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CORRIENTES Y DESAHOGOS
Columna
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La 'rentrée'

Frente a lo antipático que se presenta el regreso de las vacaciones se alza el brillante atractivo de la rentrée. Volver de las vacaciones significa el irremediable término del vulgar intervalo del tiempo libre y el ingreso en el educado ser de la temporada. Se trata de la diferencia entre el tiempo a secas y la temporada, siempre en almíbar. Entre el tiempo a granel, sin apenas cotización, y la ración servida con precio y esmero.

El tiempo natural, el tiempo-tiempo, cunde linealmente, fatalmente, mientras la temporada traza su vida como una danza circular sin negros presagios. Con el tiempo morimos, tarde o temprano, mientras que en la temporada, sus diferentes luces y ambientes, sus nuevas figuras y figuraciones son incompatibles con la rigidez de la muerte.

Volver de las vacaciones significa el irremediable término del vulgar intervalo del tiempo libre

Con la costumbre del estreno de las películas en los veranos norteamericanos, la presentación de nuevos modelos de automóviles en los otoños de media Europa, la inauguración de exposiciones en los salones de todo el mundo, el lanzamiento de libros por casi todas partes, el final de agosto pierde los caracteres de un funeral, la idea de un "óbito" y gana el aroma de un bautizo.

El tiempo a granel, el tiempo en crudo, cambia justo su carácter salvaje por la prestancia controlada y civil de la temporada. Siempre consumimos tiempo pero además, y esto es lo peor de todo, el tiempo nos consume. La temporada, en cambio, es un producto fabricado deliberadamente para ser degustado, producto de mercado, inserto en el mercado y propio de lo mejor de él. Periodo habilitado y confitado para recibir novedades y novelas, pinturas y aderezos. Y empezando, desde luego, por la presencia de la moda puesto que no habría temporada sin moda y no habría moda sin su temporada.

De esta manera, mientras el tiempo-tiempo pesa como una losa que acabará aplastándonos, la temporada flota o nos merodea, nos invita a pasear por ella sin tener en cuenta el siniestro mandato de pasar y concluir. La temporada se deja mirar, encierra la pretensión de ser admirada y, en absoluto, conoce la fatídica mirada de la vida y la muerte.

Con la rentrée no son mejores los libros que salen ni tampoco las series de televisión que empiezan. No son sustantivamente mejores estos productos "de temporada". Su ambición no es mejorar sino renovar. Su ambulación caprichosa y oscilante no presenta jamás sus ofertas como un déjà vu sino justamente como algo que fuera como lo nunca visto.

Los nuevos colores y texturas de las ropas, las reformadas alineaciones de los equipos, los rediseños de los coches o los escaparates, coinciden en potenciar la sensación de haber ingresado en una etapa flamante. ¿La crisis? Incluso la crisis (crónica) adquiere otro carácter no independiente de la esperanza.

El nuevo tiempo, además, que hace, hace otro tiempo. Y ese otro tiempo que hace, con nuevas temperaturas, nuevos fenómenos, deportes, guisos y enfermedades adscritas a él promueven la idea de haber cambiado de mundo o de domicilio. Desde el tiempo tórrido del cargante estío hacia el tiempo más elegante y fino del helor.

Puede que seamos prácticamente los mismos o incluso peores, pero el mundo de la temporada se esfuerza, una y otra vez, en infundirnos la fantasía de que podemos renacer, reentrar en el universo que se escapaba y que ahora, sin embargo, regresa recién pintado, para darnos cita en él.

¿Otra oportunidad? Otra oportunidad también, pero no precisamente de la clase de un segundo examen en septiembre sino a la manera de una surtida ocasión de felicidad que acaso se había atascado entre los sofocos de agosto y es ahora cuando despierta, alegre y mejor enfocada, como recientes y perfumados membrillos a la atenuada luz del día.

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