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SILLÓN DE OREJAS
Columna
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Pascua sin lectura, menuda tortura

Tanto si son lectores de ciencia ficción como si no, les recomiendo ‘Sinsonte’, de Walter Tevis

Manuel Rodríguez Rivero
Boceto original del toro de Osborne (1954), de Manuel Prieto Benítez.
Boceto original del toro de Osborne (1954), de Manuel Prieto Benítez.

1. ¡Ey, toro!

Para calmar la ansiedad que me habían producido los sondeos sobre las presidenciales francesas y el agotamiento de participar en una procesión rebosante de fervores (había hecho una promesa que tuve que cumplir al saber que Le Pen no; no todavía), me pasé uno de los santos días dándole vueltas al topónimo que yo le pondría al nuevo “núcleo poblacional” surgido del reciente matrimonio de conveniencia de las villas extremeñas de Don Benito y Villanueva de la Serena, que algunos esgrimen como paradigma de una deseada concentración exportable al resto de la asendereada Piel de Toro. Tras mucho pensarlo, me inclino por proponer un par de ellos que hermanen a la vez el peso de la tradición con la frescura de lo nuevo: Villanito de doña Serena, me parece logrado; aunque mayor atractivo turístico tendría Serenita de don Villano: el mal (el villano) vende más que el bien, como se sabe. En ambos casos podría utilizarse “villanito/a/e” como gentilicio hipocorístico para quienes estuvieran empadronados en el megapueblo. De modo que ahí lo dejo, como gancho para estimular otras propuestas de mis improbables lectores. Lo que no debe faltar en ningún caso es la presencia, en sitio bien visible (a ser posible cerca de un monumento dedicado al sicalíptico Felipe Trigo, hijo ilustre de la por ahora todavía Villanueva) del toro de Osborne en talla king size, con su reconocible silueta negra de chapa metálica recortada contra el vacío, junto con una placa que recuerde a su creador, el cartelista y militante comunista gaditano Manuel Prieto Benítez (1912-1991), cuya obra maestra —miren por dónde— acabó como símbolo españolazo muy al gusto de los ultras futboleros y de los chicos bien fachitas y votantes de Vox. Más información sobre Prieto Benítez y su ya eterna (en el sentido que también lo es la Dama de Elche, salvando las distancias) creación pueden encontrarla en el estupendo artículo de José Luis Calvo Carilla incluido en Imago mundi. Álbum del tiempo (Prensas Universidad de Zaragoza; edición de Amparo Martínez Herranz), un amenísimo y muy ilustrado libro-retablo en homenaje al crítico y novelista Agustín Sánchez Vidal, en el que decenas de especialistas de los más variados campos han elegido una imagen para escudriñar (en la estela de las Mitologías, de Barthes) el relato que lleva implícito. Y vaya si este toro lo lleva.

2. Propaganda

Presto atención —y estremecimiento— a un vídeo en el que se muestra una amplia avenida completamente desierta del Shanghái confinado: ni un alma en el horizonte, nada vivo a un lado y otro de la calzada. Lo único que se mueve en el paisaje es un robot-perro renqueante que avanza por la calle y lleva adosado un altavoz por el que se emiten mensajes metálicos que conminan a los invisibles vecinos a permanecer en casa. Hace tiempo que vivimos en una distopía, como vienen anunciando muchas de las ficciones que se publican. “De las cosas pasadas ni habrá recuerdo ni vendrá pensamiento”, decía Isaías (65, 17-21): así será el futuro, venga por un bang o por un suspiro. “Antropoceno // antropocidio”, deduce Jorge Riechmann en uno de los contundentes poemas-silogismos de su poemario Z (Huerga & Fierro), que releo de vez en cuando con admirada aprensión (en otro propone llamarlo catastrozoico). Las imágenes de los pasos de Semana Santa, esa especie de fallas sagradas y móviles conducidas por oscuros penitentes, me despiertan hambre de más imágenes, imágenes, imágenes. La sacio con un prolijo libro de estampas publicado por Taschen: Chinese Propaganda Posters, que recoge una abrumadora selección de los carteles de propaganda de la colección de Max Gottschalk que fueron publicados en China entre 1949 y principios de los ochenta, cuando Deng Xiaoping puso el comunismo chino patas arriba. Se calcula que entre esos años se publicaron más de 2,2 millardos de pósteres, dirigidos en muchos casos a una población que (hasta muy tarde) contaba con un elevado porcentaje de analfabetos, de modo que los pósteres presentaban la misma función que los retablos o frescos en las iglesias medievales. El libro proporciona todas las claves del relato oficial: consignas envueltas en hiperrealistas imágenes naif de sanotes obreros sin edad, sonrientes (la línea correcta) o con el ceño fruncido (luchando contra el imperialismo), de niños redondos como las hermosas sandías socialistas que sostienen entre sus gordas manitas, de mujeres militantes y decididas, siempre risueñas y serviciales. Los pósteres se agrupan por temas siguiendo el orden de los capítulos del librito rojo de Mao, el Gran Educador, cuya poderosa imagen fascinó también a Warhol, que la reprodujo hasta la náusea en lienzos, no en carteles, destinados a millonarios. El libro se edita en tres idiomas (inglés, alemán, francés), pero los textos son lo de menos. Y si les preocupa la escalada en Ucrania, pueden consolarse con una de esas consignas que, leídas ahora, resultan monstruosas: “La bomba atómica es un tigre de papel que los reaccionarios estadounidenses usan para aterrorizar al pueblo; parece terrible, pero no lo es”. ¡Pumba!

3. Robot

Tanto si son lectores de ciencia ficción como si no, les recomiendo Sinsonte (Impedimenta), de Walter Tevis (1928-1984), una estupenda distopía publicada en 1980. Tevis, varias de cuyas novelas han sido adaptadas a las pantallas (El buscavidas, El color del dinero, Gambito de dama), sitúa Sinsonte en un futuro lejano en el que los robots mandan. La trama, en la que se homenajea al cine (mudo) y a la literatura, se centra en la confrontación entre un androide cansado (quiere suicidarse) y dos humanos que aprenden a leer, algo totalmente prohibido en ese mundo.

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