Juan Mayorga: el ‘big bang’ del teatro español contemporáneo
Filosofía, matemáticas y literatura eclosionan en el autor que ha revalorizado la escritura dramática en el país y la ha proyectado mundialmente. El próximo viernes recibirá en Oviedo el Premio Princesa de Asturias de las Letras
Todo suele empezar con una frase. Por ejemplo: “Esta noche lo dejo dormir en casa, pero mañana le digo que se vaya”. Esta la oyó el dramaturgo madrileño Juan Mayorga hace años paseando por el Parque del Retiro y la anotó en una de esas libretas que lleva siempre en el bolsillo como posible inspiración para una nueva obra. Ha escrito algunas escenas, pero nunca ha llegado a terminarla porque se le han ido cruzando otras frases que le han llevado a otras obras. Así que finalmente ha decidido regalarla. El próximo martes, estudiantes de ESO y Bachillerato de Oviedo representarán ante él una selección de pequeñas piezas escritas por ellos mismos con esa sentencia como punto de partida, en vísperas de que el viernes le sea entregado en esa ciudad el Premio Princesa de Asturias de las Letras, un galardón que solo han recibido otros dos autores teatrales en sus cuatro décadas de historia: Arthur Miller (2002) y Francisco Nieva (1992). Eso es algo de lo que Mayorga se siente especialmente orgulloso: “No porque me lo hayan dado a mí, sino porque reconoce la centralidad de la escritura dramática en la literatura. Hay que recordarlo: uno de los más grandes escritores de todos los tiempos es Shakespeare. Y en español: Lope, Calderón, Valle-Inclán, Lorca”.
A punto de viajar a Oviedo, el dramaturgo hace un hueco en su agitada agenda para charlar en una cafetería de la Puerta de Toledo de Madrid cercana a las aulas donde dirige el Máster de Creación Teatral de la Universidad Carlos III. La de maestro es solo una de las múltiples facetas de este autor de vocación humanista cuyos textos brotan precisamente de la explosión conjunta y controlada de todas ellas. Las matemáticas, la filosofía y la literatura. La escritura dramática y la dirección de escena. La docencia, su actividad como miembro de la Real Academia Española y la gestión del Teatro de la Abadía desde el pasado febrero.
De ese rico universo han nacido títulos que ya se consideran historia del teatro español y se representan de manera continuada en todo el mundo. Textos que profundizan en la memoria como Himmelweg (2003) o El cartógrafo (2009). Otros de raigambre filosófica como Últimas palabras de Copito de Nieve (2004) o La paz perpetua (2007). La palabra como protagonista en La lengua en pedazos (2011), El Golem (2015) o Silencio (2022). La pederastia, la educación y la literatura en Hamelin (2005) o El chico de la última fila (2006). De la vida cotidiana a las cuestiones más elevadas. El corpus es variado, pero tiene un denominador común. “Es culto y popular; profundo y accesible, crítico y constructivo”, escribió el filósofo Reyes Mate en el prólogo a la edición de Himmelweg en La Uña Rota, el sello que ha publicado con gran mimo todas sus obras. Entre ellas hay también un par de curiosos volúmenes (Intensamente azules y 581 mapas) de un género inventado que ha dado en llamar “teatro pintado” en colaboración con el dibujante Daniel Montero Galán, autor del retrato que ilustra este artículo: una especie de cartografía de la galaxia Mayorga.
Juan Antonio, el matemático
Pero volvamos al principio. Al padre que le leía en voz alta los grandes clásicos cuando era niño. Así empezó a valorar el futuro dramaturgo la palabra pronunciada. Y a confiar en ella como expresión de la mejor literatura. De ahí tal vez su querencia a apuntar lo que escucha por la calle, en los bares, en casa. “Hace poco le dije a mi madre: ‘Ayer salí muy contento del ensayo’. Ella me respondió: ‘Ya. Pero tienes que encontrar tiempo para cortarte el pelo’. Basta ese diálogo para componer el retrato de una madre”, explica el autor. Frases cargadas de significado. Precisión y síntesis.
