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TRIBUNA LIBRE
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Por qué Hamlet fue el primer moderno

El personaje de Shakespeare fue el primero en percibir la pérdida de fundamento del sujeto y la ley. Hoy conocemos bien esa ausencia y la padecemos. Somos sujetos en duda

El actor Pol López, en 'Hamlet', adaptación de Pau Carrió representada en 2016 en el Teatre Lliure.
El actor Pol López, en 'Hamlet', adaptación de Pau Carrió representada en 2016 en el Teatre Lliure.

Leo El doble, de Dostoievski, en alemán, para que la lejanía de la lengua produzca una especie de “efecto de distancia”. Nunca pude imaginar cómo estaría escrita una novela en ruso. Cuando se leen traducciones al castellano de otras lenguas europeas, siempre hay una especie de telón de fondo donde se proyecta un borroso original imaginado. Pero ¿del ruso?, ¿cómo puedo imaginar el ruso? Bachtin dice que Dostoievski toma a un pequeño oficinista y lo presenta como autoconciencia. Exactamente. Sólo que esa autoconciencia de Goliadkin se equivoca y, en lugar de conocerse, se desconoce de modo radical. Es un doble desconocido de sí mismo, en un largo monólogo cortado por diálogos donde nada es confiable, ya que se trata, precisamente, de alguien que ve a su doble. Dostoievski se atiene a la alucinación del personaje de Gógol.

En esta novela no existen esos “asesinos por amor” y otros sujetos contradictorios que provocaron la mirada condescendiente de Borges. En cambio, algo anuncia a ­Beckett y a Joyce. La gran literatura muchas veces señala lo que será su futuro.

Por ejemplo, sobre Hamlet Massimo Cacciari plantea una pregunta que es imposible responder y que, por eso, permite quedarse pensando, enfrascados en el dilema: ¿por qué, para qué, necesita el padre de Hamlet la acción de su hijo? Si el espectro del padre habla con una autoridad que Hamlet no está en condiciones de discutir (puede obedecer o desoír, pero no poner en duda), si esa autoridad se basa en la preeminencia del padre sobre el hijo, no es clara la razón por la cual ese hombre anterior y, por lo tanto, más poderoso necesita del otro, ese hijo débil y dubitativo.

El príncipe Hamlet queda entrampado, una vez que conoce la historia que le comunica el espectro. Su padre ha sido asesinado y Hamlet es incapaz de olvidarlo e incapaz también de hacer suya la causa que exige el muerto. El asesinato de su padre es, para Hamlet, un fundamento insuficiente porque no alcanza para impulsarlo a la acción. “Ser o no ser” quiere decir, para el filósofo Cacciari, actuar o no actuar.

Cacciari señala la distancia inconmensurable entre la decisión y el acto. El padre de Hamlet había sido verdaderamente un rey porque encontró en sí mismo el fundamento para una época, la suya. Recorrió, o construyó, el puente entre representación y poder, entre pasado y presente. Pero fundar una época, cuando “el tiempo se ha salido de quicio”, es imposible: no habrá fundamento ni puente entre el deber y la acción. Hamlet sabe que su deber es vengar la muerte de su padre, pero vacila entre el deber moral y las idas y vueltas de una conciencia desdichada. En la era Hamlet, el sujeto y la ley pierden fundamento. Hamlet fue el primero en percibir allí una ausencia, una debilidad. Hoy conocemos bien esa ausencia de fundamento y la padecemos. Todos nuestros actos quedan librados a una subjetividad que delibera. Somos sujetos en duda. El príncipe Hamlet es el primer moderno.

Kafka llega cuando la ley se impone y esconde su sentido. Ordena las acciones sin develar motivos. Por eso el Sistema es para K impenetrable: no hay nada que descubrir, no hay nada dentro del Castillo, ningún secreto se esconde allí; no hay tampoco posibilidad de dar sentido. Sin trascendencia, como escribe Kafka, “eres libre y, por lo tanto, estás perdido”. Condenado al mundo que los dioses abandonaron.

Pocas décadas más tarde, con Beckett, el Ser se vuelve nada, pura repetición de aquello que no entiende. Malone muere es la inútil búsqueda de algo que ese hombre, tirado en una cama de hospital, cree que ha perdido. Pero ni siquiera podemos saber si realmente ese lapicito que busca existió antes de que lo creyera perdido. Malone da los golpes inútiles de un ciego.

Filosofía pesimista y singularmente lúcida. Nos arrastramos por el campo infértil que la extenuación vuelve desolado. Ha muerto el animal político y el religioso. La parodia se impone sobre lo cómico y sobre toda tragedia (basta visitar los medios audiovisuales). La modernidad desesperada se refugia en fiestas abastecidas por la tecnología digital; fiestas que, por cobardía, niegan la desesperanza y acusan a los desesperados de modernistas arcaicos que padecen con fallidas ilusiones ideológicas.

En Scritture estreme, Franco Rella cita un aforismo de Kafka: “Hay un punto desde donde ya no es posible el regreso. Este es el punto para alcanzar”. No puedo decidir si define un impulso optimista o pesimista; expresa un deseo, pero tampoco sé si es un deseo de destrucción o de futuro absoluto, de utopía concentrada en lo que vendrá y no en lo que fue. Aunque todo lo que sabemos sobre Kafka inclina a pensar que el aforismo es pesimista, como negación del cumplimiento de toda promesa. La llegada a una tierra prometida parece más un ansia de punto cero, que disipe una historia maldita. Muerte y nacimiento que alejen del pasado, que no le permitan ensuciar el presente. El pasado como mancha y por eso alejarse de él para llegar al punto de no retorno.

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