‘Una historia ridícula’: los juegos reunidos cervantinos de Luis Landero
El escritor extremeño retrata la condición humana a través de un excéntrico jefe de planta de un matadero de animales

La consabida filiación cervantina de Luis Landero, lugar común crítico desde Juegos de la edad tardía (1989), ha derivado con los años en un cervantismo dinámico, en movimiento, experimental, en el que cabe discernir unos componentes estables, como la vigorosa narratividad que cohesiona la diversidad anecdótica y de subtramas, de otros cambiantes, como la índole de escisión o desacuerdo que se da entre sus personajes y la realidad que los rodea. En Una historia ridícula vuelve a brillar su calidad de narrador puro capaz de transformar en relato cuanto toca (incluido el pensamiento abstracto) y lo hace mediante la invención de un narrador no fiable, el excéntrico Marcial, que atrapa desde las primeras líneas y hace oscilar al lector entre la simpatía y el desagrado, entre la compasión y la repulsa, en una zona de penumbra donde no es fácil dirimir si este sujeto está cuerdo o es pasto del desequilibrio mental. Marcial pertenece al tipo de criaturas en las que Landero suele retratar la condición humana: seres grises de existencia liviana, perdedores en casi todo, desdichados que se ponen de puntillas vanamente para escapar de su irrelevancia y que se aferran a un sueño irrealizable o a un reconcomio que los mina. Marcial se integra, con ventaja, en esa galería de caracteres menesterosos y comunes que tienden a escorarse hacia la extravagancia o la majadería.
Este jefe de planta en un matadero industrial —y exmatarife— se considera escritor y filósofo, se vanagloria de su vocabulario, de su elocuencia y de su aptitud para discriminar lo sustancial de lo accesorio, todo ello fruto de su autodidactismo… Landero le fabrica una voz machacona y autoconsciente que socava irónicamente todas las virtudes de las que se jacta. Insiste que él no habla en vano, pero eso no atenúa su vicio de la digresión absurda (que se vuelve regocijante en la novela). En cuanto a la altisonancia hueca de su estilo, es propia de quien tiene mala cobertura en su conexión con la realidad. Su filosofía es tan estrafalaria como inquietante; sus anécdotas del reino animal (incluido el cuento delirante que se incrusta) son truculentas y contraproducentes cuando las utiliza para seducir a Pepita; y, en fin, su convicción de que posee el superpoder de dañar a sus enemigos despierta la suspicacia —él lo sabe— del lector. En la construcción de Marcial, de sus retorcidos circuitos mentales y de su idiolecto, se sustenta la excelencia de la novela. No importa qué historia cuente ni si es o no ridícula, porque cualquiera que pudiera contar lo sería. De hecho, lo ridículo no estriba en el acontecimiento narrado, que aquí se resume en la soirée catastrófica en casa de Pepita, sino en la perspectiva desde la que refiere los hechos. Una perspectiva contaminada por su terror a llamar la atención y quedar en evidencia, por la práctica consciente del rencor, el desprecio y el odio como mecanismos de autodefensa.
Marcial —como Landero— cree que se ha extinguido el tiempo de la gran épica, de las historias fabricadas con materiales nobles, y que la literatura actual está hecha de restos, de desperdicios, de testimonios inanes como el que presta en este informe. Y, como si fuera un pícaro que cuenta retrospectivamente su vida para justificar su presente injurioso, se lanza a dar cuenta de sí mismo como un ejemplo de que, según su fórmula, cuando el orgullo se alía con la cobardía engendra la temeridad. Su vuesa merced se llama doctor Gómez —plausiblemente un psiquiatra—, pero este marco narrativo picaresco Landero prefiere no desarrollarlo. Sabiamente, para gozo del lector.

Una historia ridícula
Autor: Luis Landero.
Editorial: Tusquets, 2022.
Formato: tapa blanda (284 páginas, 19 euros) y e-book (9,99 euros).
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