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SILLÓN DE OREJAS
Columna
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No eran marcianos, eran humanos

Los invasores hambrientos que saltaron la valla en Melilla serían lo que muchos extremo-derechosos consideran “gente superflua” y, por tanto, eliminable

Fotograma de 'Mars Attacks!', de Tim Burton.
Fotograma de 'Mars Attacks!', de Tim Burton.Alamy Stock Photo
Manuel Rodríguez Rivero

1. Oráculo

Me refugio, como casi siempre hago al inicio del verano (cuando me invade el desánimo, llega el calor y los gobiernos patinan sin hielo), en la lectura ocasional del sabio y a menudo reaccionario vademécum Oráculo manual y arte de prudencia, del jesuita Baltasar Gracián (1601-1658), que manejo en la edición (sin “arreglar”, al contrario que las destinadas a formar aguerridos ejecutivos que desean mutar en tiburones) de Emilio Blanco (Cátedra). Obra de madurez (1647), compuesta por 300 apotegmas glosados de los que, a pesar de su afán propedéutico, se desprende una concepción pesimista del mundo y a menudo bastante hobbesiana de las relaciones entre los pretendidos racionales que en él vivimos y morimos (o nos matan y matamos). Un libro de sintaxis simple y semántica enrevesada y conceptista, que requiere una lectura exigente y meditada, nada que ver con el muy leído Camino (1934), el vendidísimo (más de cinco millones de ejemplares, aunque ya circula menos) breviario del también religioso aragonés (pero éste santo, vaya por Dios) José María Escrivá de Balaguer. Los consejos (a menudo contradictorios) del Oráculo vienen muy a cuento de nuestro último Zeitgeist: pandemias, guerras, asesinato en masa de quienes escapan de un infierno con la esperanza de poder vivir en un purgatorio, crisis económica, hambrunas africanas (por ahora), inflación galopante, problemático futuro planetario. En fin, no quiero amargarle a nadie el primer fin de semana de julio. Baste por hoy recordar a mis improbables lectores la existencia de este libro que no hay que leer seguido, pero al que conviene hacerle un sitio en la mesa de noche. Miren el recordatorio que encontré ayer —y cuánto viene a cuento de lo que viene en la enseñanza—: “Nace bárbaro el hombre, redímese de bestia cultivándose. Haze personas la cultura, y más cuanto mayor”. Como diría un castizo, ¡toma ya, Celaá!

2. Marcianos

En el fantasioso caso de que los que saltaron la valla en Melilla hubieran sido evolucionados marcianos en vez de desesperados seres humanos, las autoridades marroquíes y las prósperas mafias se hubieran ahorrado muertos (¿23?, ¿37?; ¿cuándo sabremos cuántos?), colocando en las alambradas enormes altavoces que transmitieran a máximo volumen la balada Indian Love Call interpretada por Slim Whitman, que es el arma que destruye los cerebros de los marcianos invasores en la estupenda película de Tim Burton Mars Attacks! (1996). Al fin y al cabo esos invasores hambrientos serían lo que muchos extremo-derechosos consideran “gente superflua” y, por tanto, eliminable. Para huir del hambre sin que te molesten hay que tener papeles, y para tenerlos hay que haberlos conseguido precisamente en el lugar soñado: la pescadilla supremacista se muerde la cola. Lo de los marcianos me recuerda inevitablemente la nueva, completa y muy cuidada edición de las Crónicas marcianas (Cátedra, traducción y edición de Jesús I. Gómez López), de Ray Bradbury, uno de los mejores, más inteligentes y poéticos textos de la historia de la ciencia ficción. Publicado por vez primera en 1950, las Crónicas consisten en una sucesión de relatos más o menos independientes en los que se revela la (mala) relación del hombre con el planeta rojo, que Bradbury (al que Ridley Scott homenajea en Blade Runner dando su apellido al edificio de los replicantes) nos presenta como un ámbito casi mágico de metáforas y deseos a punto de ser destruidos. Una gozada que ya ha cumplido 72 años.

3. Intrigas

Seguro que muchos, al otro lado de esta página de papel o virtual, ya se están imaginando tumbados a la sombra leyendo novelas de misterio. De las dos que hoy les recomiendo ninguna es propiamente lo que se da en llamar un thriller, pero ambas participan de diferentes formas de intriga policial. Asesinato en el Jardín Botánico (Destino), de José María Guelbenzu, es la última (en todos los sentidos del término) investigación de mi adorada Mariana de Marco, la estupenda juez (Guelbenzu y su criatura odian el término genéricamente marcado) que conocimos hace nueve entregas en un destino norteño. Mariana, que ahora está en la alta cuarentena, sigue siendo una mujer físicamente espectacular, de esas a las que uno no puede evitar volverse en la calle para mirar, pero sobre todo es lista, desinhibida, eficaz, culta. Vive en Madrid con su (envidiable) pareja, el periodista sin trabajo fijo Javier Goitia, que ejerce como cronista de su nueva investigación: en el Jardín Botánico aparece el cadáver de la secretaria del Club de Amigos de los Jardines, junto a un ramillete de acónito (cuyo alcaloide es letal) y un botellín de whisky (o quizás de ron: el despiste hace más cervantino a Guelbenzu). La trama se complica: la juez por un lado y Goitia por otro investigan a los miembros del club; hay algún adulterio vergonzante y tal vez un suicidio. Al final, golpeada por una tragedia sobrevenida, Mariana, mi Mariana, decide decir adiós a su carrera y desaparecer de nuestra vida de lectores. Lo mismo que hizo un día Sherlock Holmes, que, sin embargo, regresó de entre los muertos, quizás harto de su quietud (salvo en Pedro Páramo). La otra novela a la que me refiero es Caso clínico (Impedimenta, traducción de Alicia Frieyro), del escocés Graeme Macrae Burnet, una envolvente intriga muy hitchcockiana con desdoblamientos de personalidad, ambientada en el Londres de los sesenta y bajo la entonces poderosa sombra de la antipsiquiatría de Laing y Cooper (que tanta huella dejó en una generación de psiquiatras españoles y, lo que es peor, en sus sufridos pacientes). Una intriga entretenida, inteligente, veraniega. Que les aproveche, cuando estén fresquitos, ahí en la bendita sombra.

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