Discos sorpresa, por entrega o conceptuales: todo vale para vencer al ‘streaming’
Artistas como C. Tangana, Nick Cave, Bill Callahan o Eels reinventan el formato con estrategias adaptadas a las nuevas formas de consumo musical
Desde que se declarara la muerte del álbum hace ya más de una década, se han ido sucediendo infinidad de estrategias para lograr mantenerlo vivo. Casi todas esas maniobras han nacido de ejercicios de marketing disfrazados de posicionamiento artístico, pero lo cierto es que prácticamente todas ellas han logrado transformar el formato en algo mucho más excitante, e incluso impredecible, de lo que nunca ha sido. La última y más ubicua es la de trocear los álbumes, lanzarlos por partes con semanas o incluso meses de diferencia. Y esta convive con la reinvención del disco conceptual, el retorno de los largos en directo, el álbum visual, la edad de oro de la edición de lujo, el renacer del álbum de grandes éxitos, el largo larguísimo o la estrategia del disco sorpresa. Todo vale para salvar el formato. Y casi todo sirve, la verdad.
La semana pasada Nick Cave lanzó junto a Warren Ellis un disco por sorpresa titulado Carnage y Anne Victoria Clarke escribió en Vulture un artículo loando los discos en directo a partir del Homecoming de Beyoncé y prediciendo que, una vez vuelvan los conciertos, es muy probable que haya un boom de los discos en directo, pues el público querrá tener algo, más allá de su cuenta en Instagram, para recordar ese momento histórico, ese cambio de paradigma vital. Pero es el disco en dos o incluso tres partes tal vez la más novedosa de estas estrategias. Se han abonado a ella desde Hayley Williams hasta Moses Sumney, pasando por raperos como Denzel Curry o Kevin Abstract. Pero quizá la primera que apuntaló esta forma de publicar un largo fuera la sueca Robyn, quien en junio de 2010 lanzó Body Talk. En septiembre de aquel mismo año, la segunda parte. Y, en noviembre, una especie de edición de lujo que recogía lo mejor de las dos partes, más cinco temas inéditos. “Tenía todas esas canciones y no quería esperar a lanzarlas cuando estuvieran todas grabadas, así que decidí ir publicándolas”, declaró la artista a la web Popjustice.
El rapero Kevin Abstract, miembro de Brockhampton, afirmó el año pasado haber dividido en tres fases el lanzamiento de su disco en solitario como método para “sacar su mierda”. Pero lo más habitual estos días es trocear los álbumes por motivos relacionados con la forma en que se consumen estos formatos en la era del streaming. Incluso el artista independiente Bill Callahan se ha sumado a esta tendencia y lo ha hecho explicitando sin pudor los motivos, que nada tienen que ver con la impaciencia o el psicoanálisis. El artista lanzó en cuatro partes ―una por semana― su disco Shepherd in a Sheepskin Vest la primavera pasada. Cuando se le preguntó por tal movimiento respondió que creía que, cada vez más, el oyente de streaming decide pasar el tema que está escuchando cuando esté aún no ha terminado, impaciente por saber cómo será el siguiente. Acortando la cantidad de canciones lanzadas a la vez creía poder atrapar a ese oyente que quiere decir y sentir que ha escuchado el disco entero lo antes posible.
El álbum como serie televisiva
Esta forma de lanzar los álbumes los convierte en un producto mucho más parecido a una serie de televisión que a un disco. Un estudio publicado por Music Watch el año pasado indicaba que los jóvenes pasan el doble de tiempo viendo series en diversas plataformas que escuchando música. Tal vez mantener la atención del oyente durante meses sea la forma de lograr que la distancia se acorte. Como parecía inevitable, lo que ha sucedido con esta estrategia es la proliferación de discos que se presentan como proyectos lanzados en partes por motivos artísticos y conceptuales, cuando en realidad lo único que se hace es ir empaquetando avances del álbum hasta que este prácticamente está disponible por completo. Los que eran sencillos y EP de adelanto para lograr que el público anhelara poder escuchar el álbum entero lo antes posible se han convertido en muchas ocasiones en formas de lograr que ya nadie escuche el disco cuando esté disponible porque, básicamente, ya lo han tenido a su alcance antes.
Hace dos semanas, el rapero inglés Slowthai publicaba su segundo largo, Tyron. El disco llegaba dividido en dos partes, aunque en esta ocasión se lanzaba todo a la vez. El sello lo vendía como un disco en el que se mostraban las dos facetas del artista. Una más calmada y solipsista, otra más festiva y reivindicativa. Era imposible saber qué parte correspondía a cada concepto. El caso de Slowthai es paradigmático en cuanto a la conversión de cualquier cosa con una temática más o menos unitaria en algo vendible como conceptual. Sucedió algo parecido en otoño de 2020 cuando Mark Oliver Everett publicó Earth to Dora, su nuevo trabajo como Eels. Al haberse divorciado recientemente y al contener el disco un puñado de temas sobre relaciones sentimentales que salieron regular, se presentó el álbum como algo conceptual. La idea de vender un largo como conceptual tiene que ver con la idea de que si presentas algo como un todo, la posibilidad de que el oyente se detenga a escucharlo por completo es mayor.
El caso de C. Tangana es paradigmático. Y está funcionando. No solo parece hacer que mucha gente escuche estilos que tan cerca tenía pero desconocía, o que de tan cerca que tenía despreciaba, sino que ha logrado que muchos escuchen completo por primera vez en mucho tiempo, o en su vida ―el pop sobrevive porque siempre hay gente para la que todo esto que pasa hoy es genuinamente nuevo―, 14 canciones de un mismo artista del tirón. 42 minutos y 38 segundos. Más o menos como un episodio de Podría destruirte o Gambito de dama.
“En 2014, Billboard incluyó las reproducciones en streaming en su fórmula para entrar en las listas de ventas. 1.500 reproducciones equivalían a un disco vendido. Dos años más tarde, la Recording Industry Association of America incluía esta misma fórmula para certificar las ventas de los álbumes. Así, discos que son más lagos generan más escuchas, lo que acorta el camino hacia la consecución de discos de oro”. Esto publicaba la revista Billboard hace un par de años, y con ello intentaba explicar por qué álbumes recientes de artistas como Lana Del Rey, Migos o Drake rondaban duraciones de casi 90 minutos, más incluso que todos esas discos eternos que salieron al mercado en la época en que el CD se hizo con la hegemonía y, por extrañas razones, se empezó a pensar que si cabían ahí hasta 80 minutos de música, había que llenarlos. Si aquello no acabó con el álbum, nada, ni siquiera el streaming, lo hará.
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