La revolución del cine en la escuela
Un proyecto pedagógico, Cinema en curs, une desde 2005 a docentes y alumnos con cineastas como Jonás Trueba o la reciente ganadora del Oso de Oro de Berlín Carla Simón
Cuando la cineasta Meritxell Colell (Barcelona, 39 años) decidió volver a Barcelona desde Buenos Aires en 2007 después de completar sus estudios en la Universidad del Cine (FUC), solo tenía una motivación en la cabeza y tres palabras grabadas en el cerebro: cine en curso. Hacía dos años que, desde la asociación A Bao A Qu, Núria Aidelman, profesora de Comunicación Audiovisual, y Laia Colell, humanista especialista en los Cahiers de Simone Weil, habían puesto en marcha con un puñado de docentes y cineastas un proyecto pedagógico para hacer cine en escuelas e institutos de Cataluña y de fuera del territorio catalán.
Una experiencia educativa pública en la que una película no fuera vista como el recurso de entretenimiento para sedar el aula en un día de lluvia, sino como una herramienta de experimentación, participación, expresión y relación con el mundo que nos rodea. En un oficio donde el negocio y la lógica capitalista dictan la rentabilidad del lenguaje cinematográfico, Colell sentía la necesidad de desatarse de esta deriva mercantilizada para formar parte de un proyecto comunitario y educativo en el que todo el mundo se involucrara sin importar su origen o clase social. Donde fragmentos de directores y autores como Chantal Akerman, Claire Denis, Jean-Luc Godard, José Luis Guerín, Robert Bresson o Agnès Varda abrieran el camino para la participación y experimentación del mismo alumnado haciendo ficción o documentales. Enseñar miradas para comprender y trabajar la propia a través de la cámara, el sonido y el espíritu de equipo.
Meritxell Colell ha participado en más de 40 cortometrajes con alumnos de entre 11 y 18 años, curso escolar tras curso escolar
“Cuando se lo cuentas a otros directores, de fuera, no se pueden creer que exista esto”, explica Meritxell Colell por teléfono desde San Sebastián, donde ultima su próxima película antes de presentar Dúo estos días en el Festival de Málaga. “Yo era muy joven cuando impartí los primeros dos talleres, solo tenía 23 años, pero estoy convencida de que sin Cinema en curs no habría podido dirigir por mí misma. He aprendido tanto de las docentes y de los niños y adolescentes, que ellos también son mis referentes”. En el certamen malagueño Colell se ha reencontrado con Carla Simón, que proyecta por primera vez en España Alcarràs, flamante ganadora del Oso de Oro en la Berlinale. “Carla y yo, de hecho, nos conocimos en Cinema en curs mientras hacíamos talleres con los alumnos. Desde entonces, compartimos nuestros procesos creativos y, si esto pasa, es por haber compartido comunidades”, explica Colell, poco dubitativa a la hora de definir este proyecto: “Es un acto de resistencia política”. Las cifras confirman que es una auténtica militante: desde que se estrenó con la escuela Bordils de Girona y en el instituto de Les Corts en 2007, ha acompañado más de 40 cortometrajes con alumnos de entre 11 y 18 años, curso escolar tras curso escolar. “En un mundo donde hay mucho ruido, Cinema en curs quiere acercarse a la posibilidad del silencio, donde los docentes acompañan a los alumnos y les dan espacio para la reflexión, trabajando su propia intuición y la capacidad para imaginar”, sentencia.
