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Tristes, drogados, periféricos: la nueva literatura que refleja el dolor de los polígonos

Una joven generación de escritores relata el desánimo instalado en el extrarradio de las grandes ciudades españolas. Hijos de la crisis y la explotación laboral, sus integrantes describen otra España vacía: una que lo está por dentro

El escritor Óscar García Sierra, en el parking de la estación de Atocha en Madrid.
El escritor Óscar García Sierra, en el parking de la estación de Atocha en Madrid.INMA FLORES (EL PAIS)

El hijo de la farmacéutica vive por las competiciones de altavoces. Cada domingo conduce hasta un polígono abandonado de León tras enjoyarse el oro de su abuela muerta, comerse un ladrillo (así llama a los ansiolíticos), lanzar un beso a su reflejo en el espejo y desayunar Red Bull con cigarrillos. Lo suyo es pinchar bakalao desde el Citroen ZX gris de su abuelo. Fiestas de tuning en uno de esos no-lugares que, tras el cierre de la mina y las fábricas de la zona, se ha convertido en lo que te enseña Google cuando tecleas “espacio liminal”, sitios de paso que no pisa nadie y donde las pintadas de los muros semiderruidos asoman descoloridas, sin vida. Él ya tiene más de 30, no se le conoce trabajo legal y en el polígono siempre lo esperan chavalas con el mismo plumón, botas y flequillo. Por eso no puede evitar “sentirse como si estuviese de fiesta en una cadena de montaje” y se pone ansioso porque ni allí acude la que de verdad le interesa ni le quedan más ladrillos en el bolsillo.

Con el relato de la historia de amor del hijo de la farmacéutica y la hija del de los piensos parte Facendera (Anagrama), la novela narrada por un veinteañero que explica este idilio con tintes de tragedia a otra joven, Aguedita, mientras transcurre una fiesta en un piso de Madrid. Para impresionarla y darse importancia, el narrador recurrirá a los cotilleos de su educación sentimental en un municipio sin nombre en la cuenca minera leonesa. Un pueblo donde “todo el mundo está triste pero nadie lo reconoce” y la crisis ha provocado que parezca que “toda la población activa ha acabado trabajando para el Ayuntamiento”. Si la facendera era un trabajo comunitario típico de León al que iba todo el pueblo –como cuando los “viejines” y los niños se juntaban con los jóvenes para arreglar la plaza en una tarde–, la de esta novela se articula como un apaño amoroso o relato de relatos. Un emocionante patchwork de anhelos comunales superpuestos cuando todo pinta gris oscuro casi negro.

Óscar García Sierra: “La falta de esperanza no es solo relativa a la juventud, la crisis nos ha golpeado a todos. En mi libro todos sienten pena”

“Quería escribir sobre las historias que inventamos para tapar nuestras inseguridades. Tenía fragmentos sueltos, frases apuntadas de historias o cuchicheos que me sonaban de pequeño, recuerdos de las batallitas de los chavales de mi pueblo que hacían tuning o iban a la ermita a enrollarse. Supongo que tenía ganas de juntarlo y escribir de donde vengo, porque es lo que conozco y porque no sabía de ninguna novela sobre ese desapego, ansiedad y estética tan particular”, apunta su autor, Óscar García Sierra, un reservado leonés de 28 años que no revela el nombre de su pueblo y que está afincado en Madrid desde hace casi una década. Este lingüista debuta en la ficción tras publicar un poemario sobre los pensamientos que escribía en las notas de su móvil mientras se encerraba en los baños estando de fiesta, Houston, yo soy el problema (Espasa, 2016). Un libro que fue editado por la desaparecida Belén Bermejo, a la que dedica Facendera y homenajea infiltrando en el texto la frase de su último tuit.

Nación Diazepam

Sin voluntad de construir un retrato de la España vaciada (“Nunca pensé en tirar por ahí y creo que el resultado lo demuestra”), el leonés escribe sobre el desánimo instalado en un espacio en la periferia alejado de las grandes capitales. Uno donde “hay más carteles de Se vende que ventanas” y en el que el bar se ha convertido en “un desagüe de drogadictos, discapacitados leves, poetas aficionados, carlistas declarados y muchas otras personas que simplemente no tenían amigos como para que les sacasen del club de los personajes del pueblo”. Para el autor, la desafección no es una problemática que atañe exclusivamente a lo joven o milenial, aunque sean estos los que protagonizan el éxodo a la ciudad. “La falta de esperanzas no es solo relativa a la juventud, la crisis nos ha golpeado a todos. En el libro da igual los años que tengan, todos sienten pena”, aclara.

