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Juan Mayorga y Blanca Portillo, dos monstruos en escena

El dramaturgo y la actriz salen triunfantes de la aventura de convertir un discurso en espectáculo teatral

Blanca Portillo, en 'Silencio', dirigida por Juan Mayorga.
Blanca Portillo, en 'Silencio', dirigida por Juan Mayorga.Víctor Sainz
Raquel Vidales

Es sabido que Blanca Portillo es una actriz extraordinaria y que Juan Mayorga escribe como los ángeles. Pero es inevitable recordarlo viendo esta función. Sobre todo porque el germen del texto puede llevar a pensar que vaya a ser demasiado erudito para disfrutarlo como base de un espectáculo. Es el discurso de ingreso de Mayorga en la Real Academia Española (RAE) en mayo de 2019. Erudito es: una disertación literaria de una hora sobre el sentido y los significados de la palabra “silencio”. Pero no hay que ignorar que su autor es por encima de todo un gran dramaturgo que tiene el pulso dramático insertado en la médula. Escriba lo que escriba, el teatro está ahí: en la disposición de las palabras, el ritmo de las frases, su sonoridad. Ni tampoco hay que olvidar que Portillo podría convertir la lectura de un prospecto cualquiera en un monólogo cómico. O trágico. Lo que quiera.

Dramaturgo y actriz explotan juntos sus mejores cualidades en este Silencio que primero fue discurso y ahora es obra teatral dirigida por el propio autor. Ya cuando lo pronunció Mayorga en el salón de actos de la RAE exploró esa posibilidad. “La situación es teatral”, comenzó. Señaló después la división del espacio entre el orador y su audiencia, los movimientos estudiados, la escenografía con el retrato de Cervantes de fondo, el vestuario solemne. Tras lo cual invitó a sus “espectadores” a considerar que siendo su oficio escribir para que otros pronuncien sus palabras, acaso no era él quien estaba hablando en ese momento, sino un actor invitado para representar su papel. La convención de la representación: la esencia del teatro como base de su alocución. A los presentes no les costó entrar en el juego, pues la mayoría eran amigos del mundillo teatral. También ese hecho formaba parte de la “representación”.

En esta segunda “escenificación”, Portillo subraya con su interpretación el juego teatral que propuso Mayorga aquel día. Desde el principio se presenta ante el público como “personaje” llevando al extremo sus gestos y sus posturas e incluso desvelándole en cierto momento cómo lo ha construido a partir de un tic en la mano derecha. Es a la vez “personaje” y “persona”; es decir, en todo instante vemos sobre el escenario de manera simultánea ―y en un mismo cuerpo― al “académico” que tiene que pronunciar un discurso y a la “actriz” que lo representa, que por otra parte no es la actriz Blanca Portillo sino una “actriz” interpretada por Blanca Portillo. Maravilla como una matrioska.

También es un disfrute lo que se escucha. Y con eso volvemos a Mayorga. Establecido el marco escénico, el académico se dispone a disertar sobre la palabra “silencio”, pero en realidad estará hablando todo el tiempo de teatro. De cómo, por ejemplo, “basta que un personaje exija silencio para que surja lo teatral”. De cómo un actor “puede abrir en el cuerpo de una frase o entre dos frases un espacio en que cabe un mundo”. Del “combate físico” que se establece en el escenario entre la voz y su silencio. De la diferencia entre pausa y silencio. Frases reveladoras que deleitan y enriquecen. Con belleza literaria y un ritmo interno que va in crescendo desde el puro comentario académico hasta el recuerdo sangrante de los grandes silencios de la literatura dramática: los que subyacen en Antígona, Hamlet, Woyzeck o La casa de Bernarda Alba.

Y esto nos lleva de vuelta a Portillo. La actriz, en principio sujeta a su papel de intérprete del “autor”, se sale de ese personaje hacia la mitad de la función para dar voz a esa “actriz” que cumple el encargo de leer el discurso y expresar sus propios comentarios sobre el tema del discurso, además de recrear dramáticamente las escenas teatrales a las que hace referencia el texto. Rompe así con la solemnidad del formato “discurso” y establece un marco de complicidad con los espectadores. Se da el lujo de escenificar cuatro minutos de mutismo (con recursos de clown y de mimo, lo cual tiene también mucho que ver con el silencio) y se permite incluso ironizar sobre lo largo y a veces demasiado sesudo que le ha salido el texto al académico. Y que eso en la RAE puede valer pero en el teatro no es bueno, que el público no tiene tanta paciencia. ¡Pues claro que se hace largo y requiere un cierto esfuerzo intelectual para disfrutarlo! Pero para eso estamos ahí y no en casa viendo la tele. ¿O no?

Silencio

Texto y dirección: Juan Mayorga. Intérprete: Blanca Portillo. Teatro Español. Madrid. Hasta el 11 de febrero.

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Sobre la firma

Raquel Vidales
Jefa de sección de Cultura de EL PAÍS. Redactora especializada en artes escénicas y crítica de teatro, empezó a trabajar en este periódico en 2007 y pasó por varias secciones del diario hasta incorporarse al área de Cultura. Es licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid.

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