Campeonatos Pokémon, franquicias transmedia y la arquitectura de Gaudí
La famosa franquicia vuelve a estar de actualidad con un nuevo juego que se inspira en España
El mundo Pokémon vuelve a la actualidad, cosa que no es infrecuente. ¿Es, dentro del mundo de los videojuegos, la propiedad intelectual más importante? Si no lo es, convengamos en que está dentro de la terna de cuatro o cinco candidatos que optan al título.
El caso es que la prensa especializada y las secciones televisivas de la prensa generalista coincidieron la semana pasada en resaltar una noticia curiosa y ficticia (en el sentido de que pertenece al mundo de la ficción): Ash Ketchum, el personaje principal de la saga Pokémon, había logrado, al fin, coronarse como el mejor entrenador pokémon del mundo. Había sucedido en el capítulo 42 de la serie de animación Viajes Definitivos Pokemón, emitida en Japón. Aunque en los juegos de la saga el protagonista lo personaliza el jugador, Ash (que apareció por vez primera en la primera serie de Pokémon, en 1997) cristalizaba la narrativa de la saga, trasladando a la ficción lo que el juego nos proponía en formato interactivo: convertirnos en el mejor entrenador de pokémons del mundo.
La noticia es más importante de lo que parece, porque el peso que la serie de animación de Pokémon sigue teniendo 25 años después ejemplifica algo más serio: que la dimensión social del fenómeno Pokémon trasciende, con mucho, su dimensión lúdica. Y no es solo por tratarse de la franquicia de medios que más dinero ha generado en toda la historia (que también), sino porque no es demasiado osado decir que es el producto transmedia mejor construido del siglo. El término transmedia, ya se sabe, hace referencia a la propiedad intelectual que se reparte entre diferentes soportes: libros, películas, series, cómics, videojuegos, juegos de mesa, merchandising… El concepto es sin duda hacia lo que está evolucionando la cultura popular, y aunque cada año surgen fenómenos transmedia más completos (El señor de los anillos, Star Wars, Harry Potter…), ninguno ha estado tan equilibrado como Pokémon, aunque es cierto que es un producto destinado a público menos adulto y eso facilita que las diferentes piezas del puzle transmediático encajen.
Decíamos que, con esa victoria de Ash en la parte audiovisual del mosaico transmedia, se acaba de alcanzar un hito. Pero lo importante es que la franquicia no deja de lado la parte interactiva digital, que al fin y al cabo fue el origen de todo: los videojuegos. El pasado viernes salió al mercado la última entrega de la saga (como siempre, dividida en dos): Pokémon escarlata y Pokémon púrpura. Con una particularidad estética que celebramos por estos lares: si en 1996 la franquicia de Nintendo desembarcó en España, ahora España desembarca en Pokémon, pues la nueva zona en la que se radica la aventura está basada en nuestro país.
Empezando por el propio mapa general de la isla, que replica con el arte típico de la franquicia la forma de la piel de toro, todo destila un toque made in Spain. Desde el propio tráiler de imagen real del juego, rodado en Girona, a la ciudad central, que toma referencias arquitectónicas de Madrid y Barcelona, especialmente de la escuela de Gaudí (un personaje de una película de Pokémon de 2007 ya estaba basado en él), el sabor local es una constante. Están los pueblos del este, inspirados en Murcia y Castilla la Mancha, con sus luces del Levante y sus molinos, respectivamente; pasando por el sur del escenario digital, que saca sus ideas de Cádiz y Málaga. Hay referencias al desierto almeriense, al norte lluvioso. Y no faltan los detalles gastronómicos de algunos platos inspirados en la cocina autóctona. Además de sus multimillonarios juegos de cartas, de sus series de animación, de su omnipresente merchandising, Pokémon también sabe sacar rédito de las localizaciones de sus juegos. Es, dentro del mundo digital, el embajador perfecto.
Pokémon opta a ser el campeón del mundo de los juegos de la misma manera que Ash optaba al título de campeón Pokémon. Veremos en qué acaba la pugna dentro de unos años. De lo que no cabe duda es de que en la competición por ver qué franquicia hace mejor los deberes, más se implanta en el imaginario colectivo y en el mercado y a más rincones de la cultura popular llega, nadie le puede quitarle el título. Ahí tiene asegurada la matrícula cum laude.
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