Juarma: “¿Por qué siempre se habla de literatura marginal? Quise dar voz a la clase baja, convertirla en el centro, politizarla”

Hace 30 años, Elizabeth Wurtzel publicó Nación Prozac, la biblia del desencanto de la Generación X de Estados Unidos, y visibilizó a esas chavalas que se pasaban el día puestas de Zoloft, Paxil y Prozac ansiando sentir algo pero con la moral por los suelos. Se podría decir que, con Facendera, García Sierra recoge parte del testigo del nuevo desencanto patrio adicto a los ansiolíticos y al Diazepam. Solo que en su novela no importa la edad ni el género de quien lo sufre y dan ganas de abrazar a todo ese pueblo enganchado a los ladrillos y con un perpetuo “dolor de barriga” (como nombra el autor a la ansiedad). Una comunidad enfangada en la pérdida de ilusión por el progreso y donde el silencio sepulcral de las calles solo se rompe con el sonido de las persianas bajando, “como si el dueño de la casa en cuestión estuviese intentando que anocheciese por la fuerza”.

El autor granadino Juarma, retratado a las afueras de Sagunto.
El autor granadino Juarma, retratado a las afueras de Sagunto.ana escobar

España es el país que consume más benzodiacepinas del mundo. Un malestar narcótico sobre el que han escrito en memorias recientes autores como Almudena Sánchez en Fármaco (Random House) o Eloy Fernández Porta en Los brotes negros (Nuevos Cuadernos Anagrama). En sintonía con estos títulos, Facendera supone la irrupción de una ficción que encapsula a la perfección esa depresiva afrenta contra la sensación de no futuro que nos rodea; pero en la que, por encima del hastío, brilla más fuerte el embaucamiento amoroso y las mentiras que nos contamos para, al menos por un rato, sentir el corazón latiendo.

Contra la escritura de los márgenes

“¿Por qué siempre se habla de literatura marginal?”, lamenta Juarma, nacido hace 41 años como Juan Manuel López en Deifontes, un municipio de 2.000 habitantes en Granada. Instalado en Sagunto (Valencia) desde hace cuatro años “por amor”, este escritor, dibujante de cómics y editor de fanzines se ha convertido en un fenómeno editorial gracias a Al final siempre ganan los monstruos, una novela adrenalítica sobre un grupo de treinteañeros precarios de un pueblo ficticio de Granada enganchados a cualquier narcótico que les pongan delante. El libro lleva más de 10.000 copias vendidas desde que lo editó Blackie Books en 2021. Un pelotazo que empezó publicando por capítulos en un club de lectura cerrado de Facebook con 60 integrantes (todos de Deifontes) y que ha probado que, por mucho que naciese como una historia de consumo local, ha acabado interpelando a lectores de todo el país sin importar su origen o clase social.

“No tengo faena estable, no tengo pareja, no tengo hijos. Me paso los días y las noches en los bares del pueblo, bebiendo y metiéndome coca, que es lo que más me gusta hacer en el mundo”, cuenta Lolo, un golfo de buen corazón que baja en moto a pillar al polígono y que cada noche se toma “un puñado de diazepames” para apaciguar las pesadillas que delatan su principio de esquizofrenia. En Al final siempre ganan los monstruos, todos intentan sobrevivir como se pueda, aunque sea sisando dinero para salir adelante frente a la incerteza. “A veces me preguntan si me he inspirado en alguna película y yo respondo que solo hay que abrir un periódico local. Lo que lees en la sección de sucesos son las historias de nuestras vidas”, reivindica.

Meryem El Mehdati: “Se convierte en exótico lo común. Tenemos que asumir de una vez que los márgenes son la realidad de la mayoría”

Inspirado por la literatura de Mohamed Chukri, Juarma ha escrito un libro “para sacar a la clase baja del decorado literario y dar voz a lo que siempre se percibe como un adorno en la historia, convertirlo en centro, politizarlo”. También se muestra alérgico frente a posibles etiquetas. “No sé si lo mío es literatura de la periferia, igual la definiría como literatura de los Montes Orientales”, bromea. Así se llama su instituto. Dos de sus antiguas profesoras se acercaron a una de sus presentaciones para darle la enhorabuena. “Esa parte humana que me ha dado el libro, de la que menos se habla, es la que más me llena”.

