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Joel Meyerowitz, pasión por los pelirrojos

Símbolo de misticismo en tiempos pasados, la misteriosa aura que desprende el cabello cobrizo sigue cautivando. Una nueva edición de ‘Redheads’ el emblemático monográfico del fotógrafo norteamericano, refleja esa fascinación y reúne imágenes inéditas

'Bob. Provincetown, Massachussets', 1981.
'Bob. Provincetown, Massachussets', 1981.Joel Meyerowitz.

A principios de los años ochenta, el Provincetown Advocate, el periódico local de Provincetown, un pueblo situado en la punta del cabo Cod, Massachussets, publicaba un discreto pero peculiar anuncio: “¡Gente extraordinaria! Si es usted pelirrojo o conoce a alguien que lo sea, estaría encantado de hacerle un retrato, llame...”. No fueron pocos los que respondieron al reclamo. “Comenzaron a llegar a mi porche, aportando su coraje y su timidez, su curiosidad y sus sueños, así como sus historias de lo que suponía ser pelirrojo [a veces un tormento]”, recuerda Joel Meyerowitz. La fascinación del autor por estas personas tuvo como resultado uno de sus monográficos más emblemáticos, Redheads, reeditado recientemente por la editorial Damiani con 16 retratos inéditos.

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Lo cierto es que el flechazo surgió de forma casi inadvertida. En el verano de 1978, cuando el fotógrafo comenzaba a realizar sus primeros trabajos con una cámara de gran formato, se percató de que de las más de cien personas que había retratado a lo largo de un mes, 35 eran pelirrojas (un porcentaje más que considerable teniendo en cuenta que se estima que solo aproximadamente un 2% de los más de siete mil millones de habitantes de la Tierra tienen el pelo rojo). El hallazgo venía a reforzar una de las máximas del escritor Julio Cortazar: “Un encuentro casual es lo menos casual de nuestras vidas”, sobre todo teniendo en cuenta que detrás de la cámara se encontraba uno de los pioneros de la fotografía en color. “Los pelirrojos, como la propia película, se ven transformados por la luz del sol”, escribe el fotógrafo en el texto que acompaña a las 70 imágenes que componen el libro.

Símbolo de misticismo y magnetismo, según las creencias paganas de los siglos XVI y XVII, la misteriosa aura de los pelirrojos sigue atrapando con fuerza nuestras miradas. La poderosa presencia de Sarah resultaría para Meyerowitz tan “exótica como un pez tropical”, la piel de un delicado muchacho a punto de abandonar la niñez, “tan transparente como una fruta”, los ojos de una niña medio desnuda “tan separados como los de una diosa minoica”. Por unos breves momentos, Renee, la joven que caminaba entre la vegetación, se transformaría ante la mirada del autor en “la eterna ninfa del bosque”. Así, la línea del horizonte sirve de fondo a muchos de los retratos que componen la serie, donde el azul del cielo y el mar contribuye a resaltar la resplandeciente mata de pelo cobriza y la sonrosada piel pecosa de los modelos. La mayoría miran de frente a la cámara. Como único requerimiento, el fotógrafo les pide que hagan el esfuerzo de sentirse cómodos. En esta ocasión, a él le bastara un solo disparo. Quiere saber qué es lo que el mismo siente en ese momento, “sin diluir la experiencia en muchos disparos”. Esa economía de medios le impedirá forjar una opinión basada en características superficiales, como pudiera ser una mejor sonrisa o la adecuada caída del cabello. “No me interesan las decisiones gráficas o de conducta”, asegura el artista. “O bien en la fotografía resuena la verdad de nuestro encuentro o bien no lo hace”.

El libro sirve al autor para indagar en el significado del retrato. “¿Qué es un retrato? ¿De quién trata realmente? ¿Cuenta la verdad? ¿La verdad de quién?”, se cuestiona mientras alude a naturaleza ambigua de la fotografía, capaz tanto de describir con precisión lo que existe delante de una cámara “señalando una verdad” como de generar incertidumbres. “Esta dualidad es similar a la que se produce cuando uno está cara a cara con otra persona. Detrás de toda persona hay un gran desconocido”, advierte. Así el retrato se plantea como “un trayecto de ida y vuelta” durante el cual la realidad del fotógrafo y del modelo quedan “desnudas por un momento”. Un instante que Meyerowitz describe como “erótico. Por erótico, no me refiero necesariamente a sexual, pero no encuentro otra forma de describir la intensidad de la emoción que experimento hacía esa persona. La fuerza de esa conexión funciona como un poderoso reclamo que me lleva a repetir la experiencia una y otra vez”, asegura. Y es precisamente ese instante en el que surge la chispa entre el fotógrafo y su modelo el que hace al artista conocerse mejor a sí mismo.

Redheads’. Joel Meyerowitz. Damiani. 112 páginas. 50 euros.

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