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SILLÓN DE OREJAS
Columna
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Munición contra ‘historietógrafos’

El crítico y editor Constantino Bértolo publica su canon particular de la narrativa española. Un libro para leer y debatir sobre lo que está y lo que no está

Manuel Rodríguez Rivero
Constantino Bértolo, antiguo editor de Debate y Caballo de Troya, en 2008.
Constantino Bértolo, antiguo editor de Debate y Caballo de Troya, en 2008.

1. ‘Canon constantini’

Casi nadie seriamente interesado en lo que, de modo ya pomposo (y Bourdieu no tiene la culpa), llamamos “campo literario” español ignora quién es Constantino Bértolo (Lugo, 75 años). Editor (en gran grupo e independiente), profesor de escritura y edición, y crítico (y polemista) literario, su influencia y su magisterio se han reflejado abundantemente en todos los sectores de su actividad: ha “descubierto” y dado a conocer a nuevos autores (algunos ya consagrados en el competitivo mercado de la ficción); ha formado directa o indirectamente a exigentes editores independientes (sin ir más lejos, al inolvidable Julián Rodríguez Marcos); ha participado y expresado su teoría literaria en cursos y foros con nutrida asistencia. Y ha publicado algunos libros (permítanme que recuerde aquí tan solo La cena de los notables, Periférica) y un par de significativas antologías de sendos clásicos del marxismo: Lenin (El revolucionario que sabía demasiado, Catarata) y Marx (Llamando a las puertas de la revolución, Penguin Clásicos). Su último libro, ¿Quiénes somos? 55 libros de la literatura española del siglo XX (Periférica), fue un encargo del malogrado Julián Rodríguez, quien le dio carta blanca para seleccionar y comentar brevemente 55 libros de la literatura española contemporánea (de La voluntad, 1902, de Azorín, a El año que tampoco hicimos la revolución, 2005, del Colectivo Todoazen), que, a su entender, reflejaran precisamente en cada momento quiénes somos y, en respuesta dialéctica con la historia y el punto de vista que reflejan, intervinieran en la construcción del relato que subyace a nuestro imaginario colectivo. Un espejo, vamos, que a la vez refleja (y forja) nuestra imagen. Este canon constantini (el autor odiaría esta caracterización), que poco tiene que ver con las previsibles listas habituales, tiene un antecedente ineludible con el que dialoga, incluso desde el silencio, desde la primera página: Los libros esenciales de la literatura en español (Lunwerg, 2011), del crítico Ignacio Echevarría, con quien Bértolo siempre ha mostrado afinidades críticas e ideológicas. Hay diferencias de planteamiento, sin duda: Echevarría incluía en su canon un centenar de libros de narrativa española e hispanoamericana —eran los años Bolaño— desde mediados del siglo XX, y su canon, a la vez subjetivo y sólido, resulta más sesgado por sus particulares fobias y filias (recuerdo, por ejemplo, su comentario preventivo (y anticipatorio de la obra posterior) de Beatus ille (1986), la primera novela de Muñoz Molina. Ambos cánones coinciden en poco más de media docena de títulos, aunque sí en bastantes más autores (con obras diferentes). Bértolo se ciñe más a su objetivo, ya señalado, que detalla en un prólogo cuidadoso y, quizás, excesivamente prudente (como ocurre en casi todo canon) y minuciosamente equilibrado. Más que sobrar, se echan a faltar obras de autores que también podrían cumplir con creces el objetivo del libro: alguna novela de Marías o de Vázquez Montalbán, por ejemplo. En todo caso, un libro para leer y debatir, como le gusta a su autor (y pretendía su editor).

Sean Penn y Marcia Gay Harden, en 'Mystic River'.
Sean Penn y Marcia Gay Harden, en 'Mystic River'.

2. Río místico

Se publica en unos días (y 20 años después de su aparición) Mystic River (Salamandra), una grandísima novela de Dennis Lehane que todo el mundo cree haber leído tras haber visto la (notable) adaptación cinematográfica (2003) de Clint Eastwood. Error: la novela es, además de un genial thriller psicológico, una increíble y tensa historia de amistad de tres muchachos de Boston a lo largo de un cuarto de siglo. Si les gusta Lehane tanto como a mí, no se la pierdan.

De izquierda a derecha, Rull, Sanchez, Romeva, Forn, Cuixart, Turull y Junqueras piden su amnistía con una pancarta desde el interior del recinto penitenciario el pasado 29 de enero.
De izquierda a derecha, Rull, Sanchez, Romeva, Forn, Cuixart, Turull y Junqueras piden su amnistía con una pancarta desde el interior del recinto penitenciario el pasado 29 de enero.Albert Garcia (EL PAÍS)

3. Desafíos

Mientras progreso a buen ritmo con mi cibercurso de anger management (gestión de la ira) para poder pechar con el supino cabreo y náusea que me suponen las declaraciones sibilinas (en resumen: no, pero sí, pero no, pero sí) de la siempre ideológicamente ambigua (casi una patología) alcaldesa de Barcelona —hoy por hoy la ciudad más insegura de este enmascarado país—, leo con fruición (no exenta de ocasionales desacuerdos) El desafío secesionista catalán (Tecnos), de Alberto Reig Tapia. El “polemista y combativo” (así lo ha llamado el siempre circunspecto Enrique Moradiellos) historiador aborda una vez más el objeto de su investigación con un encomiable rigor documental al que —para disfrute del lector— no estorba la pasión ni la crítica feroz de las legendarias narrativas con las que el nacionalismo irredento y sus historietógrafos (el neologismo es suyo) han construido buena parte de su leyenda dorada y “fundamentado” sus agraviadas mitologías identitarias. Reig Tapia (1949), un historiador que nunca ha ocultado su ubicación en la izquierda, y cuyos dardos antirrevisionistas se han dirigido en otras ocasiones (como en La crítica de la crítica; Siglo XXI, 2017) a la historiografía franquista, tiene que soportar el desprecio y los insultos (incluidos, claro, los de espanyolista y feixista) de ciertos historiadores nacionalistas para quienes “conseguir la secesión de Cataluña de España legitima los medios más burdos, las tergiversaciones más groseras y las simples mentiras” (y no solo se refiere a supertrolas, tamaño “barón de la castaña”, como la de un Quijote compuesto originalmente en catalán o la de la propia catalanidad del “descubridor” de América). Supongo que un historiador como Reig Tapia (catedrático en la Rovira i Virgili de Tarragona) lleva en el sueldo lo de la mofa, befa y escarnio por parte de los historiadores que siguen la corriente indepe, es decir —y según una siniestra metonimia—, “que hablan en favor de Cataluña” (y no de una parte de ella): al fin y al cabo, lejos de callarse y vivir como Patufet (Garbancito) en la panza del buey, donde no nieva ni llueve, Reig Tapia no tiene empacho en publicar periódicamente sus críticas a la mitología secesionista hegemónica. En todo caso, aquí tienen un libro que ayuda a comprender; incluyendo las excusas (históricas) y estrategias (historiográficas) del odio.

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