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Regalos, extorsión y silencio: un fallo expone la explotación sexual en las canteras del fútbol argentino

La condena a cuatro abusadores destapa las agresiones que pueden sufrir chicos que se mudan a las grandes ciudades con el sueño de convertirse en futbolistas profesionales

Abuso sexual en las canteras del fútbol argentino
Un joven juega con un balón en una cancha de Buenos Aires, en diciembre de 2022.Matias Baglietto (Getty Images)

En el difícil pero irresistible camino que miles de jóvenes argentinos emprenden para llegar a futbolistas profesionales, ese sueño que va desde convertirse en los nuevos Diego Maradona o Lionel Messi hasta salir de la pobreza que sacude al 63% de los niños y adolescentes en el país, no faltan los peligros. Por ejemplo, quedar expuestos a posibles agresiones sexuales. Un reciente fallo de la justicia local comprobó que 15 futbolistas menores de edad de las divisiones formativas de diferentes clubes, la mayoría de ellos de Independiente, fueron víctimas de al menos cuatro abusadores entre 2017 y 2018.

Aunque es el primer caso de repercusión nacional, la explotación sexual de jóvenes jugadores no se circunscribe a un club ni a un hecho aislado. Según los especialistas, los agresores tienen especialmente en la mira a los chicos que se mudan de los pequeños pueblos a las grandes ciudades para incorporarse a las inferiores de los equipos de Primera División. Entre la distancia de los adolescentes con los padres, su vulnerabilidad económica y el mandato de triunfar en el fútbol, además de su juventud, los abusadores entran en acción.

El último día hábil de 2023, el viernes 29 de diciembre, un árbitro de fútbol, Martín Bustos, fue condenado a 12 años de cárcel por abuso sexual, explotación sexual y corrupción de menores contra juveniles de Independiente y otros clubes. También en el mismo juicio oral, que cerró la causa que salpicó al equipo que ganó más ediciones de la Copa Libertadores, otros tres investigados —Juan Manuel Díaz Vallone, Alejandro Dal Cin y Silvio Fleytas— fueron castigados por los mismos delitos con penas entre 12 y 10 años de cárcel. Los restantes dos procesados, Leonardo Cohen Arazi y Alberto Amadeo Ponte, por ahora no tienen fecha de juicio.

Aunque originalmente se habló de una red de pedofilia, los seis investigados —personas del “ambiente” del fútbol, organizadores de torneos, relacionistas públicos o allegados de representantes— acosaron a los chicos de manera separada, sin relación entre sí, lo que habla de la vulnerabilidad a la que están expuestos los jóvenes deportistas. La fiscalía del caso, a cargo de María Soledad Garibaldi, informó que el 52% de los chicos que declararon como testigos (99 de 189, de ocho clubes de Buenos Aires) recibió alguna propuesta de sexo a cambio de dinero. La causa incluye 42 hechos de abusos sobre 15 víctimas, la mayoría de ellos que entrenaban y dormían en la pensión de Independiente.

La causa comenzó en marzo de 2018 y fue caratulada inicialmente como “abuso sexual y promoción y facilitación de la prostitución”. “El tema sale a la luz porque un chico de las inferiores de Independiente, de 14 años, le contó al psicólogo del área, Ariel Ruiz, que uno de sus compañeros había empezado a tener más dinero. Puede parecer algo sin importancia pero se trataba de regalos por ser abusados”, reconstruye Francisco Panqui Molina, coautor de Alerta Rojo. ¿A quién le importan las Inferiores?, un libro publicado en diciembre de 2018 y cuyo título juega con el color de la camiseta de Independiente.

De inmediato, Ruiz y Fernando Langenauer, entonces coordinador de la pensión de Independiente, donde dormían 53 chicos de entre 13 y 17 años, todos llegados a Buenos Aires desde diferentes lugares del país, reunieron a los pensionados y les explicaron que había un delito de por medio. “En su inocencia y en su necesidad, los chicos no sabían que eran víctimas. Porque, además, los abusos no se daban en un contexto de violencia explícita, ni física ni verbal, sino de supuesta amistad”, explica Pedro Molina, hermano de Panqui Molina y coautor de Alerta Rojo. “El contacto es por redes sociales. Saben quiénes son los más vulnerables, quiénes no van a contar. Hay un conocimiento perverso de las víctimas para elegirlas”, agrega Panqui Molina.

Los regalos para los chicos tras cada encuentro con sus abusadores, siempre en departamentos privados, tenían diferentes formas. Podía ser dinero en efectivo, unos 800 pesos argentinos, el equivalente entonces a 40 dólares. O atenciones para la vida cotidiana, desde recargos en la tarjeta SUBE, un plástico para abonar el pasaje en el transporte público en Buenos Aires, hasta viajes más extensos a sus pueblos de origen para visitar a familiares. Y, también, presentes para la carrera futbolística de los chicos, como calzado deportivo nuevo o concurrencia más seguida a peluquerías y locales de tatuajes. Ser futbolista no es solo parecerse a los mejores en el campo de juego sino imitar su imagen.

“El sistema instauró una idea en el fútbol, que uno se tiene que bancar [soportar] todo. Y la verdad es que 99 de cada 100 chicos de las inferiores no llegan a Primera”, dicen los Molina, que siguieron el caso desde el comienzo. “Los jugadores cuentan que viven con estrés el fútbol. Tienen miedo a las lesiones, a quedar libres a fin de año y a no responderles a sus familias, que en algunos casos esperan un cambio de vida. En los clubes hay pensiones para albergar a 100 chicos que están lejos de sus familias y con cierta vulnerabilidad económica. Por eso se convierten en un blanco perfecto para los abusadores de menores”, dice Panqui Molina.