De eso está hecho su teatro. Emerge ahí el matemático Juan Antonio. Es su nombre de pila completo. Así es como se hacía llamar cuando cursaba esa carrera en la Universidad Autónoma de Madrid y como todavía se refieren a él los amigos que hizo en esa época. Javier Sanguino, compañero de promoción, lo ve clarísimo: “El matemático está ahí todo el tiempo. Se nota en la exactitud del lenguaje. Recuerdo que me leía las cosas que escribía cuando coincidíamos en el tren de camino a la facultad y ya entonces me llamaba eso la atención”, rememora. “Y la lógica. Los matemáticos la tenemos asumida como herramienta natural, pero él además la estudiaba como objeto en sus clases de filosofía [se licenció a la vez en 1988]”. Hablamos de lógica aristotélica. La que sentó las bases del teatro en la Grecia clásica.
La filosofía
Reyes Mate, que dirigió la tesis doctoral del dramaturgo, dedicada a Walter Benjamin, observa otras dimensiones en su lenguaje: “El misterio. La densidad de la palabra. La polisemia”. Ahí entra el filósofo Mayorga. “La lengua en pedazos, en la que pone a Teresa de Jesús a conversar con el Inquisidor, es básicamente un diálogo entre lo inefable y lo expresable. Esa dialéctica atraviesa toda su obra”, anota Mate en conversación telefónica. De la filosofía emana también su ambición temática. La preocupación por la memoria histórica. “Cuando en 1990 puse yo en marcha un grupo de trabajo sobre filosofía después del Holocausto —relata Mate— se nos vio como bichos raros. En esa época en España no se cultivaba la memoria como en el resto de Europa. Al contrario, la Transición impuso en este país la cultura del olvido. Por eso me sorprendió cuando se me acercó para pedirme que dirigiera su tesis sobre Benjamin. Le dije: ‘Vete a Alemania y aprende el idioma’. Y se fue”.
Pocos años después Mayorga escribió Himmelweg, una de sus obras cumbre, que imagina la gestación y desarrollo de la visita que hizo un delegado de la Cruz Roja al campo de concentración alemán de Terezín en 1944, para la cual los nazis obligaron a los prisioneros a actuar como si llevaran una vida feliz y normal. Habla Mate: “Trata del Holocausto, pero no de cualquier manera. No sin tener en cuenta la controversia que acompaña en Europa cualquier manifestación artística sobre ese tema: mientras hay quien defiende que solo pueden contarlo los testigos sin exagerar ni reducir nada, otros creen que es necesaria cierta deformación para poder expresar la emoción de lo vivido. Himmelweg expresa ese debate de manera admirable. Convierte en experiencia estética la gran pregunta: ¿cómo representar lo irrepresentable?”. Sobre eso seguirá indagando en El cartógrafo. “Quizá estas obras hayan sido siempre mejor entendidas en Europa que en España”, reflexiona Mate.
Dice Mayorga que Himmelweg es la obra de la que se siente más orgulloso o menos avergonzado. “Creo que no la he superado ni la superaré”.
El Big Bang
¿No habrían sido más rentables las matemáticas? ¿O más prestigiosa la filosofía? “Puestos a escribir, mejor novelas o guiones de cine”, le decían cuando expresaba su inclinación por la literatura dramática. “Pero yo sentía que el lugar donde mejor podía mezclar todos mis intereses era el teatro, que es el lenguaje omnívoro y totalizador por excelencia. Absorbe los demás y puede dar cuenta de cualquier tema. Lo sabía porque lo había visto en Shakespeare, Lope, Calderón, Valle-Inclán, Lorca”, recuerda el autor. Es lo que necesitaba una mente también omnívora y totalizadora como la suya. Lo que propició que las matemáticas, la filosofía y la literatura explosionaran en el teatro. Su big bang particular.