Público interseccional
Desde 2005, Cinema en curs ha desarrollado más de 400 talleres en 95 escuelas e institutos en Cataluña. En el resto de los territorios (Madrid, País Vasco, Galicia, País Valencià, Alemania o México, entre otros puntos) han trabajado con 90 escuelas e institutos, con más de 160 talleres por los que han pasado creadores, más allá de Meritxell Colell o Carla Simón, como Pep Garrido, Celia Rico, Jonás Trueba, Alba Cros, Nely Reguera o Ángel Santos, entre tantos otros. Si algo tenían claro Núria Aidelman y Laia Colell, dos amigas que se conocieron estudiando en el Institut Montserrat de Barcelona y que quedaron profundamente marcadas por la exposición El siglo del cine en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB) en 1995, era que el cine en las aulas podía ser pedagógico. Que los buenos maestros —como la profesora que las llevó a aquella muestra, Montserrat de Gispert— marcan para toda la vida y que, si conseguían contar con la colaboración de docentes capacitados, dispuestos a aprender e incluso a grabar planos de madrugada, si ponían en marcha este proyecto, no solo tenía que pasar en Barcelona o en el Eixample.
Desde la primera edición, en 2005, el proyecto ha viajado a ZER (escuelas rurales) y al extrarradio, porque la cultura no se tiene que hacer ni se tiene que vivir solo en la capital. “La diversidad geográfica era crucial desde que empezamos las reuniones con docentes y creadores, este proyecto es interseccional y no quiere privilegios. Aquí hemos trabajado con grupos de acogida en el Raval, con alumnos de escuelas rurales o de centros alejados de Barcelona...”, dice Laia Colell.
El proyecto está inspirado por el tratado La hipótesis del cine, del cineasta Alain Bergala. Su ADN está definido por la “pedagogía de la creación” y por lo que Stefan Zweig explicaba en El misterio de la creación artística (“No creo que nadie que visite un museo por primera vez en la vida, o por primera vez escuche una sinfonía de Beethoven, sepa amar sin más la obra maestra. Una obra de arte no se entrega a nadie a la primera embestida. Para sentirla bien, tenemos que volver a sentir aquello que el artista ha sentido”). La participación de todos los agentes (alumnos, docentes, cineastas) es crucial, pero también lo es la mirada sobre el entorno, acercándose a las diferentes generaciones y realidades socioculturales del espacio de convivencia. “La escuela tiene que ser permeable, no puede ser un espacio cerrado, una isla donde haces una vida unas horas y después sales y vuelves a casa, a tu burbuja de convivencia”, explica Aidelman. “Los alumnos aprenden a amar el lugar donde viven y el cine les da la oportunidad de conectarse y hacerse responsables de su comunidad”, añade Laia Colell. “La idea final es que el cine y su mirada formen parte de su vida”, dice Aidelman.
Los alumnos explican que el entusiasmo y el aprendizaje continuo son el motor de su experiencia, que Cinema en curs les aporta confianza en su creatividad, y que la huella del proyecto es inmensa, a la vez que cambia su comprensión del mundo y de sí mismos
Cinema en curs no solo es lo que transcurre en un taller o en la proyección de las películas del curso en la Filmoteca de Cataluña, en junio, cuando alumnos, docentes y cineastas viven su gran estreno con valoraciones de otros profesionales. Un intercambio de correos electrónicos, llamadas o videollamadas con docentes, antiguos alumnos o alumnos de primaria inmersos en pleno rodaje de un cortometraje de ficción esta misma semana confirma tres cosas: que el entusiasmo y el aprendizaje continuo son el motor de su experiencia, que Cinema en curs les aporta confianza en su creatividad, y que la huella del proyecto es inmensa, a la vez que cambia su comprensión del mundo y de sí mismos.