Vínculo de confianza

A fines de marzo de 2018, Ruiz, Langenauer y los juveniles que entrenaban y dormían en la pensión de Independiente —no todos abusados, pero sí muchos testigos— acudieron a la justicia. Se sumaron chicos de otros clubes de Buenos Aires. “Pagar a un niño con dinero o bienes a cambio de sexo es explotación sexual”, dijo entonces Garibaldi, la fiscal que a los pocos días pidió la detención de Bustos y otros cinco implicados, todos acusados de abuso sexual agravado y corrupción de menores. Por los chats se comprobó que Bustos había llevado a dos jugadores, uno de ellos de 14 años, a su departamento. El exárbitro generaba un vínculo de confianza con sus víctimas, aunque no los conociera. El 17 de marzo de 2018 inició una conversación con un jugador de Independiente de 14 años a través de Facebook:

—Hola, crack. Gracias por aceptar.

—¿Cómo va? No es nada.

—Nos podemos juntar a tomar algo y a charlar de fútbol si querés. Obvio que yo invito.

—Buenísimo, sí, sí. Cuando esté por allá [San Isidro, a 20 kilómetros de Avellaneda, sede de Independiente] te aviso y nos juntamos a tomar algo y a charlar, muy amable.

—No, huevón. Yo me voy hasta donde estés y tomamos algo por ahí. Tampoco te decía que vengas a mi casa, jaja.

—Ah, perfecto entonces.

—Cuando nos conozcamos y tengamos más confianza no hay problema. Hasta te doy la llave de mi casa.

—Jajajaja. Buenísimo.

—Me parecés muy copado, chabón. (…) Eso sí, te pido que no se divulgue mucho que tenés un amigo árbitro porque no queda bien que un árbitro y un jugador sean amigos fuera de la cancha. ¿Puede ser? ¿Me bancás en esa?

—Gracias, igual vos. Quedate tranquilo que todo queda acá.

—Cada vez me caes mejor. Jajajaja.

Bustos y los otros cinco imputados estuvieron detenidos seis meses y recuperaron la libertad en septiembre de 2018, cuando la causa pasó de “explotación sexual” a “corrupción de menores”, mientras el juicio oral se dilataba hasta diciembre de 2023. Sin embargo, el árbitro, que hasta su detención había llegado a ser asistente en partidos de Segunda División y cuarto réferi en Primera —y por lo tanto no era conocido por el público—, no se alejó de los chicos de inferiores. En mayo de 2019 armó una cuenta de Instagram, @losmasajesdeportivos, y sumó a juveniles de varios clubes para ofrecerles “servicios de masajes descontracturantes y relajantes”.

Un juvenil de 14 años de las inferiores de Newell’s, en Rosario, sospechó de un mensaje que recibió: “Hola crack, ¿cómo andas? Me llamo Martín Lutero [nombre falso], soy exfutbolista y actualmente soy masajista deportivo. Te quería ofrecer una sesión para que conozcas mi servicio”. El chico, oriundo del interior de la provincia de Santa Fe y residente en la pensión del club rosarino, derivó la charla al psicólogo del equipo, que siguió la conversación con el árbitro. Quedaron encontrarse “en un lugar tranqui” en Rosario pero Bustos cayó en su propia trampa: la Unidad de Delitos Sexuales de Rosario acudió al lugar y lo detuvo. En el departamento, que estaba lejos de ser un consultorio, se encontraron geles íntimos y preservativos.

En junio de 2019, Bustos fue imputado por la justicia rosarina con prisión preventiva por 90 días por el delito de grooming, engaño pederasta, con el “fin de lesionar la integridad sexual del adolescente”. Desde entonces y hasta el 29 de diciembre pasado, cuando fue condenado a 12 años de prisión —que podrá cumplir de manera domiciliaria hasta que la sentencia quede firme—, el árbitro siguió viajando por Argentina.

Sin la repercusión de un club como Independiente, otros casos de abusos sexuales a menores en el fútbol se repiten cada tanto aunque, entre el silencio del sistema y el pudor de los chicos, no llegan a la justicia. Una excepción fue en 2017, cuando la madre de un menor que jugaba en el Club Deportivo Mac Allister, de La Pampa (600 kilómetros al oeste de Buenos Aires) denunció al entrenador Héctor Kruber. “Mamá, el entrenador nos quería tocar el pito”, le escribió su hijo, durante un viaje del plantel. El presidente del club, Patricio Mac Allister (tío de Alexis, actual jugador de la selección y del Liverpool de Inglaterra), separó a Kruber y envió un audio a los padres: “Estoy en el ambiente del fútbol, y esto pasa en todos lados. Aunque me duela. Las vi en cinco clubes estas situaciones”. Denuncias periodísticas señalan que en algunos equipos del Ascenso, como El Porvenir, un entrenador llegó a pedirles a jugadores que le untaran una crema en distintas partes del cuerpo.

“Cuando fuimos campeones del mundo miraba a tantos pibes que pasaron por pensiones y que quizás lo vivieron en carne propia o vieron a alguien que lo sufrió y pensaba, ¿cuál es el precio que hay que pagar?”, reflexionó Langenauer, el coordinador de la pensión de Independiente que llevó el caso a la justicia, tras la condena a Bustos y otros tres abusadores, el primer paso contra la explotación sexual en las divisiones formativas del fútbol argentino.

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