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LIBROS | CRÍTICA DE 'MEMORIA DE CENIZAS'

En defensa de la palabra escrita

Eva Díaz Pérez construye un relato histórico sobre los heterodoxos españoles del siglo XVI a partir de la figura de Casiodoro de Reina

Memoria de cenizas, de Eva Díaz Pérez.

La primera Biblia en castellano se publicó en Ginebra en 1569. La había traducido Casiodoro de Reina (Montemolín, Badajoz, 1520-Fráncfort, 1594). Su labor como traductor y sus ideas protestantes le costaron el exilio y que una imagen suya fuera quemada en Sevilla en 1562, tras un auto de fe que supuso medio centenar de condenas por herejía. En Santiponce, cerca de donde ardió aquella figura, se le ha dedicado un monumento en cuya base puede leerse: “Por la tolerancia y la libertad”. Esta historia de perseguidores y perseguidos es la que narra Memoria de cenizas, de Eva Díaz Pérez, que se reedita ahora con prólogo de Félix de Azúa, quien sostiene que esta novela “debería leerla todo el mundo”, y lamenta las dificultades para conseguir un ejemplar de la Biblia del oso, nombre de la edición de Casiodoro de Reina, debido al grabado de su portada. Una traducción que emplea, dice De Azúa, “un castellano digno de Cervantes”.

Mediaba el siglo XVI. Eran tiempos de bonanza en una Sevilla puerto de entrada de las riquezas de las Indias. La novela reconstruye las esperanzas y anhelos de aquellos protestantes que acabarían en el exilio o la hoguera y el ambiente de la nobleza y la curia de esa Sevilla donde hay también cloacas y sufrimiento. En sus inmediaciones estaba el monasterio de San Isidoro del Campo, con una comunidad de monjes jerónimos, entre los que se encuentra Casiodoro de Reina, con una nueva forma de entender la fe. Ve en Roma una actitud anticristiana, porque nada más alejado del amor evangélico que la tortura y el miedo. Su vida es cauta, pues el ojo suspicaz de la Inquisición (y la codicia del inquisidor que se apropia de los bienes del procesado) no descansa buscando la disidencia, asociada a la lectura y el pensar.

La mayoría de herejes pasa por los calabozos y confiesa en el potro, camino de la hoguera. Algunos, como Casiodoro, logran escapar. Cargado con las notas de la traducción, camina días y noches hasta alcanzar otras tierras para descubrir que sus mandatarios se saben también dueños de la verdad y con derecho a imponerla a sangre y fuego. “¿Qué me decís de vuestro Lutero que incluso murió casi entronizado como los santos que tanto criticaba? Tampoco se libra Calvino en vuestra querida Ginebra, convertida en patria del terror y la intolerancia y llena de cámaras ardientes. Mirad a ese Zwinglio, descuartizado en los campos de Kappel por el ‘santo’ Calvino. Y de los anglicanos, no digamos. Recordad al desdichado Tomás Moro”, exclama uno de los personajes.

Pero Memoria de cenizas es también un canto a la libertad y a la palabra escrita, convertida en memoria de la humanidad a través del libro y recuperada para la vida en cada lector, pese a que los intolerantes de entonces, como los de hoy, sostengan que “pensar es malo”, que conviene cuidarse de “saber más de lo necesario”. Frente a estos elogios de la ignorancia se alza la voz de Antonio del Corro, compañero de sufrimientos y esperanzas de Casiodoro: “Qué bueno es ser amigo de la lectura (…) a veces creo que los libros son lo más hermoso que ha hecho el hombre. Lo único en lo que merece la pena creer, porque ahí está toda la verdad humana. ¿Qué haríamos sin memoria?”. Buena pregunta para estos tiempos que, como aquellos, son “de escasas utopías” porque todo se mide “por el rasero de los dineros”.

Memoria de cenizas, de Eva Díaz Pérez.

Memoria de cenizas

Autora: Eva Díaz Pérez.


 

Prólogo: Félix de Azúa.



Editorial: El Paseo Editorial, 2020.



Formato: Tapa blanda. 296 páginas. 19,95 euros.


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