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Las trampas del nuevo andalucismo flamenco

Varias novedades editoriales y discográficas resaltan la singularidad cultural andaluza, se sitúan en la izquierda política e incluso se dicen comunistas, aunque su contenido lo desmienta

Los miembros del grupo Califato 3/4. ADRIÁN DEL CAMPO
Los miembros del grupo Califato 3/4. ADRIÁN DEL CAMPO

De un tiempo a esta parte, el flamenco vuelve a experimentar una ola de andalucismo. No es nada nuevo, porque el fenómeno es cíclico, pero la ola ha alcanzado otra cresta. Mientras Adelante Andalucía intensificaba, bajo el liderazgo de Teresa Rodríguez, su posición andalucista, Antonio Manuel Rodríguez Ramos, profesor de Derecho en la Universidad de Córdoba, publicaba Flamenco. Arqueología de lo jondo (Almuzara), notable éxito editorial de 2019 que fue reeditado hace pocos meses. Fue el aldabonazo de salida para distintas novedades que se encadenaron en 2021: el libro Origen e historia íntima del flamenco (Almuzara), de José Ruiz Mata, epígono del anterior; el disco Humana raíz, de Juan Pinilla; el primer álbum del proyecto flamenco A Palos, promovido por el mismo Rodríguez Ramos; y la revelación de Califato ¾ con su disco La contraçeña. Todos ellos tienen rasgos comunes: comparten la singularidad cultural andaluza como horizonte de legitimación, se sitúan en la izquierda progresista e incluso se tildan de comunistas, aunque su referente principal es Blas Infante, padre del andalucismo y reconocido antibolchevique, antimarxista y patriota español.

El flamenco nació en la última parte del siglo XIX. Sin embargo, el profesor Rodríguez lo sitúa más de tres siglos antes. Aunque, en realidad, su libro no busca un origen histórico sino poético, y lo encuentra en la pérdida de Al Andalus. El texto se estructura a modo de fábula, como corresponde a toda construcción mítico-religiosa, a través de oposiciones simples: luz-oscuridad, libertad-esclavitud, hermandad-cainismo y, en última instancia, islamismo-cristianismo. Si el flamenco utiliza palabras de etimología árabe (entre ellas su propia denominación), es porque estas conservan la huella de la pérdida de la civilización árabe, así como la de todos los esclavizados y estigmatizados por la civilización cristiana hasta la fecha, como mozárabes, negros, gitanos y mujeres. Al margen de ser un ejercicio de fe ciega en la etimología, el nivel de fabulación que contiene la narración histórica de Rodríguez tampoco es desdeñable. No es necesario profundizar en la historia para saber que el uso y comercialización de esclavos en Al Andalus fue generalizado (sobre todo, de negros y mujeres). Ello no parece importar al autor. Y es que el mito se construye, precisamente, contra la historia.

Pese a las apariencias, su referente es Blas Infante, padre del andalucismo y reconocido antibolchevique y patriota

El pensamiento de Infante —base de legitimación de esta ola de andalucismo considerada progresista— dista mucho de responder al de un revolucionario comunista. Entre sus referentes teóricos no había nadie que se pudiera considerar tal. Sin embargo, entre los que sí lo eran encontramos a tres de los pensadores fundamentales en la construcción del pensamiento burgués en el entorno español: Pi y Margall, Joaquín Costa y Henry George. De Costa tomó el colectivismo agrario y la fisiocracia (que luego terminó de pulir con Henry George), y de Pi y Margall su idea autonomista (aunque a la hora de tratar de ponerla en práctica tuviera más en consideración el regionalismo del conservador Cambó). Consideraba también la costumbre como la “única ley poderosa e indeclinable”, la propiedad privada de la tierra como la base de la economía, desdeñaba el separatismo (de hecho, consideraba Andalucía “la esencia de España”), consideraba que Lenin “desacredita el comunismo” (término que entendía en un sentido espiritual) y que el marxismo era una amenaza. En una carta al general Francisco Pogo, afín a la Dictadura de Primo de Rivera, postula su libro La dictadura pedagógica, de 1921, como guía que contiene las medidas objetivas que debería “ejecutar la Dictadura para poder ejercer, mediante aquellas, un ministerio pedagógico, creador de esencias y de dignidad patriótica y cívica en el ánimo del pueblo español”. Estas serían un “seguro contra el comunismo marxista”. En la misma carta declina la oferta de un puesto público, pero apunta: “para trabajar obscuramente, estoy a sus órdenes”. No en balde, Blas Infante trabajaba por una “Andalucía libre, España y la humanidad”; aunque ahora se cambie ‘España’ por ‘los pueblos’, acaso para facilitar la deglución del mito.