No se equivocaba. A sus 57 años, Mayorga no solo es el dramaturgo español vivo más representado y traducido en el mundo, sino también un nombre fundamental de las letras españolas. Su gran proyección más allá del teatro ha contribuido a revalorizar la escritura dramática en un contexto social y cultural en el que las artes escénicas ocupan un lugar marginal y después de unos años en los que el denominado “teatro de texto” parecía en decadencia en todo el mundo. “En España eso sucedió todavía más porque el franquismo cubrió con una sombra de sospecha a los autores que habían estrenado durante la dictadura. Desprestigió totalmente el género. Mayorga es la cabeza más visible de la generación que se atrevió a desafiar ese prejuicio y se puso a escribir sin complejos”, rememora Guillermo Heras, uno de los impulsores de aquel renacer desde el Centro Nacional de Nuevas Tendencias Escénicas, que dirigió desde su fundación en 1984 hasta su extinción en 1993.
En aquel centro se desató otro big bang: el de la dramaturgia española contemporánea. Angélica Liddell, Rodrigo García, Sergi Belbel, Lluïsa Cunillé, Ernesto Caballero, Ignacio García May, Itziar Pascual, José Ramón Fernández, el propio Mayorga. Contribuyeron también las numerosas salas alternativas que brotaron en Madrid en aquella época. José Sanchis Sinisterra, maestro de tantos de aquellos, desarrollaba en paralelo un proyecto similar en la sala Beckett de Barcelona. Y todo acabó confluyendo. Cuajó. “Los textos de Mayorga destacaban ya entonces por su calidad literaria. Tiene una gran capacidad para desarrollar complejos pensamientos filosóficos dentro de estructuras dramáticas. Por eso sus obras son profundamente literarias a la vez que altamente teatrales. Es muy difícil eso”, comenta Sanchis Sinisterra. Otro autor al que Mayorga reconoce como maestro es José Maria Benet i Jornet, Papitu, fallecido hace dos años, al que dedicó su discurso de ingreso en la RAE en 2019.
La realidad no es suficiente
Cuenta Mayorga una anécdota que ilustra bien su manera de entender el teatro: “Es una cosa curiosa que me pasó durante un viaje con mi familia a Malta. Era Viernes Santo y estábamos visitando la isla de Gozo, que es pequeñísima, cuando me topé paseando con una celebración religiosa en una iglesia. Estaba allí todo el pueblo. En un momento dado, todos salieron en procesión alrededor de la iglesia y volvieron a entrar. Pero cuál sería mi sorpresa cuando repitieron eso mismo siete veces. ¿Por qué? Porque la tradición allí ese día es visitar siete iglesias. Y como ellos solo tienen una, pues dan vuelta sobre la misma siete veces. Aquello me pareció absolutamente teatral. Porque el teatro aparece cuando la realidad no es suficiente. Y la realidad nunca es suficiente”.
Por eso sus obras atraviesan continuamente la barrera de la realidad. Un ejemplo reciente es la escena que escribió para la obra de teatro documental Shock (el cóndor y el puma), en colaboración con Juan Cavestany, Albert Boronat y Andrés Lima, que dirigió en las tablas este último. A Mayorga le tocó recrear el encuentro que mantuvieron Margaret Thatcher y Pinochet en Londres en 1998 y se inventó un diálogo muy divertido. Pero lo mejor es que cuando terminó volvió a empezar. Y después, una tercera vez. Era lo mismo repetido tres veces, pero cada vez más desternillante, más ácido, más revelador. “Siempre hay humor en sus obras. Pero él no crea chistes, sino situaciones paradójicas que te llevan a la risa. Sabe jugar como nadie con la polisemia de las palabras para disparar la comedia”, advierte Lima, que ha dirigido también Últimas palabras de Copito de Nieve, Hamelin y El chico de la última fila. Mayorga participó además con Lima y Cavestany en la escritura de la descacharrante Alejandro y Ana. Lo que España no pudo ver del banquete de la boda de la hija del presidente, un pelotazo cuando se estrenó en 2003.