“Recuerdo los inicios del taller. ¿No es increíble que unas prácticas hagan la vida fascinante? Desde que empezamos a filmar Plans del món (Planos del mundo) los veo por todas partes. Lo mismo nos pasa a todas con las prácticas de ‘luz y rostro’: ahora, cuando vemos una pequeña línea de luz, nos emocionamos, sacamos el móvil o cualquier cosa con la que podamos filmar un retrato. Ya no me aburro por la calle. He aprendido a observar. La vida, remarco, es fascinante”. Esto escribió Sofia Niubò, alumna del Institut Moisès Broggi (Barcelona) en el curso 2018-2019, cuando hizo el taller con la docente Fanny Figueras y con Pep Garrido, en un texto con motivo del premio Pepón Coromina de la Academia del Cine Catalán para Cinema en curs en 2021. Un año después, Sofía no ha cambiado de parecer: “Antes de hacer Cinema en curs ya tenía nociones de cine, pero eran muy clásicas y comerciales. Aquí aprendí que el cine puede ser rápido y lento, que las emociones pueden activar un movimiento en la cámara y que todas las historias tienen derecho a ser documentadas”, explica en un intercambio de correos. “Es igual de especial la ciudad (Chantal Akerman) que la montaña (Raymond Depardon); es tan importante quien cuida (Nicolas Philibert) como quien reivindica (Agnès Varda). Además, hicimos un cortometraje entre 30 personas. Sí, se dice pronto”, rememora, riendo, y añade, rebelándose contra el envanecimiento de la figura del autor que imperaba en el pasado: “Quizás François Truffaut estaría cabreado al ver que no hay autor, en singular, sino que lo fuimos todos y todas”. Figueres confirma el poso del proyecto. “Una de las cosas más bonitas es cuando una alumna me envía algún mensaje porque ha ido al cine o porque en la universidad han citado algún referente que ella ya conoce porque lo hemos trabajado”, explica esta profesora de Artes, que desde 2011 trabaja con grupos de secundaria y bachillerato en institutos como el Narcís Monturiol o el Moisès Broggi, en Barcelona.
Carmen Congost lamenta que “para muchos centros educativos hacer cine en la escuela o el instituto solo es mirar una película para detectar un tema o alguna emoción”
“A veces, cuando me despierto y miro por la ventana y veo el cielo de ese azul tan intenso, pienso en la clase que nos dio Meritxell sobre las horas y las luces del día y la increíble ‘hora azul’ que se ve cuando sale y se pone el Sol”, explica Gina Fontané, alumna en la escuela de Bordils en el curso 2017-2018, que trabajó con Carme Congost, una de las profesoras más míticas del proyecto. Está involucrada desde 2005, año de su inicio. Este pueblo de casi dos mil habitantes convive con el cine desde hace casi 20 años. Allí se han grabado documentales sobre la historia de la localidad o sobre los oficios de sus habitantes. “Un curso fuimos a filmar a una empresa donde trabajaban los padres de unos alumnos y fue muy revelador cómo se dieron cuenta de lo que supone el trabajo del padre y la madre. ‘A partir de ahora creeré a mi madre cuando me diga que está cansada’ o ‘Querré estudiar para no tener un trabajo tan duro como el de mi padre’, fueron algunas de las reflexiones”, explica Congost, que lamenta que “para muchos centros educativos hacer cine en la escuela o el instituto solo es mirar una película para detectar un tema o alguna emoción”.
Yasmin Elafi, alumna del Institut Escola Trinitat Nova de Barcelona en el 2019-2020, hizo el taller con Pilar Armengol y Jordi Morató. Fue el año del confinamiento y crearon el film Sota un mateix cel. La Trinitat des de dins (Bajo un mismo cielo. La Trinitat desde dentro). Hacer una película durante la cuarentena supuso nuevos retos: “Para nosotros fue muy importante hacer una película que mostrara la diversidad del barrio. Queríamos explicar que esta diversidad es una riqueza. Hay mucha gente que tiene miedo a las personas diferentes, porque no las conoce. No es que las rechace, es que no las conoce”, reflexiona Elafi. Armengol, su docente, lleva desde 2006 haciendo Cinema en curs en lugares alejados del centro de Barcelona, como en Bon Pastor, en Ciutat Meridiana o en Trinitat Nova, donde ahora desarrolla el proyecto. Una de las ventajas más claras que ve es “el diálogo entre iguales que se genera en la admiración por el trabajo de los otros y en saber dar y recibir las felicitaciones”, como cuando se llenó “más que nunca” el gimnasio del instituto para ver la película que rodaron durante la cuarentena. Armengol lamenta ciertos vacíos en los proyectos educativos. “Se olvida el cine y todo aquello que tiene una vertiente artística, creativa, que fomente la expresión y la creación. Quizás se les tendría que preguntar a los políticos (que deciden los currículums y los planes de estudios que hay detrás de determinadas decisiones) qué tipo de ciudadanos queremos formar”, sentencia.