Desapego en las afueras y anestesia en la capital

“Ser de Gran Canaria, concretamente del sur de Gran Canaria, te convierte en alguien impermeable al desaliento, una criatura un tanto salvaje cuya lengua materna es el cinismo”, recuerda Meryem, la protagonista de Supersaurio (Blackie Books). Una veinteañera asqueada de su trabajo que recorre 73 kilómetros de ida y 73 de vuelta diarios, unas tres horas de guagua si tiene suerte, en el trayecto que une Puerto Rico, donde vive y donde creció, con Las Palmas, donde se ubica el edificio de ocho plantas con las oficinas centrales de la cadena de supermercados en la que trabaja. Esta es la historia de una joven atravesada por la ansiedad y la precariedad que sabe que está “el sur de la isla, el de los turistas”, y luego el que le ha tocado a ella. “El de los pupitres voladores, los cinco coches de policía siempre apostados en la entrada del instituto y las órdenes de alejamiento y el señor raro que a veces se toca la polla cerca de la cancha de baloncesto”. Como cuenta la autora de esta chispeante ficción que ya va por su segunda edición, la canaria Meryem El Mehdati (Rabat, 32 años), su protagonista “no necesita tomar diazepam para anestesiarse porque ya es adicta a la que le produce el trabajo”. Uno que le promete el progreso de poder abandonar ese extrarradio vendido al turismo para instalarse en la capital, aunque, según avanza en ese trabajo que le absorbe la vida entre hojas de Excel diez horas al día, siente que poco a poco va desapareciendo y abandonando su cuerpo.

La escritora y traductora Meryem El Mehdati en Las Palmas de Gran Canaria.
La escritora y traductora Meryem El Mehdati en Las Palmas de Gran Canaria.Gabriel Jiménez Lorenzo

A medio camino entre la distopía laboral y un manual de supervivencia al turismo más salvaje, El Mehdati firma una ficción que funciona como crónica generacional de los hijos de la turboexplotación del sector servicios. Como su protagonista, la autora creció en Puerto Rico, “una ciudad dormitorio con la que nadie desarrolla sentimiento de pertenencia porque está pensada para turistas baratos de paso. Si en el libro digo que Chicote se tiraría de un séptimo piso si se acercase a uno de nuestros bares de tapas es porque aquí nadie come en los restaurantes que tiene debajo de casa”, aclara.

Ingeniosa como en sus páginas, tampoco se siente cómoda con esa etiqueta que la situaría en la literatura de la periferia. “No creo que sea peyorativa, pero si pretende convertir en exótico aquello que es común, lo que nos pasa todos los días”. Y recurre a un símil para entenderlo mejor: “Esto es como cuando los del PP cogieron el metro y se sacaron una foto como si fueran de safari entre los pobres. Tenemos que asumir de una vez que aquello que etiquetan como los márgenes es la realidad de la mayoría, ¿no?”.

Lecturas

Facendera, Óscar García Sierra. Anagrama, 2022.
Una novela sobre un pueblo leonés sin expectativas, una adicción comunal a los ladrillos (o ansiolíticos) y quedadas en el parking del polígono.

Al final siempre ganan los monstruos, Juarma. Blackie Books, 2021.
Una ficción con 10.000 ejemplares vendidos sobre un grupo de treintañeros enganchados a la cocaína en un pueblo ficticio de Granada. Un buen surtido de rayas y sueños rotos con elevadas dosis de amistad y honestidad.

Supersaurio, Meryem El Mehdati. Blackie Books, 2022.
Tiene 25 años y acaba de empezar a trabajar en la empresa de supermercados más importante del archipiélago canario. Una divertidísima novela a medio camino entre la distopía laboral, la crónica generacional de la ansiedad y un manual de supervivencia al turismo más depredador. 

La memoria del alambre, Bárbara Blasco. Tusquets, 2022.
“Nos drogamos, todo lo que podemos: ese el límite, y el destino nos extiende sus brazos elásticos como telarañas, donde miles de vidas posibles pueden quedar pegadas”. Una novela sobre los claroscuros de una amistad femenina forjada en pasajes sonoros de los descampados de la Valencia de los ochenta. 

Fármaco, Almudena Sánchez. Random House, 2021.
Un testimonio en primera persona sobre la depresión de su autora, sobre “pastillas naranjas que te ponen en pausa y pastillas rojas que te lanzan a la estratosfera”.  

Los brotes negros, Eloy Fernández Porta. Nuevos Cuadernos Anagrama, 2021.
Un diario personal sobre el sufrimiento y sobre perder el control del cuerpo andando por la calle. O cómo vivir con un trastorno de ansiedad prolongado.

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