El director
Y llegó un día en que Mayorga quiso salir de su cubículo de escritor para meterse en faena en el escenario. “Me lancé a dirigir básicamente porque sentí la necesidad de profundizar en mis propios textos a través de los actores”, explica. Debutó en 2012 con La lengua en pedazos y desde entonces no ha parado: Reikiavik (2015), El cartógrafo (2016), Intensamente azules (2018) y Silencio (2021). La actriz Blanca Portillo, que actuó en el Hamelin que montó Andrés Lima, lo ha conocido como director en El cartógrafo y Silencio. Con esta última, que es la versión teatral de su discurso de ingreso en la RAE, todavía está de gira y precisamente está ahora en cartel en Barcelona. “Cuando dirige hace algo que es muy importante para los actores: escuchar. Nos trata como creadores, dialoga”, comenta por teléfono. “Por otra parte, como autor me moviliza también muchísimo. Por su calidad literaria y porque sus textos siempre están cargados de enigmas. Sus personajes no lo dicen todo, hay que investigar para descifrarlos. Y eso es estimulante para cualquier intérprete”, añade Portillo.
El maestro
Así como Mayorga subraya la influencia de Benet i Jornet o Sanchis Sinisterra y mucho antes de “Lope, Calderón, Valle-Inclán o Lorca”, muchos autores lo reconocen a él ya como “maestro”. No solo por la ejemplaridad de sus textos, sino también por su intensa actividad como docente y forjador de encuentros. Alberto Conejero, que ha buceado en la memoria histórica en obras como La piedra oscura o La geometría del trigo, destaca lo importante que ha sido para las generaciones posteriores su “reivindicación de la palabra como centro del teatro”. Lucía Carballal, que fue alumna suya cuando daba clases en la Real Escuela Superior de Arte Dramático, considera que ha logrado ampliar el terreno a los autores más jóvenes: “Su trabajo vuela tan alto que nos invita a escribir mejor, a disparar más lejos, o al menos a intentarlo. Por un lado, su teatro tiene un profundo sentido escénico, conoce y disfruta como nadie los aspectos más específicos de la escritura teatral, el tejido del que está hecha una función de teatro y todo eso que a veces llamamos ‘las leyes del escenario’. Pero es precisamente en la puesta a prueba de estas leyes y en la exploración del lenguaje donde su escritura señala lo lejos que el teatro puede llegar”.
Ciudadano Mayorga
Basta una breve conversación con él para darse cuenta de que Mayorga es como su teatro. O viceversa. Te deja con la certeza de haberte enriquecido intelectualmente, pero nunca da lecciones ni se sitúa por encima de su interlocutor o su público. Profundo y a la vez cercano. Divertido. Blanca Portillo lo resume así: “Escribe de manera elevada, pero siempre está pegado a la tierra. Escuchando en la calle. Todo le parece interesante”.
Inéditos
Amistad
Esta temporada se estrenarán dos obras inéditas de Juan Mayorga. La primera será Amistad, que se presentará en enero en el Teatro Español de Madrid, con la dirección de José Luis García-Pérez y un reparto formado por los actores Ginés García Millán, Daniel Grao y Daniel Albaladejo. Dos amigos conversan ante el ataúd de un tercero que también era amigo. Parece una escena normal en un tanatorio. Pero de pronto salta una sorpresa y se desata la teatralidad en el más puro estilo Mayorga. Todo parece un disparate, pero no lo es.
María Luisa
Un día el dramaturgo oyó decir a un conocido que trabajaba en la portería de un edificio de viviendas que había aconsejado a una vecina mayor que vivía sola que pusiera más de un nombre en el buzón para no atraer a los cacos. Eso disparó la imaginación de Mayorga. Con ese arranque, el 20 de abril estrenará María Luisa en el Teatro de la Abadía. En este caso, con dirección propia. El reparto todavía no está confirmado, pero sí se puede desvelar una cosa: la realidad aquí tampoco es suficiente.
Puedes seguir a BABELIA en Facebook y Twitter, o apuntarte aquí para recibir nuestra newsletter semanal.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.