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TRIBUNA LIBRE
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La superación del autoengaño

La sinceridad es imprescindible para realizar los deseos porque estos no se pueden cumplir si son meras intenciones

Stalker
Fotograma de 'Stalker' (1979), de Andréi Tarkovski.Mosfilm

Es bien sabido que Freud interpreta los sueños en clave de la realización virtual de nuestros deseos inconscientes. Un sueño es una representación sígnica que sustituye a algo elíptico; algo que se halla ausente porque no puede comparecer: un deseo muy profundo.

La gran pregunta filosófica concierne a las razones por las cuales nuestros deseos más íntimos se ocultan y no se dejan ver ante nosotros. Una de las mejores respuestas las ha dado Tarkovsky, un genio del séptimo arte, cuya obsesión era explorar el verdadero Deseo de un modo inquietante y perturbador —como dice Eugenio Trías—. Para ello, muestra en sus películas el mundo del sueño como si sus cosas y personas no difiriesen de las de nuestra vida cotidiana: “La indistinción entre vida inconsciente y consciente da a este cine su máxima intensidad, su valor de verdad y su capacidad de evidencia; entrelazando sueños, realidad presente y recuerdos con un código de color diferenciado (sepia/color)”.

En la película de 1979 del mismo título, un stalker o guía conduce de forma clandestina a las personas que le pagan para que les dirija por dentro de la Zona, una fantasmal área damnificada y degradada, en cuyos adentros se ubica la cámara de los deseos: un cuarto que tiene el sobrenatural poder de hacer cumplir los deseos de todas las personas que logran acceder a él. Pero ¿qué deseos?, ¿los conscientes o los profundos que no se ponderan en el corazón?

En ‘Stalker’, de Tarkovsky, un guía conduce de forma clandestina a las personas que le pagan para ir a la Zona, que tiene el sobrenatural poder de hacer cumplir los deseos

La respuesta de Tarkovsky es clara: sólo se pueden conceder los deseos más recónditos de nuestra alma. Para ello, es indispensable una virtud cardinal que, a diferencia de la mayoría de las éticas no religiosas, han promulgado todas las religiones: la sinceridad con uno mismo. La veracidad reflexiva es imprescindible para realizar nuestros deseos por cuanto estos sólo se pueden cumplir si son verdaderos deseos, no aparentes intenciones.

La encarnación de esta cualidad espiritual es el propio stalker, que, cual Virgilio, guía a los peregrinos por esa suerte de decadente purgatorio que es la Zona. Es un personaje sencillo y humilde, al que los dos intelectuales que está guiando en el periplo tachan de simplón o ridiculizan. El escritor que no escribe hace el viaje para recuperar la inspiración; el físico no aplica el método científico por cuanto realiza el viaje para destruir aquello que no comprende, bajo el pretexto de evitar que algún loco o malhechor acceda a él. Pero el stalker es como aquel niño que señala la desnudez del rey ante quien todos vuelven la vista, precisamente, porque la sinceridad les haría vulnerables.

Al llegar al sanctasanctórum de la Zona (la cámara de los deseos), los viajeros desisten de entrar. Les invade el miedo de enfrentarse, sin tapujos, a sus verdaderas intenciones y deseos. Se quedan ante su umbral, en un prólogo permanente sin decidirse a dar un paso más. La sinceridad del protagonista es tan fuerte que provoca ese efecto inesperado en sus acompañantes: el escritor finalmente renuncia a entrar en la cámara; el físico desmonta la bomba con la que pretendía cumplir su propósito. En el charco donde lanza el ya inútil artefacto hay objetos arrojados por otros viajeros, probablemente, en la última etapa de su recorrido: monedas, iconos cristianos, instrumentos médicos y otros artículos. Tal vez sus portadores se percataron de la inanidad de los mismos al enfrentarse a su verdad interior.

Y es que esta idea de la sinceridad con respecto a las propias acciones acompaña a los viajeros a lo largo de toda su travesía. Al final del camino solo los sinceros encuentran lo que andaban buscando, incluso aunque no supieran que lo andaban buscando. En efecto, mientras ambos viajeros finalmente se abstienen por no estar seguros de su sinceridad, el propio stalker no ve la necesidad de entrar justo por lo contrario: sus intenciones son transparentes a sí mismo, ya que actúa en el fondo por hacer un servicio a los viajeros, a pesar de la ingratitud que recibe. De ahí que cuando regresa a su hogar, una horrible casa desolada, recibe, contra pronóstico y rompiendo los hábitos familiares, la luz del amor de su esposa y de su hija, precisamente lo que llevaba buscando toda su vida sin saberlo. El poder invisible que gobierna la Zona, donde las leyes no son las de la física cotidiana, sino de una física más cuántica, relativista y telequinética, premia, así, la sinceridad de las personas consigo mismas.

La respuesta a nuestra interrogación inicial no se hace esperar: los verdaderos deseos no comparecen porque la mayoría de las personas no nos decimos la verdad. Sentimos miedo al autosinceramiento descarnado, no vaya a ser que nos encontremos con el primer ángel de Emanuel Swedenborg, quien visita a los fallecidos en la antesala del más allá y hace que lo de dentro de cada cual quede expuesto ante todos y, aún más terrible, ante uno mismo sin poderlo ocultar.

Ello le conduce al stalker a concluir que los que autodisimulan tienen atrofiado el órgano de la fe.

Arash Arjomandi es filósofo y profesor de Ética en la UAB, y Karlos Alastruey, cineasta y físico en la UPNA.

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