Cinema en curs no solo pasa en las escuelas y los institutos. Como el film Els dies que no oblidarem (Los días que no olvidaremos), realizado por un grupo de jóvenes migrados solo con el acompañamiento de Núria Aidelman y Pep Garrido, y de Sergi López como educador. La película muestra los primeros días de Mohammed, un chico que llega solo a Barcelona y se encuentra perdido. “Cuando llegamos no sabíamos nada de catalán ni de castellano. En el taller hemos podido hablar, y nos ha dado la confianza para aprender más. Esto nos ayudó mucho a mejorar el catalán y el castellano. Aprender nos ayuda a estar mejor y nos gustaría seguir practicando cine”, dijeron Mamadou Boye y compañeros en la presentación en la Filmoteca.
“El cine no puede ser clasista o elitista. Esto no lo hacemos para hacer industria, es una mirada transversal, sin condescendencia en la pedagogía para demostrar que cualquier persona puede hacer cine”, explica Alba Cros en una videollamada desde la escuela de Torrelameu (un pueblo de Lleida de 700 habitantes). La cineasta está con la docente Irene Sampedro y los alumnos Jana Reñé, Ares Martínez, Cora Trota y Lluc Costa, que preparan un cortometraje de ficción sobre un chico que tiene que cambiar de escuela. Cros, que participó como miembro de la Junta de la Academia en los pasados premios Gaudí, afirma, como dice Meritxell Colell al principio de este texto, que “Cinema en curs es la resistencia”. Una mirada de elogio a un cine que no entiende de provecho económico, pero sí de respeto a la comunidad y al entorno y que, en su esencia, confirma por qué tenían que ser todas estas cineastas tan especiales y que tanto triunfan (como Simón, Colell o la misma Cros) las que están educando la mirada y la sensibilidad de toda una generación.
Un canto al cine transformador
Por Carla Simón
Como alumna de la escuela pública, siempre he valorado el crecimiento que me proporcionaban las actividades relacionadas con el cine y la cultura. Ahora que estoy al otro lado, siendo parte del equipo de Cinema en curs, constato que introducir el cine en la escuela tendría que ser una prioridad.
Educar en el cine siempre me ha interesado. Tanto es así que, mientras vivía en Londres, creamos un proyecto para enseñar cine a niños y jóvenes. Al investigar metodologías, topé con los cortometrajes de los niños y niñas de Cinema en curs. Y me pareció que estaba ante pequeños milagros. Así que pedí a A Bao A Qu formar parte de su proyecto cuando volviera. Y, como apunte casual —o no tan casual—, la profesora de mi instituto que me introdujo en el cine (Montse Planella) también era parte de este equipo.
Durante la primera formación docente entendí muchas cosas. Los fragmentos de películas escogidos para mostrar a los alumnos la idea de creación colectiva, la precisión de un vocabulario inclusivo e inspirador, la transmisión de la pasión, el rigor... Todos ellos son valores que conducen a la creación de maravillosas películas que no son fruto de un milagro, sino de una metodología pionera y transformadora.
Si todos los niños y niñas tuvieran la oportunidad de hacer Cinema en curs, las salas estarían llenas de espectadores capaces de disfrutar del cine de autor. Viviríamos en una sociedad más despierta, más empática, más humana. Pero Cinema en curs no surge solo con la intención de salvar nuestras salas y nuestro cine, sino que responde a la evidente necesidad de educar la mirada de los jóvenes y su sensibilidad hacia el mundo.
