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María Casares: la espina del recuerdo

A 100 años de su nacimiento y 26 de su muerte, el Concello de A Coruña dedica un año de homenajes a la actriz, gran dama del teatro exiliada en Francia

María Casares, a la izquierda, en el ensayo de 'El adefesio', de Rafael Alberti, con dirección de José Luis Alonso (de espaldas) y Julia Martínez.
María Casares, a la izquierda, en el ensayo de 'El adefesio', de Rafael Alberti, con dirección de José Luis Alonso (de espaldas) y Julia Martínez.CÉSAR LUCAS

Cuando María Victoria Casares Pérez (A Coruña 1922-Alloue, 1996) llega exiliada a París con su madre, tras el estallido de la Guerra Civil, lo primero que hace es matar a la niña que había habitado en ella hasta entonces para erigirse en una nueva mujer. De ser Vitola, o Vitoliña, pasa a ser María, a secas, o, mejor dicho: Maguiá Casagués. Deja a un lado sus dos lenguas maternas (español y gallego) y pone todo su empeño en hablar francés sin rastro de acento, con el fin de ingresar en el Conservatorio de París, la prestigiosa institución en donde empieza a estudiar teatro. Cambia el océano Atlántico de Coruña, los tojos, el olor de la bosta y las vacas de la aldea gallega de Montrove, por los comercios y las elegantes calles de París. En 1949 consigue entrar en la Comédie-Française y comienza a vivir una vida de película. De ser tímida e introvertida, enseguida pasa a codearse con personajes como Albert Camus (con quien mantuvo una relación sentimental durante dieciséis años), Jean Cocteau o Picasso.

Mas, como veremos, esta metamorfosis fue solo aparente. Tanto en sus memorias y correspondencia, como en sus biografías (O tempo das mareas: María Casares e Galicia, de María Lopo, y recientemente La única, de Anne Plantagenet), aflora un fuerte sentimiento de nostalgia hacia su tierra natal, así como una lealtad inquebrantable hacia el exilio republicano. Es por todo ello que en este 2022, en coincidencia con los 100 años de su nacimiento y los 26 de su muerte, el Concello de A Coruña celebrará el Año Internacional de María Casares con una serie de homenajes.

Nacida en 1922 en A Coruña, procedía de una familia de “señoritos” por vía paterna (era hija del político Santiago Casares Quiroga, ministro y jefe de Gobierno de la Segunda República Española bajo la presidencia de Manuel Azaña) y de “cigarreras” por vía materna. Si la madre fue la tierra, la Galicia primigenia y la vinculación con la raza celta (herencia, a su vez, de la historiografía romántica decimonónica), el padre fue la palabra, la Galicia cultural. Dado que este tuvo que confinarse en una suerte de arresto domiciliario durante la dictadura de Primo de Rivera, pudo disponer de mucho tiempo para iniciar a su hija en el conocimiento científico y en la palabra poética. Años después, María contaría que, con el fin de enseñarle los nombres de los huesos, tenían en casa dos esqueletos humanos y que, para arrullarla, le leía poesías de Rosalía de Castro y de Curros Enríquez.

Fue precisamente de esta infancia perdida, aunque nunca olvidada, de donde brotaría su fuerza épica y su carisma como actriz. Destacó en todos los registros e interpretó todo tipo de obras, desde Eurípides a Shakespeare, desde Calderón de la Barca a Racine, desde Victor Hugo a Sartre. Y también a Genet, Cocteau, Bertolt Brecht, Anouilh, etc. En el cine protagonizó películas como Les enfants du paradis (1944) o Les dames du bois de Boulogne (1945).

Su compromiso político se manifestó no solo en la constante acogida de españoles en su casa de la rue Vaugirard, sino también en distintas colaboraciones con grupos de exiliados. Esto debió de influir, sin duda, en la rápida conexión que estableció con el escritor Albert Camus, cuya solidaridad con el drama de España también está presente en sus obras teatrales, en sus artículos y sobre todo en su decisión de donar parte de la dotación del Premio Nobel a los “refugiados españoles” residentes en Francia. La actriz y el escritor se conocieron en casa de Michel Leiris, y la madrugada del 6 de junio, el Día D, se convirtieron en amantes. Salvo por un breve periodo de tiempo, y a pesar de que Camus estaba casado, ya no se separaron hasta el trágico fallecimiento de él en un accidente de coche. En Residente privilegiada, su excelente libro de memorias de 1980, María hablaría de esta muerte como una amputación.

En 1957 viaja por primera vez a Argentina para representar en francés María Tudor de Victor Hugo y Le Triomphe de l’amour de Marivaux en el Teatro Colón de Buenos Aires. Allí se encontró con grandes escritores gallegos exiliados como Rafael Dieste, Blanco Amor o Luis Seoane. Restaurada la democracia, también estuvo en España, para llevar a las tablas El adefesio, de Alberti. A pesar de que se expresaba perfectamente en español, con un entrañable acento gallego (sin duda el tesoro más preciado de su infancia) nunca quiso volver a Galicia. “Por miedo de sentirse decepcionada, de ver su casa saqueada. Y por orgullo y lealtad a la memoria de su padre, de su familia”, explica Anne Plantagenet, una de sus biógrafas.

Cuando los fascistas asaltaron, en julio de 1936, Villa Galicia (la casa de la aldea de Montrove), su tía Cándida se arrojó por una de las ventanas y quedó impedida para el resto de sus días. Tiempo después, durante el franquismo, un gobernador ordenó que se borrara el nombre de su padre del Registro Civil, cosa que, gracias a su triunfo como actriz en Francia, nunca se consiguió. La gran biblioteca de los Casares ardió quemada en una pira (de esto habla Manuel Rivas en su novela Los libros arden mal). Sólo se salvaron, porque María los había metido en su equipaje a Madrid, las obras completas de Shakespeare y los poemas de Curros Enríquez. Al final de sus días, para quitarse la espinita, María adquirió la casa solariega de La Vergne, en el departamento de Charente, zona de sudoccidental de Francia con un clima muy parecido al del noroeste español. Decían que allí María Casares había recreado su Galicia privada, su paraíso de la infancia, para no perderlo nunca más. “Anos hai que nos riñós / levo cravada una espiña / e como me doi ainda / vóuna quitar diante vos”, escribió Curros Enríquez, en su famoso poema ‘A Espiña’. Aunque en circunstancias y por motivos muy distintos a los del poeta gallego, de alguna manera María hizo suyos esos versos.

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