Juan Pinilla es un muy premiado cantaor con cierta relevancia. Su último disco, Humana raíz, alterna cantes ortodoxos con temas pop. En este trabajo, asume en primera persona el culturalismo andalucista. Militante del PCE, sostiene que “ser comunista es una categoría del espíritu”, lo que se refleja en el disco, en el que se habla de “enfermedades del alma” o se reivindican idealizaciones patrióticas (sus temas ‘Andalucía’ o ‘La teoría del olé’ coinciden sorprendentemente con el tema ‘Patria’, del último disco de Miguel Poveda). Y aunque es verdad que militar en el PCE no significa ser materialista, ni mucho menos marxista, todavía choca ver a un militante de su partido defender categorías espirituales como “humanismo”, o fisiocráticas como “raíz”, infantinianas y, por lo tanto, anticomunistas.

Si algo separa a Blas Infante de ser comunista es su teoría económica. Infante fue un firme defensor de la fisiocracia, es decir, la teoría que considera la tierra como única generadora de plusvalía. Para un fisiócrata, por ejemplo, el valor de un zumo ya estaba en la tierra de que salió el naranjo. De ahí también que sea una teoría que se ajuste al nacionalismo, que basa su imaginario en la tierra, la raíz, la autoctonía… Un reciente ejemplo de fisiocracia se puede ver en un mensaje de Teresa Rodríguez en redes del 22 de diciembre respecto a un conflicto laboral en la fábrica de Zumosol de Coria del Río: “La angroindustria es un sector estratégico para desarrollo de Andalucía para que dejemos de ser exportadores de materia prima dejando que otros se queden con el valor añadido de nuestros productos”. Para un fisiócrata el valor de un zumo, del que otros se lucran, ya estaba en la tierra de la que salió el naranjo. Para él, se explota a la tierra; de ahí que el reparto igualitario de la misma genere una sociedad igualitaria y de ahí la demanda de “tierra y libertad”. De ahí también que sea una teoría que se ajuste perfectamente al nacionalismo, que basa gran parte de su metaforología en la tierra, la raíz, la autoctonía… Sin embargo, bajo una óptica comunista marxista, el plusvalor lo da el trabajo (cultivo, cosecha, manufactura…), no se explota a la tierra sino al trabajador y el reparto de la tierra, sin los medios de producción y la fuerza de trabajo necesarios, es un brindis al sol.

El proyecto flamenco de Rodríguez Ramos, A Palos, gira también en torno a esta concepción moral y espiritual de la política. Es un disco ortodoxo, con letras que mezclan patriotismo con crítica social melodramática (lo que sufre un inmigrante al irse, un niño al ver a sus padres pelear, una madre al quedarse sola o un pueblo al quedar vacío) junto a un buen montón de los tópicos del izquierdismo (“como los perros de un rincón son los pobres de derechas”, “mi cante es la rebeldía de los que odiamos la guerra, de los que amamos la vida”). Sigue la misma estrategia del libro de este autor, asociando el proyecto mitológico de una nueva Al Andalus a términos grandilocuentes como justicia o libertad sin argumentar el nexo. Mientras tanto, Califato ¾ es explícitamente andalucista. Su fundamento es el mismo que los anteriores —la idealización de Al Andalus—, pero le suman la reivindicación de una de las mayores manifestaciones del populismo nacionalcatólico: las marchas de Semana Santa. Es muy probable que el gesto responda a un esnobismo exótico propio del contexto, pero si a esa doble reivindicación le añadimos su trabajo para Cruzcampo, cerveza que hasta hace unos pocos años perteneció a los Osborne, su estética musical resulta estar al servicio de califas, obispos y estirpes capitalistas. Es decir, de las élites andaluzas actuales y pasadas.

Hacer de la diferencia cultural una base política es olvidar que la primera puede ocultar las distinciones que mueven realmente la política: las económicas. La cultura ha sustituido a la teología y la identidad cultural, a Dios. El nacionalismo cultural intenta hacer creer a sus seguidores que, de triunfar, no serían negros o esclavas, que pasearían por jardines y disfrutarían de lujos. Es como decir a los niños que, en este equipo, todos serán capitanes.

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