“Me ha cambiado la manera de mirar el barrio —dice un alumno—. Ahora, cuando voy en el autobús, me fijo en la luz del cielo, en la gente...”. Admirar un amanecer, observar el viento, escuchar la noche, descubrir los rostros de las personas mayores... Reflexionar sobre los propios problemas, las relaciones y el entorno. Retratar lo que nos inquieta o nos emociona. Esto es Cinema en curs: un canto al cine, a la vida y a la belleza a pesar de todo; un grito a la necesidad de detenernos, observarnos y pensarnos. Siempre desde el cariño.
Erice, Guerin, Lacuesta, Mekas, Akerman, Varda, Dardenne, Denis, Olmi, Godard, Truffaut u Ozu. Los grandes cineastas inspiran para expresarse filmando una película colectiva. “He aprendido a dialogar, a trabajar en equipo, a ceder, a valorar el trabajo colectivo, a escuchar y ser escuchada”, dice otra alumna. El cine habla de humanidad, y humanidad es lo que se aprende.
Cinema en curs hace que el cine sea una posibilidad de transformar la sociedad, una puerta a la esperanza de hacer un mundo mejor. Por eso a menudo pienso que, si creo en algo, es en Cinema en curs.
El cine, la escuela, la vida
Por Núria Aidelman y Laia Colell
Ermanno Olmi contaba que siendo muy joven vio Roma, città aperta, de Roberto Rossellini, y descubrió que “el cine era la vida, o podía ser la vida”. Por eso Olmi quiso hacer cine. Por eso hacemos Cinema en curs. El cine que hacemos, vemos y pensamos es un arte que se hace con el mundo: con las calles, los árboles, la luz, las nubes; con las personas, los rostros, las miradas, los gestos, las palabras...
Desde hace unos años, empezamos el curso con lo que llamamos Plans del món (Planos del mundo): proponemos a los alumnos que, con móviles o con cámaras de la escuela, filmen vistas de su entorno en planos fijos de más de un minuto, intentando ser precisos en el encuadre y sensibles a la luz. Nos inspiran cineastas como Chantal Akerman o José Luis Guerín, y también pintores como Constable o Valenciennes. Desde el primer día, autores y autoras que nos han precedido se convierten en compañeros de viaje, amplían y afinan nuestra sensibilidad, nos abren la posibilidad de redescubrir lo cotidiano. La propuesta es aparentemente sencilla, pero se vuelve iniciática y fundadora de una manera de ser cineasta que es, sobre todo, una manera de estar en el mundo. El gesto de detenerse a buscar y filmar un plano abre una rendija, resignifica la cotidianidad. Filmar es amar. Y, si hacemos caso a Hannah Arendt, “es el amor hacia el mundo lo que nos da una disposición de ánimo política”.
El cine es relación. Y desde las relaciones se tejen los procesos y los films de los alumnos en Cinema en curs. En relación íntima con grandes cineastas de todos los tiempos. En relación con las personas, las historias, los recuerdos que los alumnos retratan en sus películas documentales: oficios artesanos, del mar o del campo, que queremos preservar del olvido; historias de migraciones; luchas vecinales y laborales explicadas con emoción por los mismos abuelos... En relación también con nosotros mismos. En los films de ficción, los alumnos exploran situaciones emocionales que les importan y son comunes a todos ellos: la amistad, la separación de los padres, la incertidumbre cuando llegas a una nueva ciudad, los vínculos con los abuelos y el miedo a perderlos... Así, viendo y haciendo cine, descubren que el cine puede hablar de ellos, interpelarlos profundamente, convertirse en un espacio de expresión personal y colectiva, darles voz.
El cine se vuelve un espacio donde cada alumno brilla precisamente porque es y crece en relación con el mundo y con los otros. El cine se hace mayor con cada niño o joven que aprende a amarlo y lo hace un poco suyo. Y, a la vez, se vuelve el cómplice ideal de una escuela que quiere ser espacio de descubrimiento, ensanchar los límites del mundo, hacer posible el deseo, construir comunidad, transmitir una relación con el mundo que, como decía Italo Calvino, “pueda ser a la vez de amor hacia lo que existe y de voluntad de transformarlo”.
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