos otros oficios, es también músico. De lo contrario, jamás habría podido escribir un libro como este.

Lo han precedido muchos otros y su avasalladora Filosofía y consuelo de la música, por ejemplo, obtuvo en 2021 el Premio Nacional de Ensayo. Ramón Andrés ha explorado registros muy diferentes: desde, bajo apariencia de lexicógrafo, dar forma a un casi inabarcable Diccionario de música, mitología, magia y religión hasta encerrarse con un solo madrigal, Lamento della ninfa, de Monteverdi, a fin de exprimirnos todo su jugo, pasando por un examen minucioso de la biblioteca de Bach en pos de pistas sobre el ser humano que no nos revela su música, una inmersión en la “música, pintura y ciencia en tiempos de Vermeer y Spinoza” o, en busca del manantial primigenio, una exploración del “nacimiento de la música en la cultura”. A modo de contrapeso, este filósofo y poeta ha escrito también “místicamente” sobre el silencio, donde no hay lugar para la música, del mismo modo que se ha interesado por el suicidio, una forma de ausencia voluntaria de vida, y su colección de ensayos Pensar y no caer se cierra con dos capítulos relacionados con sendas obras de dos creadores húngaros, György Ligeti y Béla Tarr, titulados significativamente ‘La muerte’ y ‘Nada’.

La bóveda y las voces, que se acompaña de un subtítulo de inequívocas resonancias proustianas, Por el camino de Josquin, se adentra en terrenos diferentes y, por su condición de cuaderno de bitácora, es generoso en el uso de la primera persona. No se trata, en ningún caso, de una árida aproximación musicológica al compositor francoflamenco, pero quien no supiera nada sobre él terminará la lectura del libro teniendo una idea cabal de sus logros y, sobre todo, de su posición preeminente en la historia de la música occidental y de por qué ya muchos de sus contemporáneos lo calificaron de princeps musicorum. Ramón Andrés conoce, y cita en la bibliografía final, muchos de los principales escritos académicos sobre Josquin de los últimos años, aunque no se refiere explícitamente al artículo que obligó a reescribir buena parte de su biografía, “Iudochus de Picardia and Jossequin Lebloitte dit Desprez: The Names of the Singer(s)”, que Lora Matthews y Paul Merkley publicaron en The Journal of Musicology en 1998. Ambos demostraron que el cantante “Josquin” en activo en la catedral de Milán de 1459 a 1472 y en la corte de los Sforza hasta diez años más tarde era otra persona diferente del famoso “Josquin des Prez” (o Desprez, como prefiere escribir Andrés, porque las fuentes presentan su identidad nombrada de mil maneras diferentes), y que murió en 1498, más de dos décadas antes que el famoso compositor. Las sospechas venían ya de atrás, cuando Pamela Starr mostró que tradicionalmente se había fechado la llegada de Josquin a la capilla papal con tres años de antelación, porque el “Jo. de Pratis” de los documentos no era tampoco él, sino “Johannes de Pratis”, esto es, Johannes Stockem. Un goteo de nuevas revelaciones se tradujo en que los doce años que Josquin habría pasado en Roma según la historiografía tradicional se vieron reducidos de golpe a tan solo cinco.

En el nuevo relato, Josquin estuvo al servicio al menos de cuatro reyes y dos papas, su supuestamente larga estancia italiana (en Milán y Roma) ha dejado de ser tal y ahora se sabe mucho más sobre su vinculación con Cambrai, Aix-en-Provence, París y Viena, aunque siempre con Francia y los Países Bajos como su principal centro de operaciones. Hay incluso un posible viaje a España con la corte borgoñona de Felipe el Hermoso, que Ramón Andrés menciona muy pronto y glosa con generosidad, aunque no haya salido aún a la luz ninguna prueba incontrovertible de que así fuera. También cita la famosa carta del cantor Gian d’Artiganova dirigida al duque Ercole d’Este en septiembre de 1502, en la que le recomienda que contrate a Heinrich Isaac por ser más fiable y sociable con sus compañeros, aunque admite que “Josquin compone meglio”, si bien solo cuando le place, no cuando se le pide que lo haga: los genios nunca fueron fáciles.

Josquin des Prez (a la izquierda) junto a Rossini, Monteverdi, Palestrina, Guido d'Arezzo y San Ambrosio en el lado sur del Friso del Parnaso del Albert Memorial que se encuentra en los Kensington Gardens de Londres.
Josquin des Prez (a la izquierda) junto a Rossini, Monteverdi, Palestrina, Guido d'Arezzo y San Ambrosio en el lado sur del Friso del Parnaso del Albert Memorial que se encuentra en los Kensington Gardens de Londres.James Valentine & Sons/Universidad de St Andrews

Las vidas del autor y de su compañero de paseos y reflexiones se entremezclan y, poco después de comenzado el cuaderno, hace su aparición un tercer invitado: “Mi cabeza va hacia delante y hacia atrás en el tiempo, convivo con Josquin y los contagios de coronavirus, el ayer y el ahora apretados en un puño. Este ir y venir me desmadeja, no estamos acostumbrados a escaparnos de nuestra dimensión temporal”. El libro es un constante asomar y ocultarse hilos, de los que Ramón Andrés —un polígrafo nato— jamás deja de tirar, por más que lo lleven, a saltos, y sin brújula ni planes previos, a recuerdos, lecturas de cabecera o, una y otra vez, al remanso de la vida errante y la música preternatural de Josquin, porque en el fondo del libro late ese mismo contrapunto a dos voces, punctum contra punctum, que el compositor francoflamenco llevó a un grado de perfección que solo lograría emular, siglos después, Johann Sebastian Bach.

En la penúltima página, Ramón Andrés se traslada al 27 de agosto de 1521, fecha de la muerte de Josquin en su retiro de Condé-sur-l’Escaut, para despedir a su —ya para entonces— amigo y confidente con estas palabras: “Yace el más solitario de los solitarios, el que ha entendido, en su plenitud, la palabra lejanía”. Por si alguien dudara a estas alturas de que, más que el monólogo que aparentaba ser en un principio, este libro, aquel antiguo cuaderno, es más bien un diálogo a dos voces —muda y sonora—, el último párrafo reserva un paralelismo entre el tiempo que “hará joven” a uno y “deshará como la hoja seca y volandera” al otro. ¿Quién es quién?

La bóveda

La bóveda y las voces. Por el camino de Josquin

Autor: Ramón Andrés.


Editorial: Acantilado, 2022.


Formato: tapa blanda (384 páginas, 25 euros).

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Sobre la firma

Luis Gago
Luis Gago (Madrid, 1961) es crítico de música clásica de EL PAÍS. Con formación jurídica y musical, se decantó profesionalmente por la segunda. Además de tocarla, escribe, traduce y habla sobre música, intentando entenderla y ayudar a entenderla. Sus cuatro bes son Bach, Beethoven, Brahms y Britten, pero le gusta recorrer y agotar todo el alfabeto.

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